jueves, 25 de diciembre de 2008

Espejo

El traje que siempre debí llevar puesto lo tengo guardado desde hace años le saco el polvo y lo uso sin lavarlo me sienta bien camino camino camino camino llueve y me voy lavando de a poco en la cumbre no se necesitan lujos soy de los que no sirven aquí y rinden allá libre de la historia quedo para comenzar a ser historia de verdad creo que aprendí mucho creo estoy muy agradecido que tengo que hacer otras cosas me importa un carajo lo que opinen aunque me de miedo me imagino mandando una postal desde Guatemala con la cortaplumas puedo construir una casa o un matacolas, necesito dos poleras un pantalón y unas alpargates puedo pescar y ganarme unos pesitos escribiendo lo que cuando estaba en un carrete y casi me echan pero estaba ella y no le hablé pero la quise si pudiera desactivarme como esos que se duermen al tiro o que se concentran en algo y terminan lo que se proponen estoy flotando y de apoco me voy alejando de la tierra hasta flotar en el espacio y perderme en un agujero negro pero es como contar ovejas no funciona no quiero que se den cuenta que tengo sentimientos quiero no querer más y me voy a dar la vuelta a la esquina y más allá de vez en cuando puedo mandar un correo-E para que sepan de mi pero seguro que si vuelvo es solo para lavar la ropa estoy destinado a ser un vagabundo y soy feliz.

domingo, 9 de noviembre de 2008

cee me

Me ahoga una ola de cariño explosivo y en medio de la espumosa confusión la satisfacción me hace cortar toda conexión con la realidad. Locomotora de vainilla ilumina la noche con dos grandes y bellos faroles oscuros. El tranvía llamado deseo se conduce por un camino que no conozco, que quizás nunca imaginé transitar, pero que hoy piso firme y desorientado. La corriente directa alimenta mis baterías sin parar transmitiendo en frecuencias moduladas un canto que aun no descifro. El tiempo corriendo en aquel reloj es feliz y misterioso. Quiero llegar a las doce aunque tema pasar por las 6. Si el manual de instrucciones ha desaparecido solo me queda jugar con las piezas hasta lograr que encajen.
Un excitante videojugego en primera persona

martes, 21 de octubre de 2008

Aire

No suelo tomar café, no me gusta.
Pero en ciertas ocasiones la publicidad hace su trabajo poniendo una taza caliente entre mis manos. Lentamente voy bebiendo el brebaje a pequeños sorbos olvidando el amargo sabor gracias su peculiar aroma. Si bien detesto el sabor del café, amo su dulce olor. Pero hoy por primera vez en mi vida aquella fragancia me dio nauseas.
Pedaleaba por Isidora Goyenechea hacia el Mapocho. Entre medio de gigantescos edificios de vidrio y antiguas casonas aparecían modernos bares y cafés de altísimos precios. Por todos lados revoloteaba gente linda con ropa linda fumando y hablando por celular. Vi sobrios ciclistas que pedaleaban elegantes modelos retro. Vi señoras falsamente morenas paseando perros microscópicos. Vi una banda de Jazz ganándose unas moneas a la salida de un local. Todo lo que había en la calle olía a café. Todos vestían su mejor sonrisa, todos parecían infelices.

Seguí mi camino por los parques que bordean el río observando la más diversa fauna urbana. Una pareja de colegialas quinceañeras se juraban amor eterno bajo la sombra de un árbol. Un mendigo fumaba sentado en una banca mientras discutía con su sombra. Una pareja de jubilados redescubría la pubertad besándose con cierta timidez acompañados de un picnic barato. Un grupo de jóvenes bebían una cerveza mediante carcajadas que olvidaban sus tristes figuras góticas. Ninguno bebía café.
Seguí por un instante con la mirada a un hombre con gigantismo en su brazo izquierdo y noté que ya me encontraba en el corazón de la ciudad, aquel órgano que se encarga de bombear gente, cultura y suciedad hacia los sectores más alejados del cuerpo de Santiago.
Una tufada a pescado me envolvió mientras pasaba por el Mercado Central, pero luego de esquivar un grupo de reggaetoneros, seguí camino por un laberinto de angostas calles y bulliciosos paseos peatonales hasta sentir nuevamente el olor a café, Ésta vez más dulce, más fuerte. Un oscuro vidrio impedía ver el interior del local. Me mantuve en la entrada imaginando el mundo que no conocía hasta que un viejo pelado salio a toda velocidad, entonces, en un parpadeo, pude ver dos voluptuosas damas frotando sus carnes colgantes sobre un variopinto y rancio grupo de comensales mientras la puerta se cerraba para siempre.

Seguí camino por calles no muy transitadas hasta llegar a la plaza Brasil. La rodeé un par de veces hasta comprenderla y luego me desplomé en el suave e irregular pasto. Allí no olía a café. Un leve aire de cerveza artesanal iba y venía por momentos. Ví a las estudiantes de la Escuela de Danza practicar sus coreografías. Vi sus ropas y quise casarme con alguna de ellas. Deseé que alguna me invitara un buen cuete, pero sabía que no podía esperar nada si yo no me movía.
Luego de fantasear un rato con vivir en alguna casona del sector me levanté y emprendí la retirada. Pensé en buscar un carrito de sopaipillas, pero aun sentía nauseas. Deseé durante todo el camino hacia mi casa tomar sólo leche con Nesquik

miércoles, 24 de septiembre de 2008

El Perro Escapatorio (segunda parte)

Algún tiempo después, un grupo de amigas acampaba por allí. Buscaban encontrar la magia de la naturaleza bailando desnudas bajo las estrellas mientras intentaban abrir las puertas de la percepción ingiriendo hongos, marihuana, San Pedro, floripondio y cualquier otro embriagante que no pasara por laboratorio alguno.
La armónica de Elisa marcaba el ritmo, Javiera administraba el arsenal alucinógeno, Ángela improvisaba un bello canto en lenguas muertas y Violeta daba muestra de su talento girando más rápido que un trompo sus sus firmes piernas dando increíbles saltos entre las roca y los arboles del bosque. Risas y carcajadas encajaban con la luna menguante. Pupilas dilatadas brillaban como estrellas formando nuevas galaxias. Al centro, un fuego de proporciones peligrosas calentaba los rosados pezones. Besos con lengua revelaban amor por la humanidad y la inhumanidad.
Elisa dejó la armónica y tomó el tambor. Ángela siguió el ritmo en arameo mientras Violeta y Javiera traducían en español antiguo y sutiles coreografías la historia de las cuatro hijas de un malvado rey que decidieron abandonar el castillo e ir en busca de aventuras convirtiéndose en poderosas guerreras, más fuertes que cualquier gigante, más valientes que caballero alguno. Estas asesinas de dragones,
más temibles que bestia conocida, juraron abandonar el lujo del reino y vivir en las sombras aprovechándose de la debilidad de cualquier caballero andante.

La épica historia vibró entre las ramas y recorrió el bosque despertando a las bestias dormidas y alertando a las fieras nocturnas. Un can que por allí pasa reconoció aquel sonido como la voz humana y sobre todo un olor a hembra irresistible. El estómago de la fiera se retorcía de felicidad mientras se acercaba sigilosamente hacia la fuente de luz y calor. En el teatro la función continuaba con las doncellas convertidas en vampiros, bebiendo la sangre de tiranos gobernadores y seduciendo gladiadores. De a poco el tambor incrementó su ritmo y todas las niñas se unieron al baile mientras ante sus ojos las ramas aplaudían, las rocas chiflaban, la hierba respiraba y el lobo observaba. Las damas se acercaron aleteando como cisnes en su lago, rodearon al animal y lo acariciaron. El cazador tenía a su presa desprotegida y confiada, solo debía elegir al menos una y lanzar su letal mordida. La baba, lengua y labios comenzaron a afilar los colmillos del animal mientras sus ojo y oídos calculaban la distancia. Mas, esta vez el instinto no alcanzó la perfección. El tambor latió mas rápido que el vuelo de un picaflor, los 8 descalzos y suaves pies se movían a una velocidad que llegaba a hipnotizar al fuego. Las cuatro guerreras, las cazadoras de dragones, las vampiras justicieras, más valientes que caballero alguno, danzaron hasta que la bestia calmó sus ansias. El perro desistió de su misión y retrocedió desapareciendo entre los árboles. Mientras bailaban, Violeta cruzo su mirada con la del animal y algo en su mente se paralizó. Dejo de oír la música a pesar de su incesante baile.
El cielo comenzaba a aclarecer, el fuego había consumido por completo el tambor y algunas prendas. Elisa abrasaba un árbol plácidamente, Ángela lloraba al contemplar el río, Javiera roncaba desnuda sobre el Jeep y Violeta se introdujo en el corazón del bosque sin dejar de bailar hasta descubrir que no sabía como volver. Dio una ultima vuelta y se dejo caer sobre un colchón de hojas secas. Cerró los ojos y suspiró con profundidad, los volvió a abrir y distinguió la figura de un hombre sucio y bello. Violeta intentó decirle algo, pero el efecto de los hongos se lo impidió, el hombre tampoco pronuncio palabra alguna, sólo se sentó a su lado y le acarició el pelo. Violeta se sonrojó y dando un gran salto se lanzó sobre él y comenzó a besarlo apasionadamente, el hombre, tímidamente, se dejo llevar por los agresivos y excitantes movimientos de Violeta hasta que logró tomar el control.
Luego de la tormenta, Violeta suspiró y vio su reflejo en los oscuros ojos del hombre, luego cayo rendida y se durmió.

Una especie de humo rodeaba el cuerpo de Violeta formando su nombre mientras las hojas del suelo se convertían en bocas y lo pronunciaban, le gritaban pero ella no podía responder. De pronto Elisa pellizcó su mejilla despertándola por completo. Violeta quiso contar su aventura con el hombre del bosque, luego desistió, pues no sabía con certeza si se trataba de algún campesino aprovechador, un buen sueño, o si los psicotrópicos la habían convencido de follarse a un perro. Un pequeña mordida en su teta izquierda le indicaba que todo podía ser posible, aunque dicha marca no especificaba si era de procedencia humana o animal.
Las cuatro amigas recogieron su basura, se subieron al jeep y se marcharon escuchando un cd de Goran Bregovic al compás de un bello atardecer.
El perro ladró y las siguió unos cuantos metros, Violeta lo vio alejarse a través del espejo retrovisor y luego miró a sus amigas, pero ninguna mostraba señales de recordar haber bailado al rededor de la bestia. El perro pronto se cansó de seguirlas, dio media vuelta y luego volvió, permaneciendo con la mirada fija en el camino hasta que la noche terminó de caer. Al amanecer volvió al camino y espero nuevamente hasta que las estrellas cubrieron el cielo.


martes, 2 de septiembre de 2008

El Perro Escapatorio (primera parte)

La naturaleza tiene formas extrañas de mantenerse viva. Tan extrañas que quizá algunos desearían desconocerlas. Nadie sabe por qué, pero fue abandonado al nacer. Llovía con fuerza y ríos de barro recorrían las calles de la población mientras el infante, resignado, ya no lloraba. Hay quienes dicen que la maternidad trasciende las especies, pero en ciertas ocasiones la paternidad también se alza sobre las razas. Pastor, un quiltro mitad labrador recorría el aluvión serenamente volviendo hacia su guarida, cuando de pronto su olfato distinguió una mezcla entre leche y sangre. Esquivó entonces intrépidamente pilas de escombros y rocas hasta llegar a la cría envuelta en sabanas viejas en medio de la multicancha municipal. El niño lloró unos instantes al ver los colmillos de la bestia, pero la cálida lengua del canino le devolvió la tranquilidad. Pastor lo recogió mordiéndolo con cuidado y se dirigió a paso ágil hasta su guarida: una pila de cajas junto al basurero. Martina, su pareja, lo entendió todo al instante y comenzó a amamantarlo mientras Pastor, acurrucado a su lado, le devolvía el calor.
Luego de un mes, un cartonero que por allí pasaba derribó por accidente el nido de Martina, desatando entre ladridos el llanto del pequeño humano.
La noticia estuvo dando vueltas en los periódicos y en algunos canales de televisión durante un par de días, hasta que la muerte de un político condenó la historia al olvido. Mientras tanto, una adinerada familia se hizo cargo del crío, prometiendo comodidad, educación, salud, entretención, nada de perros y algo de amor.

Pasaron los años y el niño, ahora todo un hombre de veinticinco años, parecía estar completamente incorporado a la vida humana, pero ciertos hechos insólitos pronto dejarían en claro lo que por años fue oscuro.
Ramón, que así lo habían bautizado sus padres en la fe cristiana, o Moncho, nombre que le dieron sus amigos bajo la bendición callejera, disfrutaba de una cerveza negra en el bar de la equina junto a su más cercano grupo amigos casi adultos. Al compás de rockeras rolas pasadas de moda se alzaba una acalorada pero divertida discusión sobre política. Argumentos comunistas, anarquistas, demócratas, imperialistas y neoliberales chocaban en el aire mediante palabras mal pronunciadas producto del exceso de alcohol hasta que la aparición de un par de hembras humanas hipnotizó a los borrachos. Moncho y Joaco se acercaron inmediatamente a las doncellas con la intención de cortejarlas con sus mejores (y peores) plumas. Las muchachas reían de los audaces comentarios de sus pretendientes, los cuales se movían entre una aparente inocencia y un picaresco humor negro sexual. El aire del bar estaba caliente y más caliente aún con la aparición de los supuestos novios de las rubias damas. Moncho y Joaco intentaron emprender la retirada al identificar al enemigo, pero éste tiene como norma castigar a quien invade su territorio. Valiéndose de insultos y empujones los pololos se dieron a la tarea de intimidar a los borrachines, los cuales, resignados, volvieron junto a la barra con el resto de sus amigos para beber el ultimo trago, esta vez más amargo, de la preciada cerveza negra.
Si bien Moncho era un pacifista, nunca dejaba pasar inmediatamente un hecho desagradable, es por eso que mantuvo toda una oreja y medio ojo fijo en la mesa que había abandonado.
Pedro narraba enérgicamente, aunque algo confundido, su encuentro con un águila en la punta del cerro Manquehue, los muchachos escuchaban atentos la anécdota intentando distinguir el mito de la realidad, pero al momento del clímax del relato Moncho pudo ver cómo uno de los machotes golpeaba a su noviecita. Ésta lloraba mientras su hombre le decía con tono serio ¡Nunca más en tu vida vuelvas a...!
Dos de vasos volaron en mil pedazos y un mesa se dio vuelta golpeando la cabeza de un inocente. Moncho se lanzó como una bestia sobre el cobarde golpeador mordiéndole el cuello y luego la oreja hasta arrancársela. Ni el dueño del bar, ni los comensales, ni los amigos de Moncho intervinieron. El corregidor escupió la orjea media masticada, se acercó al disminuido hombre, lo miro fijamente y con tono firme dijo: ¡Nunca más en tu vida!!
Un desafinado rock setentero chicharreaba en el ambiente mientras Moncho abandonaba el lugar.

Los antiguos romanos creían que Rómulo y Remo, los fundadores de su civilización, fueron amamantados por una loba, el animal más fiero en toda Europa. De esta forma los hermanos latinos adquirieron la fuerza y determinación que los llevó a construir las bases de uno de los imperios más grandes en la historia humana.
En las venas de Moncho, y sobre todo en sus tripas, se escondía la rabia animal y la fidelidad canina transmitida por sus padres quiltros. Moncho no conocía los orígenes de este sentimiento, pero estaba seguro que debía abandonar inmediatamente la vida que hasta el momento había llevado.
Dejó una nota en su habitación y se marchó sólo con lo que llevaba puesto.

Caminó casi sin detenerse durante 48 horas hasta llegar a un frondoso bosque en los faldeos cordilleranos. Estaba cansado, tenía frío y hambre, se quitó su ropa ensangrentada y se lanzó al río. Los últimos días frios del invierno no impidieron que se mantuviera un buen rato bajo el agua. Moncho necesitaba limpiar su cuerpo y bautizarse nuevamente, esta vez definitivamente, con la imponente montaña y los centenarios árboles como testigos. Una vez acabada la ceremonia, reunió un buen montón de leña y encendió fuego con el último fósforo que le quedaba. Mientras se evaporaban los restos de agua en su desnuda piel, los ojos de Moncho se volvieron negros y brillantes, en su mente tenia un solo objetivo: conseguir alimento.
Su estomago se estaba auto digiriendo, el fuego se había convertido en pequeñas brazas y el rocío de la mañana lo estaba congelando. Entonces un ave se asomó más allá de su nido. Moncho fijó su mirada en el animal y éste le respondió agitando sus plumas en posición desafiante, pero al ver que el posible depredador no se marchaba, flexionó su frágiles patas y estiro sus alas para comenzar a volar. Apenas alcanzó a desprenderse unos cuantos centímetros cuando Moncho saltó, la cogió entre sus manos y mordió su cabeza.
Solo el pico y algunas plumas se salvaron de los ácidos estomacales.
Si el nadar en el río fue su bautizo, este desayuno lo hizo comulgar con el mundo salvaje. Mientras digería satisfecho su alimento, decidió que no podía seguir siendo identificado como Moncho, Ramón, o cualquier otro seudónimo con el que alguna vez fue invocado. Su corazón le reveló su nuevo nombre, pero sus labios fueron incapaces de verbalizarlo. Un fuerte gruñido atravesó su garganta, mostrándole al mundo su impronunciable condición de perro.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Sopaipilla pasá

Cuando llueve el agua no tiene por donde escurrirse, entonces fluye por el pavimento resignándose a jugar en cada esquina. Un niño con botas azules la patea en un semáforo en rojo esperando a que llore con más fuerza, pero el agua lo esquiva salpicando su sopaipilla con mostaza. El niño chilla y moquea al perder su aceitoso alimento. Su padre enfurecido por tal escandalo tironea del brazo del infante al ver la luz verde. El niño grita mientras su hombro se disloca. El hombre, arrepentido, corre con el niño gritando en brazos hasta una mojada y atestada posta central.

viernes, 22 de agosto de 2008

Guatita llena, corazón contento

Entre la muchedumbre y la velocidad una pareja avanza a paso lento. Caminan por Matucana sin dejar de mirarse. Sus narices frías se topan a ratos. Recorren la Quinta Normal en busca de sombra y tranquilidad. Se acuestan bajo un árbol, ella descansa su cabeza en el pasto mientras él se acerca hasta sentir el calor de su aliento. De pronto un paseante deja caer medio sándwich de jamón y ambos quiltros se lanzan al ataque disputándose el preciado manjar. Tras unos enfermizos ladridos y un par de mordiscos el semi puddle se traga el jamón olvidando que deseaba aparearse

miércoles, 6 de agosto de 2008

Erotismo

A diferencia del animal que vive en lo inmediato, el hombre tiene una conciencia diferenciada tanto de sí mismo como de su entorno, es decir, sabe que es y que no es, por lo tanto establece en su mente una jerarquía en el orden de los elementos. En la punta de esta pirámide se encuentra él mismo, superado solamente (y no siempre) por la idea de lo divino. Luego, hacia abajo, aparecen los bienes materiales, los alimentos, los animales, los vegetales y las rocas.
Esta estructura de pensamiento, que en mayor o menor medida todos tenemos, nos aleja de la inmortalidad, pues al establecer jerarquías dejamos de ver la naturaleza y nuestro universo como un solo ente vivo, nos alejamos del mundo sintiendo como resultado una soledad que físicamente nos enferma y mata.

En la antigüedad, la humanidad comenzó a mirar al cielo en busca de Dios porque no lo encontraba en la tierra. Su rutina de supervivencia y comodidad la habían alejado de la naturaleza. Es por eso que apareció un sistema por el cual, sin dejar de lado los logros obtenidos en materia y conocimiento por generaciones y generaciones, la humanidad podía acercarse a lo divino y volver a unirse con la naturaleza. Se trata de la fiesta ritual y el sacrificio.
Durante la fiesta ritual se levanta la prohibición de sobriedad y abstinencia que nos han encaminado a la "superioridad". Entonces despertamos nuestros instintos animales más placenteros: el hambre, la sed, y el deseo sexual físico. La humanidad vuelve por un instante a ser feliz al quitarle importancia a lo productivo y privilegiar el contacto con las cosas, todo esto mediante el acto del sacrificio: se toma un objeto útil, ya sea comida o una vida animal o humana, y se entrega a los dioses, se destruye. Entonces se restablece el orden, desaparece la jerarquía. El objeto deja ser útil y pasa a ser simplemente "cosa". Es en ese instante en que los que participan del ritual se dan cuenta que también son "cosa" y al establecer una igualdad entre ellos y el resto del universo, dejan de necesitar y comienzan a compartir. Las prohibiciones de nuestra sociedad, enfocadas en asegurar la correcta productividad y el consumo de los "bienes", nos alejan de la felicidad. Estas prohibiciones consisten básicamente en negar nuestra animalidad. Nuestra especie se acerca a lo divino sólo mediante la transgresión de esta prohibiciones.
Si cambiáramos nuestro estilo de vida, no sería necesario recurrir a estos métodos. El tiempo dejaría de dividirse entre sagrado y profano y sería simplemente eterno.

lunes, 4 de agosto de 2008

Connotación (cuando nos vamos de copas la hacemos tranqui)

-¿Y si vamos a ver el eclipse de luna?
-¿Vamos? No hay que ir a ningún lado, se puede ver en cualquier parte.
-Pero si no vamos no tiene gracia, vamos como si fuera una obra de teatro
-Pero con unas pilsen
-Y unos cuetes
-¡Seeeeeeeeee!
-Vamos al balcón…


-Se está poniendo como roja la luna
-Sí. ¿Préstame fuego?
-No tengo
-¿Y los fósforos?
-Puta se acabaron, anda a la cocina.

-No habían
-¿Cómo los prendiste?
-Con la… puta esa weá que sale fuego, los quemadores de la cocina.
-Ahhh

-Timbre
-¿La dura? no escuche ni una weá, voy a cachar

-Wena loco, llegaste juste a tiempo
-Tu cachay, manso olfato que tengo,
-Sipo, el eclipse esta empezando y recien empezamos a quemar…

-Y ahora llega cualquier weón y regalamos copete hasta al weón que toco la weá de pandereta.
-¿Qué chucha dijo este weón?
-No sé lo único que caché fue “pandereta”.
-¿Quien chucha es el weón de la pandereta?
-Este weón habla puras weás
-Puta filo wom, la weá es que no queda copete y yo ya puse como 3 lukas y no estoy ni ahí….
-¡Yaaa! Cagao cuilao yo voy a comprar, que tanta weá.
-¡Alguna vez que te rajís!
-¡Ahhh como que nunca me rajo! La weá es que nunca tengo.

- O sea como distinguir si los 50 fueron así o no?
-Puta quien sabe, a lo mejor , es la falsedad de lo comerciales, capaz que en verdad la gente no usaba esas weas. O salia una guitarra electrica como si fuese una marmicoc.
-Demas, yo no me imagino una banda de garage en esa época, como parece tan mamones…

-¿Y este weón donde anda?
-Pffffffff se fue hace rato.
-¿Cuando?
-Ahhh no coachaste porque estabay en la cocina bajoneando.
-No teniay ni una weá, me tuve que hacer una "pasta 3 minutos".

-Yo weon, yo cacho que vo deberiay haber estudiado otra cosa.
-¿Cómo que?
-Puta no se, en verdad no deberiai haber estudiado ni una weá.

-Ya loko me voy
-Pero ¿y el ecilpse?
-Aweonao, es es el sol.
-Ahhhhh, wena no había cachado, ya loko, nos vemos mañana, o sea mas rato.
-Sipo, su tarde de chelas, ya chao.

jueves, 31 de julio de 2008

Calzones Rotos

Vestirse resulta ser en ciertas ocaciones una tarea sumamente vergonzosa. No se trata del pudor heredado por nuestros abuelos del Edén, sino todo lo contrario. Me lamento tener que ocultarme, andar con zapatillas si mi pie respira mejor descalzo.
De cualquier manera, la desnudez ya está reservada para específicos momentos rituales, ya sea el exquisito acto sexual, una desenfrenada catarsis etílica y musical o simplemente para nadar en el lago. Entonces pasamos el resto de nuestras vidas vestidos "como corresponde".
Aparece la moral, las buenas costumbres y por sobre todo el estilo. Debemos discriminar y elegir una opción, por mas que las razones sean infundadas:

Si la ropa es sencilla y de materiales no sintéticos soy hippie
Si me visto de cuero puedo ser desde un skinhead antifascista hasta un rockanrollero de la vieja escuela.
La camisa cuadriculada dentro del pantalón refleja mi alto coeficiente intelectual o mi falta de relaciones sociales.
Unos bule jeans gastados y un roñoso chaleco de abuela indican una hipócrita postura seria ante la vida.
La bandera de Boliviana acompañada de desordenadas trenzas sucias alaban a Dios y el vasto reino vegetal de su creación
El exceso de platico y colores brillantes indican quizás una increible superficialidad y la falta de auto estima, pero acompañado de un aparente éxito rotundo.

Solo me queda vestirme con lo que encuentro, reciclando lo que era de mi hermano o de mi abuelo, lo que encontré en la calle y lo que antes no me gustaba intentando estar cómodo y ser nada al mismo tiempo, para que en la calle todos me digan que ése soy yo
Justamente lo que me avergüenza es intentarlo.
Entonces me olvido del estilo y simplemente me abrigo cuando hace frío y me desnudo cada vez que puedo

lunes, 14 de julio de 2008

U.R.L.

(para los que no pudieron leer la imagen....)


Salí de mi departamento, como todas las mañanas, 15 minutos antes del amanecer. Yo vivo en el 39 y debo caminar hasta el 20 para bajar por la escalera que da hacia el paradero. Si los números no existieran, no podríamos ordenar las cosas. Si yo viviera en el Departamento Dante Peretti en vez del 39, las cartas no llegarían. El sistema no es tan intuitivo.
Mientras cerraba con llave la puerta de mi depto me di cuenta que sólo podía identificar a mis vecinos por su número. Podía ver en mi cabeza a la vieja del 30, el maricón del 23 y la huachita rica del 35. Quizás yo era el ahueonao del 39.
Comencé a caminar lentamente por el oscuro pasillo, sutilmente manchado por esquizofrénicos fluorescentes, tratando de imaginar el nombre del inquilino en lugar del numero pintado en la puerta a medida que pasaba por cada una de ellas. Entonces cambié el 38 por Anselmo Sarabia, el 37 por José Cansino, el 36 por Justo Cañas, la huachita del 35 por Cata Romero. Sí, podía imaginarla con esos shortcitos que se pone en verano, la polera roja, alpargatas blancas y escuchando quién sabe qué mp3, ocultando los audífonos bajo una desordenada y corta cabellera color castaño. Y el 34, luego Nancy, Oscar, Bryan, Carmen, Viviana, Gonzalo y el 26 en venta y después.... ¿Cómo?
Nunca lo había notado, pero entre 28 y el 26 faltaba alguien. La puerta no existía y en su lugar un muro de ladrillos se alzaba disimulado tras un cartel disponible para los anuncios de los vecinos y la administración.
Quizás Gonzalo compró el 27 ¿para qué? no me importa.

Luego de haber sido inútil toda la tarde por culpa de la puerta 27, volvi a casa después de la media noche tras haber trabajado horas extras. Pasé por el 26 mientras encendía un cigarro y unos pasos más adelante, frente al cartel de los avisos, vi un destello azul juguetear con el humo de mi primera bocanada. La luz provenía de una grieta en el muro que cubría el 27. Mientras intentaba observar por la grieta, el tabaco se consumió sin discriminar mi mano. La quemada fue leve pero agudamente dolorosa. Lo suficiente como para chocar mi cabeza contra la pared y derribar un par de ladrillos. El malestar por la quemada y el golpe desaparecieron por el asombro. Removí con facilidad unos 8 ladrillos más hasta formar un hueco por el cual pudiese entrar. Asomé mi cabeza cerrando los ojos mientras arrastraba con dificultad mi cuerpo tomando impulso de mis manos y mis pies. Luego un doloroso tirón y al fin adentro.
Gonzalo no compró este cuarto. Estaba completamente amoblado y decorado, como si nunca hubiese estado abandonado. el Minimalismo de mi depto contrastaba con el barroco de aquél espacio, que si bien contaba con las mismas dimensiones, parecía ser mucho más pequeño pues mis ojos no dejaban de ver toda clase de objetos acomodados como tetris en estantes que iban desde el suelo hasta el techos rodeando todo el perímetro la habitación, exceptuando el espacio que ocupa la puerta. En el centro de la pieza se ubicaba una morada cama desordenada. Sobre esta desfilaban cerca de 20 animalitos de peluche, cada uno más tierno que el anterior rodeando un pequeño computador portátil negro. Empujé los objetos hacia un costado de la cama y me acosté boca arriba. El techo estaba decorado con estrellas de papel de colores y una extraña lámpara azul que le daba al cielo ficticio un aspecto enfermo.
En los estantes, sin considerar orden alguno, se ubicaban libros, películas, agendas, cuadernos, lapiceras, cómics, álbumes de fotos, cajitas llenas de joyas de fantasías, stickers con imágenes cursis, juguetes viejos, mascotas virtuales y celulares.
Tomé un cuaderno y comencé a hojearlo. Me encontré con apuntes de biología escritos con una impecable caligrafía azul. Cada mayúscula era de un rojo o morado brillante y las cosas importantes estaban subrayadas con verde. Mientras leía sin prestar atención cómo se reproducían los organismos unicelulares, intenté imaginar el nombre que podía ocupar la puerta 27, pero nada vino a mi mente. Llegando a la mitad del cuaderno la caligrafía comenzó a desordenarse y perder color. Aparecieron dibujos de animalitos ficticios e ingeniosos juegos visuales. Pasados los tres cuartos de cuaderno noté que ya no había nada escrito. Las paginas eran ocupadas en su totalidad por detallados planos de maquinarias extrañas. Yo no podía traducir tales bocetos pero mis ojos veían una especie de máquina de tortura gigante llena de microchips y robots con forma de conejos y ardillas. Cerré el cuaderno y prendí el computador, luego introduje un disco suelto que encontré en unos de los estantes. Era un video. Una joven de no mas de 16 años, de rasgos bellos, finos, cabello oscuro, aparentemente muy largo, ojos verdes y tes pálida. El video era de mala calidad, parecía haber sido grabado con la cámara web del computador y solamente mostraba el rostro de la joven mientras parecía digitar algo en el teclado. Cada pocos segundos su boca dibujaba divertidas mueca mientras articulaba inentendibles cuchicheos como si le hablara a los peluches de su cama con un tono juguetón. De pronto la joven se para y abandona la escena. En su lugar veo un antiguo teléfono desarmado apoyado en el estante del fondo. La joven vuelve a aparecer desplomándose sobre la cama. La cámara enfocaba parte de su cara con los ojos en blanco y un poco de espuma en su boca. El video no se detenía, el código de tiempo indicaba que que habían dos días más de filmación. Fui saltándome horas tras horas y la Joven seguía tendida inmóvil sobre la cama. No aguanté la curiosidad y me fui directo a los últimos minutos de registro. Ella seguía ahí, sus labios morados y su rostro casi verde mostraban los primeros síntomas de descomposición.
¿Entonces quién grabó el video en el disco? No alcancé a responderme. Un grupo de uniformados derribó la pared y en segundos me sacaron de la habitación arrasando con todos los objetos que allí se encontraban. Mientras una aspiradora chupaba todos los papelitos de colores y dos soldados instalaban una nueva puerta, por un isntante pude ver a la joven bajo la cama hablándole a un osito de peluche con las mismas ridículas muecas que modulaba en el video. No alcance a decir nada ni confirmar lo que mis ojos veían. Un detective me llevó a mi departamento asegurándome que todo está bajo control, que el cuarto ya está nuevamente disponible y que no hay nada que ver ahí.

En 5 minutos los uniformados abandonaron el edificio. La puerta 27 fue restablecida, y el cuarto vaciado. El cartel de los avisos fue remplazado por uno pequeño que decía "se vende". La Vieja del 30 y otros más se asomaron para ver qué pasaba pero inmediatamente fueron persuadidos por los detectives. La huachita rica del 35 permaneció en su pieza. Seguramente tenía mejores cosas que hacer, o quizás no escuchó nada por el fuerte volumen de su reproductor de mp3.
Yo me acosté perturbado. La joven del 27 había muerto quién sabe cuando, pero su facebook aun estaba activo, como si lo hubiese programado. Sus cosas hablaban, pero las callaron.
Recuerdo cuando me enteré que la Villa Portales había sido digitalizda. Fui de los primeros en conectarme y el departamento 39 me pareció un buen dominio entonces. Ya no lo siento así y creo que la del 27 siempre lo supo.

martes, 17 de junio de 2008

U.R.L


Click para agrandar!!!

lunes, 2 de junio de 2008

Abajo, abajo, abajo.

Estaba muy tranquilo por afuera pero muy ansioso en mis tripas. Sentía como un vacío, no aguantaba estar tanto tiempo sin noticias. ¿2 días nomás? sí, los suficientes como para desesperarme.

Entonces no me decido. ¿Ser indiferente o baboso?
El problema es que no se por que razón me debo interesar solamente porque se presentó la oportunidad, total eso es lo que estaba buscando. Sí, hace bien, siempre. Lo disfruto. ¿Y después?
Quiero comer más, es solo hambre. Ne... si fuese solo hambre no estaría angustiado por no tener respuesta. ¿Entonces el bichito me picó? paré que si. Y en el segundo encuentro me descoloco sin saber que hacer, como si todo estuviese olvidado. No puedo pensar en otra cosa y no me siento tranquilo hasta reincidir. Entonces la tercera es más fácil. Ahí el resto es historia. Todo transcurre como la gente sabe, pero con el ingrediente secreto de la familia.

jueves, 29 de mayo de 2008

Operación Rastrillo (séptima y última parte)

A medida que avanzaban por el oscuro túnel las tapas del alcantarillado que iban dejando atrás saltaban permitiendo entrar toda clase de objetos perdidos. Cada vez era más difícil oír los imprescindibles ladridos de Manuel entre el ruido de los escombros cazadores y las espantosas frecuencias de las pisadas sobre los charcos pestilentes del desagüe. De pronto se detuvieron frente a un bifurcación. En medio del caos sonoro ya no tenían noticias de su lazarillo. Si esperaban quedarían sepultados por toneladas de botas viejas. Debían elegir uno de los dos caminos, aunque esto significara desviarse de su norte. La niña sugirió salir a la superficie. Martín aceptó calculando que ya se encuentran a escasas cuadras de su casa. Avanzaron entonces por el túnel izquierdo hasta toparse con una escotilla. Al subir por la escalera metálica pudieron oír nuevamente los ladridos de Manuel. Martín levantó lentamente la pesada tapa y mientras su fiel amigo lengüeteaba su nariz, echó in vistazo para cerciorarse que no hubiese peligro. Entre las cosas perdidas que cubrían la superficie pudo distinguir la vieja fuente de bronce de la plaza, esto le confirmaba que solo debían correr un par de calles para llegar a su departamento. Martín salió primero y ayudó a Juana y a la niña en el ascenso. Inmediatamente después se quitó las zapatillas y las dejó caer en las cloacas con la esperanza de despistar a las abuelas, luego cerró la tapa. Al incorporarse, Martín se encontró frente afrente con las pálidas ancianas. Juana y la niña estaban rodeadas por un grueso circulo de cosas. El retumbante y grave gruñido de Manuel aumentaban la tensión en los nervios de su amo y luego de un silencio que pareció durar horas, el can invocó a sus ancestros lobos danzándose al ataque. Las viejas, aun inmóviles, bloquearon la embestida formando una barrera de minúsculos artículos electrónicos y relojes. Manuel cayó al como si fuese un trapo viejo pero sus leves gemidos indicaban que aun se encontraba con vida. Martín intento correr al encuentro de su amigo, pero la barrera de escombros lo alcanzó desplomándose sobre él. No podía ver nada, solo oía la forzada respiración de Manuel.

Su cuerpo estaba desorientado, no podía diferenciar arriba de abajo. Su desesperación aumentaba mientras oía los gruñidos de Manuel, los gritos de Juana, los llantos de la niña, el zumbido de las abuelas flotando y el estruendoso choque de miles de objetos de todo tipo. En la plaza se desarrollaba una fantástica batalla mientras Martín se encontraba imposibilitado. Cualquiera que fuera el resultado no podía hacer nada al respecto. De pronto, entre la oscuridad de su prisión de escombros pudo distinguir un reloj de bolsillo. Esforzándose al máximo lo alcanzó con su adolorida mano izquierda. Luego de un desgarrador movimiento puso la otra mano sobre el artefacto y comenzó a darle cuerda lentamente intentando recuperar por completo la movilidad de su aturdido cuerpo. Desesperado, Martín enfocó su atención en el sonido del reloj intentando reunir fuerzas para liberarse. Al cabo de un rato no oía nada más, incluso su respiración se había esfumado del campo auditivo. En medio del monótono crujir del reloj comenzó a oír un débil canto. Parecía ser la voz de la niña, entonces, sin dejar de darle cuerda al reloj, comenzó a remover los escombros y patalear hasta que pudo ver un punto de luz. Asomó su mano por aquel pequeño túnel y pudo sentir la cálida lengua de se mascota.
Manuel mordió con cuidado la manga de Martín y tiró con fuerza hasta que la mitad de su cuerpo salió de entre el montículo de arena. Un niño de unos 4 años lo miraba con seriedad mientras lentamente dejaba de cavar con su palita. Manuel babeaba agitando enérgicamente su cola. Desde los columpios Juana interrumpió su canto para reírse con fuerza. Martín, desconcertado, buscó el reloj, pero solo encontró tierra entre sus manos.
No habían rastros de la niña. Al mirar a Juana Martín notó un alegre semblante, como si su espíritu no fuese el de una mujer adulta.
Finalmente se incorporó y camino hacia Juana para luego columpiarse a su lado. La luz del sol brillaba nuevamente con un fabuloso tono amarillo, confirmándole que ya no estaba perdido

jueves, 15 de mayo de 2008

Operación Rastrillo (sexta parte)

Era una niña que no pasaba los 10 años. Sus ojos azules reflejaban una mirada seria que parecía comprenderlo todo, como si los años que llevaba perdida le hicieran crecer en sabiduría. Llevaba un vestido verde pálido que estaba un poco sucio pero tenia la apariencia de haber sido usado por primera vez. Sobre sus hombros brillaba una desordenada melena castaña adornada por un pinche blanco que parecía ser del mismo material que las uñas de sus pies descalzos. Algo en su cara le parecía familiar, entonces pensó en la foto del carné de identidad de Juana. ¿Eran la misma persona?
Antes que Martín pudiera pedir explicaciones, la niña toma a Juana de la mano ordenando irse del lugar antes que sus abuelas se den cuenta.

Martín, aun desconcertado, entendió la gravedad del asunto y asintió con la cabeza para luego comenzar la retirada sigilosamente. Al llegar a la entrada notó que la imagen había desaparecido del portarretrato. La niña hecho a correr tirando del brazo de ambos mientras aseguraba que ya era demasiado tarde.
Los tres salieron de la casa fugazmente pero luego se paralizaron al notar que todos los escombros esparcidos por la calle se removían como si tuviesen vida propia. Una gran pila de juguetes viejos los rodeó bloqueando ambas salidas de la calle y seguían avanzando con la intención de sepultarlos, pero en el último instante Martín levantó la tapa del alcantarillado e hizo descender a las dos mujeres, luego lo hizo él y al tapar la vía de escape pudo ver a las dos abuelas acercándose con sus negros vestidos.
Estaban a salvo por el momento. Antes de darse a la fuga por las calles subterráneas, Martín enfrentó a Juana buscando entender los sucesos de una vez por todas, pero ella permaneció muda y con la mirada perdida ante las exigencias. La niña, sin soltar la mano de Juana comenzó a hablar con tono serio:

“Mis abuelas desaparecieron hace mucho tiempo. Yo las encontré, pero no me dejaron volver"

Martín aún ignoraba muchas cosas, pero no era el momento de entenderlas. Por un extremo del alcantarillado se oía venir una avalancha de pequeñas lagartijas, peces, hámsters, anillos, botones y monedas. Echaron a correr entonces por el otro lado buscando alcanzar otra salida. Debían volver al departamento de Martín para así regresar a su mundo a través del mismo pasadizo por le cual habían entrado.

Luego de avanzar lo que parecía ser varias cuadras, Juana se detiene abruptamente y mira hacia arriba. La niña intenta moverla pero ésta no reacciona. Martín regresa con ellas y pide silencio. A través del techo de asfalto y tuberías podía oír los desesperados y alentadores ladridos de Manuel. El rostro de Martín se llenó de alegría y con tono juguetón y grave al mismo tiempo le ordeno al fiel can que los dirigiese hasta la plaza, esa misma en la que correteaban años atrás, y que estaba solo a dos cuadras de su departamento. Con fuertes ladridos Manuel hecho a correr mientras los tres fugitivos seguían atentos la pista sonora.

lunes, 12 de mayo de 2008

Operación Rastrillo (quinta parte)


Caminar por las calles de aquel mundo era muy difícil, no sólo por los obstáculos. Para Martín y Juana no era fácil enfrentar el miedo con un profundo deseo de curiosidad. Sabían que adentrarse en la ciudad significaría perderse y perderse ya no es la misma palabra.
La casa de Juana aun se encontraba a un par de kilómetros hacia el centro. A medida que se acercaban a la plaza de armas se hacía más difícil esquivar los escombros que, en forma de grandes montículos, cubrían la totalidad de la calle.
Ya era pleno día y el sol brillaba insoportablemente. Los edificios en su mayoría estaban cubiertos hasta el 5º piso por montañas de juguetes, cuadernos, joyas, autos, ropa y todo tipo de objetos, los cuales eran removidos por cientos de canarios amarillos que posiblemente buscaban comida o el camino de regreso a sus jaulas.
De pronto Manuel se detuvo y comenzó a aullar, estaba muy nervioso y a pesar de la insistencia de Martín el can no quería moverse, claramente estaba aterrado, no quería penetrar en el oscuro corazón de la ciudad. Martín lo sabía, lo sentina y lo podía leer en los profundos ojos de Manuel, pero los azulados ojos de Juana decían otra cosa. Ella necesitaba encontrar su objeto perdido. No valía la pena insistir, ella tenia que continuar con la búsqueda y él debía acompañarla.

Martín se despidió de Manuel con un fuerte abrazo diciéndole que regresaría para llevárselo de vuelta a casa. El perro pareció obedecer pues mientras se alejaban por los escombros aún podía se ver la silueta del animal inmóvil como una estatua pero atento a cualquier amenaza.

Pleno centro. Un profundo frío bajo la insoportable luz azulada. Junto a un edificio antiguo, a dos cuadras del centro exacto de la ciudad, nacía una estrecha calle donde se alzaban pequeñas casas de adobe todas pintadas con diferentes colores pasteles. Entre la acumulación de objetos perdidos que cubrían las edificaciones hasta casi el techo, Juana distinguió una pequeña placa de metal donde se podía leer un blanco y oxidado 679. Aquella casita roja de puerta blanca era el hogar que la había albergado durante su infancia.
Martín comenzó remover los escombros y en pocos segundos pudo liberar la puerta. Al abrirla notó que el espacio estaba prácticamente vacío. Solo había un enorme y viejo portarretrato donde se distinguían dos viejas vestidas de negro. En el reflejo del sucio vidrio Martín pudo ver a Juana inmóvil. Estaba llorando. Martín la animó con un fuerte abrazo mientras ella le explicaba que aquellas tétricas señoras eran su abuelas. Luego le tomó la mano instándola a entrar. El polvoriento living estaba vacío, la cocina y el baño también. Había una pieza a cada lado del corto pasillo y al fondo otra más. Juana se adelantó y fue directamente hacia la puerta del fondo deteniéndose a medio metro de esta. Martín oyó pasos y sugirió volver, Juana lo calló señalándole la puerta. En el hueco entre la puerta y el suelo se veía una sombra moviéndose de un lado a otro. Martín retrocedió un par de paso y luego se volvió a acercar cuando Juana apoyó suavemente su mano en el picaporte de bronce. Al girarlo la sombra se detuvo justo frente a la puerta. Juana hizo una pausa y miro a Martín con una expresión vacía, luego volvió hacia la puerta y la abrió de golpe. Juana cayó de rodillas. Martín observaba paralizado.

sábado, 3 de mayo de 2008

Operación Rastrillo (cuarta parte)

A medida que avanzaban por la maravillosa calle, más extraños se sentían. Era como estar en una tienda de antigüedades pero sin el dueño presente evitando que los curiosos visitantes manoseasen sus valiosas reliquias. A pesar de esto ni Martín ni Juana se atrevían a tocar la infinita mercancía esparcida por la no-ciudad, sólo se limitaban a caminar boquiabiertos como si estuviesen entrando en el área prohibida de una fábrica, movidos por un excitante deseo de aventura pero envueltos en una nube de terror.

Luego de andar un par de cuadras comienzan a oír sigilosos pasos y unos casi imperceptibles cuchicheos. Probablemente alguien los estaba siguiendo. El rostro de Juana se arrugó levemente mostrando cierta preocupación mientras se aferraba en busca de protección al brazo de Martín que por orgullo machista no podía demostrar flaqueza, pero el confortable calor que generaba el contacto de su cuerpo con el de Juana le hacía sentir una extraña satisfacción mezcla de seguridad y excitación la cual llevaba la mente de Martín por pensamientos pecaminosos, olvidándose por momentos que alguna metapresencia los vigilaba. De pronto un aullido sacó a Martín de su trance. Juana identificó el origen del sonido y apunto hacia una estación del metro. Ambos bajaron las escaleras con cautela esperando lo peor. Llegando a los últimos escalones Martín soltó abruptamente el brazo Juana y corrió al encuentro de una extraña silueta. No era una bestia, Martín reconoció entre los escombros y la luz fluorescente a Manuel el perro que había perdido cuando era chico. Lo abrazaba entre sollozos y risas mientras el quiltro le lamía la cara cariñosamente demostrando que efectivamente era su mascota. Esto despertó en Martín una sensación muy extraña. Además de la satisfacción de recuperar a su mascota, descubrió que en este mundo no solo se hayan las cosas perdidas, sino que también el tiempo no pasa, o por lo menos lo hace a un ritmo menor, pues de lo contrario sería imposible que después de tantos años Manuel siguiera con vida. Luego de unos instantes frunció el ceño y sin dejar de acariciar a su perro pensó que si en este lugar hay mascotas perdidas es posible que también se encuentren personas extraviadas. Tal razonamiento hizo que inflara su pecho en pose de héroe mientras comunicaba su teoría a Juana, la cual no se alegró en lo absoluto. Según ella estaban invadiendo un territorio prohibido y de haber personas no serian necesariamente amigables.

El pecho de Martín se desinfló como un globo pinchado. La teoría de Juana no era tan descabellada, él mismo había sentido una energía oscura y mientras caminaba podía ver siluetas escondidas bajo las sombras. Algo en las palabras de Juana le producía escalofríos. No hablaba mucho, pero cada intervención tenía la exclusiva función de advertir los peligros del lugar, no con un tono de cobardía, más bien parecía una muy poderosa intuición, como si algo de ella ya conociera el lugar. No quiso seguir pensándolo. Inmediatamente después sugirió ir en busca de algunos objetos perdidos antes de volver al mundo verdadero. Lo que él necesitaba se hallaba en su departamento, pero el objeto del deseo de Juana se encontraba en la casa de su infancia, a varias cuadras de distancia. Luego de meditar unos instantes, aceptando el riesgo de encontrarse con seres perdidos quizás malignos, Martín asintió con la cabeza y siguió a Juana por las escaleras del metro mientras llamaba a Manuel con repetidas palmadas en sus muslos.

miércoles, 30 de abril de 2008

Operación Rastrillo (tercera parte)


Martín estaba en el suelo aferrando la billetera con fuerza, sobre su cabeza estaban los pies de Juana pataleando suavemente. De pronto ambos se detuvieron como si se hubiesen puesto de acuerdo y se incorporan. Martín esperaba que Juana le exigiera una explicación, pero algo en su mirada y en su silencio le indicaban que no era necesario, ella parecía entender lo que sucedía. Aparentemente estaban en aún en el departamento. Sí, lo era, pero no su contenido. No estaba el sillón, el televisor ni los muebles. En su lugar, esparcidos por todo el suelo se hallaban numerosos objetos de pequeño tamaño: miles de monedas, cientos de llaves y fotos. La billetera de Juana solo era una de las decenas que allí se encontraban.
Martín le reveló a Juana que se encontraban en el lugar de las cosas perdidas. Juana no mostró signos de sorpresa. Pudo reconocer los cambios instantáneos en el departamento de Martín, el frío calando hondo en pleno verano y una luz que nunca había sentido, un fulgor levemente azulado, como si fuese el negativo de la lámpara incandescente. Claramente la teoría de Martín era correcta y más aún cuando este le contó que hacía Ella durmiendo en su departamento.
Luego el rostro de Juana paso de la seriedad a esbozar una sonrisa de las misma que Martín dibujaba cuando algo entretenido se avecinaba. Ambos se miraron intercambiando cierta atracción sexual y comenzaron a recorrer el no departamento de Martín como si todo lo hubiesen planeado juntos.


No había mucho que ver allí. Martín sabía que estaba frente a cosas muy valiosas que se habían dado a la fuga causándole muchos problemas en el pasado, pero con tan solo imaginarse lo que podría encontrar en la calle le hacía olvidar los millones de dólares que había extraviado en monedas. Mientras Martín alucinaba con este y otros pensamientos, Juana lo arrastraba fuera del departamento hasta el ascensor, pero no pudieron usarlo, pues a través de la reja metálica del antiguo dispositivo podían verse miles de minúsculos objetos provenientes de carteras femeninas como lápiz labial y otras diabólicas máquinas de belleza ocupando el ochenta por ciento del espacio del elevador.
Decidieron entonces descender los 7 pisos por las escaleras, pateando constantemente artículos de limpieza y mantenimiento que hacían del descenso una tarea no solo compleja sino también entretenida..

Una vez alcanzada la planta baja se detuvieron frente a un montículo de llaves doradas y oxidadas que bloqueaban la reluciente reja del edificio. Juana se zambullió en el montículo como si fuese una laguna amortiguando la caída con las gomas de los coloridos llaveros. Después de juguetear un rato en aquel mar de bronce para darse paso hasta la reja, escogió una llave al azar e intentó abrir la cerradura, pues, como parecía obvio ante los ojos de cualquiera, todas las llaves aquí presentes fueron extraviadas por los propietarios del edificio. Pero para desgracia de Juana la llave ni siquiera encajó en el agujero de la reja. Mas, para fortuna de ambos, Martín recordaba que la cerradura había sido cambiada en innumerables ocasiones, por lo tanto la solución consistía en escoger la llave de aspecto más joven. Y así fue cómo de una vez por todas los dos intrusos se encontraban en el mundo de las cosas perdidas.
La calle era un páramo de escombros viejos y relucientes. Incluso, contradiciendo la teoría de Martín, grandes objetos como motos y autos se hallaban desparramados por todo el lugar sin discriminar la calle de la vereda. Ante aquella vista el concepto de “jungla de concreto” adquiría verdadero sentido por primera vez. Todo era maravilloso y, sin pensar en explicaciones o en encontrar al presunto ladrón, Martín y Juana comenzaron explorar el mundo perdido.


lunes, 28 de abril de 2008

Operación Rastrillo (segunda parte)

La mujer llevaba un vestido rojo informal algo pasado de moda que resaltaba su perfecta figura, mientras Martín la examinaba con más detención notó que su aliento era muy frío, pero la fragancia de su perfume le daba una sensación de frescura superior a las mentitas o las gomitas de eucaliptos. Según la billetera aquel suave rostro respondía al nombre de Juana y un apellido que él no era capaz de pronunciar. El carné de identidad no había sido renovado desde que era niña pero aún así parecía nuevo De todas formas, Martín decidió continuar con el plan y dejar el cortejo para después. Entonces dispuso la billetera en el sillón junto a los pies de Juana esperando que el ladrón atacase de la misma forma y se diera a la fuga por el mismo sitio mientras él vigilaba la escena escondido detrás de una puerta.

Plan perfecto, pero la paciencia se agotaba. Martín debía permanecer en silencio para no delatar su presencia y estar siempre atento, pero la inmovilidad de su cuerpo, el calor de la calefacción, la comodidad de la alfombra y el reloj apuntando las 5 atentaban con derrotarlo en un profundo sueño hasta que de pronto sus nervios se volvieron de acero y sus sentidos se afilaron cual francotirador o felino al acecho, pues comenzó a correr un helado viento y la billetera se arrastraba lentamente. Solo debía esperar hasta el último instante y lanzarse para aferrarse a la billetera mientras el ladrón arrastra la billetera llevando un polizonte hacia su incógnito mundo. Pero de pronto las constantes variaron y las variables no fueron tales. Juana sin moverse abrió los ojos como dos grandes peceras cruzando fijamente su mirada con la de un Martín Pescador a punto de zambullirse detrás de un suculento pez. El hombre aguantó sus ganas de sucumbir y tirar por la borda su plan llevando el dedo índice de su mano izquierda a su boca y colocándolo de forma perpendicular a ésta, luego sin emitir sonido alguno hizo el gesto de un solemne “shhhhh” sin dejar de mirar a Juana que, desconcertada, parecía entender la indicación de Martín.
Inmediatamente después de aquel dialogo Martín volvió la mirada hacia la billetera que ya se encontraba en el abismo donde terminaba el cojín.
Nada de flaquezas, Martín debía ejecutar su acrobacia con extremada precisión y pronto llego la señal que estaba esperando: el ladrón invisible estaba debajo del cojín y la billetera asomaba junto a los pies de Juana la mitad de su volumen.
Martín miro de reojo a Juana sintiendo cierta complicidad o apoyo y luego en un maniobra fugaz se lanzo hacia el sillón aferrando la punta de la billetera con todas sus fuerzas. Mientras sentía que el ladrón tironeaba con fuerza sobre humana, notó que Juana agarraba fuertemente su tobillo como si estuviese evitando que Martín abandonase el lugar o exigiendo una explicación a tan extraño comportamiento. Pero como los tres sujetos involucrados poseían una gran fuerza, en especial el ratero invisible. de un solo tirón y en un instante más breve que un parpadeo, billetera, Martín Juana y ladrón se escabulleron debajo del cojín del sillón del living de un hombre que tenia problemas para recordar dónde dejaba las cosas.
En el suelo quedaron las zapatillas gastadas de Martín y la anticuada cartera de Juana.

domingo, 20 de abril de 2008

Operación Rastrillo (primera parte)

Martín tiene buena memoria, no usa agenda. Está seguro que sus sistema mental de organización funciona a la perfección, pero las cosas siempre se le pierden. Cosas tan sencillas y cotidianas como las monedas, el teléfono celular, las fotos y todo detalle que se acumula y le hace creer a los que lo rodean que tiene algún problema con la memoria.
Un día en el trabajo Martín pierde un cheque y es despedido, decide entonces ir con psiquiatra. En la sesión con dicho loquero Martín tiene la cabeza en otro lado, no escucha lo que le está diciendo el Doctor Orto, solo responde con monosílabos.

De vuelta en su casa Martín se sienta en living a ver una película para relajarse. La trama es lenta y Martín se queda dormido. De pronto se despierta, pero no puede moverse y le cuesta respirar. Esto ya le había sucedido varias veces, sabe que el procedimiento para recuperar la movilidad consiste en concentrarse en un músculo especifico. Martín elige los dedos de sus pies descalzos. En eso estaba cuando entonces oye un sonido extraño, como un viento. Comienza a sentir mucho frío, pero no hay movimiento de aire, todo está quieto. No le presta atención, vuelve a bajar la mirada hacia sus pies. En el camino sus ojos ven que el control remoto del televisor se arrastra por el sillón hasta caer entre los cojines y perderse de vista. Martín mueve lentamente los dedos de sus pies y de pronto mediante un gran espasmo se incorpora y levanta los cojines del sillón encontrando toda clase de objetos exceptuando el imprescindible control remoto.

Martín sintió cierta satisfacción al descubrir que las cosas no se perdían por su culpa, ni mucho menos que tuviese un problema de amnesia. Pero también sintió impotencia pues sabía que nadie le iba a creer su descubrimiento.
Luego de fumar un cigarro con el final de la película como música de fondo, Martín esbozó una leve sonrisa de esas que se dibujan en su cara solo cuando a algún amigo se le ocurre una idea estúpidamente entretenida como prenderse fuego en las manos con alcohol y apagarlo antes de quemarse o cuando él mismo o alguno de los suyos deciden mediante un astuto plan falsificar las calificaciones de fin de semestre o los vales del casino. Martín estaba decidido a no salir de su casa hasta dar con el ladrón de cosas y mostrarle orgulloso al mundo entero el lugar donde van las llaves, las monedas y los libros cuando se pierden.

Eran las 2 de la mañana, el clima templado, la noche sin nubes ni luna. Martín no tenía novia ni trabajo. Situación perfecta para emprender su plan cueste lo que cueste, sin importar cuanto demore.

Para burlar al ladrón se requiere una estrategia. Martín sabe muy bien que las cosas se pierden cuando uno está distraído, pero su problema con el sueño, ahora su habilidad, le había permitido ver el crimen. Martín no puede esperar a que esto se repita, pues por más que tenga suerte y vuelva a ocurrir, no tendría la capacidad de mover su cuerpo con velocidad para atrapar al invisible malhechor. Entonces, mediante otro cigarro analizó las condiciones que debe tener un objeto para que este se pierda. Primero, para que el ladrón salga impune necesita que no hayan testigos, que el dueño de dicho objeto esté ausente, distraído o dormido y por lo tanto que el objeto no esté en posesión de persona alguna. Segundo, es necesario que el objeto sea pequeño, ya que inmediatamente después de ocurrido el crimen hay más chances de que la persona no se percate de la desaparición del objeto en cuestión. Y por último, Martín se dio cuenta que por algún extraño motivo la cosa perdida siempre es requerida momentos después de haberse esfumado. Esto describe sin duda alguna a un astuto criminal.
Pero en la cabeza de Martín aun existían muchas incógnitas. ¿Por qué roba cosas que inmediatamente necesitamos? ¿acaso quiere llamar la atención? ¿o es solo por diversión? ¿para qué roba estos objetos? ¿por qué los devuelve en la mayoría de los casos?
No tenía respuesta para todo, pero Martín estaba decidido a descubrirlas. Solo debía mantener guardia en posición de distraído, estar atento a ruidos extraños y a ese repentino cambio de temperatura. Pero lo más importante consistía en ubicar un suculento anzuelo.
Tan brillante la idea de Martín que pronto se apagó. Nada de lo que él tenia le iba a interesar al ladrón pues no puede desaparecer un objeto cuyo dueño no lo requiera o esté dispuesto a perderlo. Martín necesitaba una víctima. No sería fácil conseguirla a las dos y media de la mañana.

Lamentándose estaba Martín cuando de pronto oyó un fuerte ruido proveniente del pasillo o de las escaleras. Olvidando su plan corrió hacia fuera del pasillo y se encontró con una mujer que no conocía inconciente al borde de las escaleras llevaba un vestido rojo informal algo pasado de moda que resaltaba su perfecta figura. Sin pensarlo dos veces Martín la levantó y la arrastró hacia el interior de su departamento para ayudarla a recobrar el sentido. Pero entonces cuando cruzaba el umbral que conduce hacia su guarida, del bolsillo de la vecina cae una billetera. Martín se quedó inmóvil unos instantes para esbozar otra sonrisa de aquellas. Ahora recostada sobre el sillón de su casa tenía victima y anzuelo. Solo quedaba esperar.

jueves, 10 de abril de 2008

Iniciativa, no lo intentes.

Cien dos horas no aparece La Voz me cansaré de esperar y comenzaré ser narrado por mi cuenta propia nomás, porque yo iba caminando por el río cuesta a calle, arriba con mis zapatos nuevos re cien lustrados por quién sabe qué botador de lustras, y de pronto esperando en la plaza yo estaba cuando una caca de pájaro me manchó. Y la buena suerte pensé, iba a darme el pájaro eso dicen. Estaba contento por eso. Yo me reía. Algo malo me iba a pasar, no sabía. No sabía como decir, entonces las cosas imposibles siempre no las pude controlar.
La plaza es un buen lugar, para caminar hay lugar y gente yo miraba para cruzar conexión con alguna pasajera. Y cuenta que la caca aún estaba ahí me percaté, entonces la limpié con un pañuelo. Me levanto la vista y justo cuando en ese instante una Ella choca conmigo y la toco. No se sonrojó ni sonrojé yo pero la risa risosa se compartía con un poco de no se qué pero interesante. Le dije que café, en la esquina se puede tomar. Nos de las manos para cruzar la calle y la toco de nuevo porque ella aceptó.
A mi no me gusta el café pero tomar, puedo porque ¿no? El ambiente es bueno se hizo.
En el café ella se reía de que era gracioso con mi hablar, mi forma de palabras y yo me satisfecho por la suerte caca el pájaro me la dio. Buen momentos que pasábamos me gustaba. Después de un rato, larga ella aire por la boca con sonido lindo grave, pero no era tos y me dijo que fuéramos a su lugar. No entendía, me decía y me decía y no entendía lugar ¿cómo ella con lugar?
Claro, se lo de nuevo pregunté. Se reía ella, se reía nomás. Después de preguntarle con ganas otras se puso como enojada y no se reía. Estábamos no riéndonos de acuerdo, pues yo no entendí nunca el chiste del que se estuvo riendo. Me pidió que parara de decir las cosas como las digo. Qué hacer no sabía yo, entonces me dejó un dinero que el café que se tomó, se fue luego.
La caca de suerte no funcionó este pájaro, pensé. Quizá esperar a La Voz para que me narre lo que hago era mejor idea, a mi no me sale.

lunes, 31 de marzo de 2008

Sendero Del Infierno

Ese espacio, un par de metros quizá o menos, entre el ventanal de la puerta y la escalera no siempre es oscuro, pero me desequilibra. Una energía negativa me saca de mis casillas, me hace pensar que todo es posible.

Son cerca de las cinco de la mañana, La tertulia esta muriendo. No. Está en su mejor momento, pero por diversos motivos decido marginarme de la celebración.
Entre la casa de Panchi y la mía hay unas tres o cuatro cuadras, es un trayecto corto que puedo hacerlo con los ojos cerrados pues llevo bastante tiempo viviendo en el "barrio italiano". Bajo por Miguel Ángel Buonarroti, como no hay autos camino en medio de la calle mirando las casas, los jardines y las sombras que proyectan los árboles por la anaranjada luz del alumbrado público. Una leve niebla le da a la madrugada un aspecto interesante. Es hermoso.
En la esquina doblo a la izquierda por Padre Errázuriz, ¿Padre Errázuriz? no me calza ese nombre. Todo se vuelve un poco más oscuro, hacia atrás puedo ver Rafael Sanzio y por ahí llegar a Donatello pero esos caminos hoy no son parte del recorrido. La calle ancha y la inmensidad del gimnasio del Colegio Seminario me hacen sentir pequeño, atrás quedan las calles Tiziano, Rossini y Puccini. Unos leves escalofríos me recuerdan que el verano no es eterno.
Mi cuello se impacienta entonces levanto los hombros para sentirme protegido. Ya no miro hacia el semáforo en la Avenida Apoquindo, mis ojos miran hacia las veredas, cada uno por su lado cual camaleón intentado descubrir que hay atrás, pues ese sonido ya no es leve, incrementa. Incrementa. No se va. ¡Parecen pasos!
Un perro.
¡Una bestia!.
No, una rata.
¡Un fantasma!
Ya no aguanto más y mis tiesos reflejos me mueven a máxima velocidad. Miro hacia atrás. Idiota, no seas cagón. Me sonrojo al darme cuenta que una retorcida hoja seca impulsada por el viento no atenta contra mi vida.

Llegando a Guido Reni doblo a mano derecha, vuelve la luz y sigo caminando. Pasada la esquina me asomo por la casa del Alejo buscando la resurrección de las fiestas, cosa que nunca ocurre pero no puedo evitar hacerlo siempre. De pronto los menos de cien metros restantes entre Padre Errázuriz y Leonardo Da Vinci se hacen eternos. Siento que las luces no iluminan, que el pavimento es tierra y que las casas son pequeñas chozas o cuevas. No puedo evitar mirar con terror hacia aquella pequeña calle perpendicular, aquel pequeño pasaje oscuro que comienza en Guido Reni y termina en Caballero Bayardo: Sendero del Artillero. Artillero; esa sonoridad es espeluznante. Cuenta la leyenda que en tiempos de la colonia, por este mismo sendero, un joven soldado fue cruelmente asesinado por un grupo de borrachos cuatreros. Ahora puedo oír los desgarradores gritos de aquel soldado, quizás solo un niño, y las grotescas carcajadas de los malhechores rompiendo la garrafa de vino contra el cráneo del joven conscripto. Movete, boludo. ¿Cuanto tiempo llevo mirando por el sendero? No lo sé, pero sigo caminando sabiendo que me espera otro inconveniente, el otro pasaje maldito: Sendero del Infante. Sendero del Infierno le decía un vecino. Ignacio juraba que allí vivía una bruja y que en la placita del medio estaban enterrados los cadáveres de su víctimas y sus endemoniadas mascotas. Aprieto los dientes, se que eso es mentira. No, Santi, ¿por qué no va a ser verdad?
Quisiera acelerar el paso ¡pero dale! ¡movete! ahí esta la esquina.
Si, puedo ver finalmente Leonardo Da Vinci. Doblo hacia la izquierda y en tres segundo paso unas 5 casas hasta llegar a la mía. Abro el portón con lentitud pues la ultima vez doblé la llave en noventa grados. El silencio es desgarrador pero el crujir de la madera y el metal de la vieja entrada irrumpen con violencia y sin ecos. Temo que alguien o algo me mire escondido entre las plantas del patio.
¡Ahí está!
No, no hay nada bajo el arce japonés. De pronto se prende la luz del pasillo que da al patio trasero. ¡¿Quién anda ahí?! Es solo el perro, perro de mierda. La luz tiene un sensor de movimiento. Suspiro y ya estoy frente a la puerta. Antes de abrirla miro por el ventanal y descubro una silueta que confirma mis peores temores. Con el poco coraje que me queda introduzco la llave y la giro suavemente. Suelo ser sigiloso para no despertar al resto de los habitantes, pero esta vez abro la puerta lentamente para sorprender al duende. Y ahí lo veo, un gran masetero rojo con una marchita planta. Puedo volver a respirar, siempre caigo en la misma trampa.

Me asomo por la cocina buscando algo que comer, mejor hoy no, sólo necesito dormir. Aun quedan un par de horas para que salga el sol, entonces apago la luz de la puerta. Debo hacerlo pero, craso error, me encuentro en aquel espacio entre el ventanal de la puerta y la escalera, el pequeño hall oscuro, ya veo venir a un niño blanco y muerto sonriendo tras el ventanal. No lo pienso dos veces, subo la escalera rápidamente intentando hacer el menor ruido posible. Apago la luz y entro al baño. Cepillarse los dientes y mojarse la cara. El agua corriendo por el lavabo rompe el espantoso silencio mientras trato de no mirar al espejo y a la tina. Orino y repaso las fotografías del carrete como si hubiese ocurrido ayer.
Y ahora de nuevo a la oscuridad. Mi pieza está frente al baño, apenas un paso, pero a mi izquierda el corto pasillo cobra dimensiones exageradas y al fondo la pieza de Juan, la cual solía ser de Mariana, mi pálida hermanita sonámbula. Poseída por quién sabe qué demonio, se paraba sobre su cama y miraba al vacío mientras yo con terror esperaba ver su cabeza girar en 360 grados.
Soy vulnerable, todo me persigue, insectos venenosos, sombras antropófagas, espíritus del pasado, duendes y monstruos. No se que hacer, pero por fin estoy a salvo en mi pieza. ¿A salvo? Antes de acostarme pienso en prender el televisor o escuchar música para distraerme y pensar otra cosa, pero no lo hago. Lo empiezo a disfrutar. Dejo la puerta del balcón abierta esperando que la fría brisa me aterrorice, que las sombras me espanten y que me entretenga el espíritu de algún bebé golpeado hasta morir o alguna loca anciana ciega que recorre el barrio. Intento dormir dándole la espalda a la pared cuidándome de cualquier ataque y tapado entero sin dejar al descubierto ningún centímetro de mi piel. El calor es sofocante, pero es el precio que hay que correr por la protección. Mi imaginación se hecha a volar, ojala sueñe algo, sean pesadillas o no. Ojala recuerde lo que sueñe, ojala dejen de hacer ruido, con este sol ya no puedo seguir acostado, creo que me voy a levantar.

viernes, 28 de marzo de 2008

Apilar

Primer corte del disco Compact Casette del grupo Afano...

viernes, 14 de marzo de 2008

La Feña

Porque el Joaco no estaba ni ahí con poner la casa pal carrete porque sabía que iba a quedar la cagada si llegaba yo y la Trini porque pensaba que nos ivamos a agarrar de los pelos cachai que el weón es tan barza que no quiere elegir a ninguna y se esta poniendo en esa volá del ponceo el Jorge me lo conto el otro día que habían hecho una apuesta con el Tatan y el Nacho que el que se comía menos minas en un mes se iba de patá en la raja o algo así y por eso yo me emputecí y lo quiero mandar a la chucha pero igual como que me da lata como que es penca quedarse sola cachay que igual lo quiero pero me da rabia si igual si pone la casa pal carrtete te juro que no pesco a la Trini pero esa weona es la que se webea en todo caso cachay que el rollo es cuando mi mamá se entere que igual estamos andando porque a mi mama le carga el Joaco y el Camilo igual me gusta yo cacho que aunque no sea la mejor opción es mejor porque no me va a cagar en todo caso cachay que el Joaco se picaría si estoy con el al Camilo y de ahi el weón se queda con la Trini todo el rato y no voy a llegar a su casa con otro loco pucha Sofi tu tenis que decirle a la Trini porque tu eris más amiga y cachay que yo igual no me la quiero cagar en todo caso si no sale el carrete yo cacho que la casa la pongo yo aunque mis viejos me paqueen cachay que el otro día mi hermano con el Tino dejaron la cagá unos weones x se pelaron caleta de cosas rompieron un vidrio y la Milena la que pololea con el Turco se fue por el water onda la media cagá y mi viejo no le dijo naaaaaaaaa porque le tiene buena porque juega a la pelota y va a ver al colo con él y porque es hombre y tiene 2 años más porque cachay que a mi el maricón de mi viejo con cuea me deja ir al Apumanque yo cacho que ni cagando mamaaaaaaa yaaaaaaaaaa!!!! oye mi mamá me esta webiando de nuevo ya si oye Sofí llévame mañana el libro siiiii weona si siempre te devuelvo las cosas no no he estudiado na pa la prueba filo filo sipo su torpeo nomas ya Sofi chao.

viernes, 7 de marzo de 2008

Spiderchrist

El es un artista borracho.
Pinta cuadros, calles, paredes, comics; escribe libros, cuentos; filma; hackea. Intenta cambiar el mundo predicando la desobediencia civil y saboteando todo lo que tenga relación con J. Bell Zebbu, alcalde de la ciudad, Pues Cristo Araña asegura que detrás la obra social de este supuesto servidor público se esconde el accionar del mismísimo demonio.

Este engendro urbano no es muy popular entre las autoridades y las dueñas de casa. Nunca consigue auspicio o financiamiento, es por eso que debe robar. Robar bancos, iglesias, oficinas del gobierno y cualquier otra identidad que pueda prescindir de dinero. Pero si nuestro héroe es odiado donde las cosas funcionan, es idolatrado entre quienes no conocen los beneficios de la civilización. Jóvenes, indigentes, rebeldes, músicos, locos y vagos forman el ejercito de Cristo Araña, una fuerza urbana sin cuartel y prácticamente indestructible.

Actualmente J. Bell Zebbu acaba de remodelar el cementerio. Cristo Araña pretende incendiarlo para librar la pueblo de la plaga de gusanos que nos carcome y utilizar el caos de fondo para sus irreverentes películas promocionales.
Tras las llamas que los bomberos no pueden controlar Cristo Araña celebra con su grupo de pordioseros al compás de algún desafinado instrumento bebiendo un sagrado tinto en caja.

-Nadie Puede detener la lucha contra el demonio, el hombre es bueno por naturaleza- predica Cristo Araña sobre una pila de escombros mientras decenas de prostitutas y drogadictos escuchan con atención -Solo destruyendo lo que no nos sirve podemos ser libres ¡¡Al final de la locura comienza la razón!!

La multitud grita eufórica y continua la fiesta ritual.

lunes, 25 de febrero de 2008

Hora y media a pie hasta casa

La poderosa naturaleza azota el ridículo ingenio humano. No nos esforcemos en construir argumentos coherentes cuando la rizomática ventisca del otoño escapa a toda lógica conocida aunque intentemos normalizar las cosas por nuestro innato miedo al caos. Cerré la puerta porque se estaba llenando de hojas, dejálas que entren mejor, ¿la abro entonces? no, dejá la tele prendida, mejor la apago así escucho como suena el viento y las hojas rojas. Si no hubieran calles no habría que barrer las hojas. De todas formas yo no ando en auto, a mi me duele menos si ando a pata pelá y vuelvo a las emociones adolescentes cuando me dejaba llevar por la energía del otoño y yo era igual de sensible que ahora pero me sorprendía mucho más. Cuando el aire es fresco y la luz es tenue no es necesario ver la hora mágica. Me mojo con un ayahuasca que no tomé y creo que todo lo que hago es perfecto, solo basta que alguien hable en humano para que me despierte del hechizo, entonces todo parece aburrido y no me dan ganas de hacer cosas. Santi, teléfono. Hablemos más tarde. Porque uno desapareció y el otro está en la oficina y el otro se aburre más que yo, entonces sigo tratando de entretenerme con la caída de las hojas aunque falte mucho para abril y la gente empiece, además de coleccionar verdes, a hincharme con un festejo sabiendo que no me interesa, sí me interesa y quiero irme al Cajón del Maipo o al Pochoco a emborracharme y tocar una canción de Los Jaivas en flauta o quizás encender la cámara en algún momento: la vida en los bosques recién comienza y ahora me doy cuenta.
Alguna vez invente una religión pero luego la olvidé, ahora me estoy acordando y creo que los dioses están esperando que me vuelva santo, pero no lo voy a hacer porque me gusta el pescado, sobre todo si lo pesqué con mis propias manos. Anarquía dicen algunos, flojera otros. Desobediencia Civil lo cultos, yo lo llamo biorritmo. Lo llamo todos los días pero no basta con el teléfono, eso dice él, que habla y habla y no hace nada, bueno no me critiques si ahora estoy empezando a hacerlo, estoy gestando ideas y proyectos a fines. Ver para creerlo. Como quieras, no necesito que me creas, yo creo las cosas que no existen, las fabrico.
Ja ja ja, me río de tus sueños, yo también, pero los cumplo.

domingo, 17 de febrero de 2008

El Ángel Encadenado

En el ombligo de la metrópolis, donde el cemento es eterno y la tierra fue sepultada de por vida, hay una estructura anciana que ensucia los estándares estéticos que exige la era de la informática, esta es la Fábrica. Ésta lúgubre edificación, abandonada incluso por las ratas, alberga a un triste huésped, un prisionero, un reo acusado de un crimen que ni la pena capital puede enmendar. Se decidió entonces negarle la salida del mundo terrenal encadenándolo en el rincón más profundo de la Fábrica.
Las cadenas de sus extremidades impiden su movimiento y las de su pecho inhiben la mortalidad. Tal enjambre metálico es una prisión infalible pero flexible.

Con el pasar del tiempo los extremos de las cadenas se oxidaron y el prisionero logró separarlas de las paredes. Su cuerpo podía moverse con dificultad, pero las cadenas adosadas aún a su cuerpo no lo dejaban morir. Mas, a pesar del peso del metal, el hombre aprendió a volar, usando las cadenas como las mortíferas plumas de unas majestuosas alas. Comenzó entonces este Ángel a recorrer los cielos intentando escapar de su castigo.

Ángel es más bien un buitre, un ave carroñera cuyo estómago sólo se satisface con las bacterias que pululan en la carne putrefacta de los cadáveres.
Ángel tiene hambre de sangre humana, pero sus convicciones le impiden dar muerte por este motivo. Es por eso que recorre el techo nocturno de la ciudad en busca de la víctima mortal de algún crimen, algún vagabundo muerto de hambre, de frío o de viejo y si tiene suerte puede alimentarse del cuerpo de un inescrupuloso suicida.

En su juventud Ángel tenía un nombre como el resto de los humanos, pero un día un ardiente fuego arrasó con su pueblo. Todos quienes alguna vez conoció ya no formaban parte de este mundo. El aún estaba ahí. Los dioses decidieron salvarlo de la muerte y es sabido de quien goza de tal privilegio nunca muere, pues lo que dan los dioses nadie lo quita.

Desde entonces Ángel vivió viajando en silencio sin saber por qué podía no morir, recorriendo ciudades, aprendiendo la historia del mundo y descubriendo secretos.
Cuando Ángel se convirtió en un adulto los dioses le dieron a conocer su misión: Debía mantener el equilibrio entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos decapitando a los elegidos, aquellos que poseen una aura negra.
Ángel se negó. Los dioses lo encerraron con hambre caníbal para forzarlo a ejercer su obligación.
Mientras tanto aquel que llaman Hakren aceptó sin dudar el cargo.

Hoy Ángel vive escondido para no toparse con los elegidos. Por la noche sacia su hambre con cualquier cadáver, excepto los ejecutados por Hakren, el único que puede quitarle la vida.

De todas formas, ocultando sus cadenas bajo una larga chaqueta, Ángel suele visitar el mundo humano para beber en silencio un fuerte trago.

Síndrome del miembro fantasma

Antes de acostarme voy al baño y me lavo los dientes, entonces me miro al espejo y veo a otro, me veo y me doy cuenta de todo lo que mentí durante el día.
Me río un poco
¿Mentí o no me gusta lo que es verdad?
Ahora son carcajadas, me los cagué a todos
Son muchas cosas, Por un lado ser prisionero de tu propio personaje, de tu lenguaje, de tus circunstancias, no poder transmitir lo que no tiene explicación y por otro lado no saber con exactitud si yo soy todo o si cada sujeto es único.

Síndrome del miembro fantasma.
Compartirse, ser uno los dos.
Aún me parece extraño.

Manifiesto

En La era de la informática todo tiene contraseña, todo tiene firma, todo tiene huella digital y todo tiene ley. Lo siento niños, no hay donde esconderse.
Yo estoy convencido de que todo contrato le quita valor a la palabra humana, es por eso que no registro mi obra. Yo la escribí y yo decido si la vendo o la regalo.

Señor lector: si la siguiente edición tiene código de barra, derechos de autor, marca registrada o simplemente llego a sus manos desde una impresora que no conozco, no la va a disfrutar, pues alguien los estafó a usted y le vendió un producto a medias. Hipervínculos es una obra artesanal en la que cada ejemplar es único e irrepetible.

El Insólito Doctor Orto

El dilema moral

El Hace las cosas bien, pero ¿qué son las cosas?
¿qué es bien?
El Dr. Orto guarda en su cabeza un remolino de neuronas y contradicciones, mas, a fin de cuentas, es fiel. Ve pasar el día ante sus ojos con irritante tranquilidad y al llegar la noche intenta dormir cuestionándose si ser consecuente vale la pena comparado con el placentero triunfo del hombre ruin.
El Dr. Orto ha estudiado mucho y sabe que las personas están inmersas en un vaivén de eterno cambio, pero cuando hay guerra, nuestro noble Doctor jamás cambia de estrategia, pues como dice la ley de Murphy o alguna de sus variantes
“Las variables no varían y las constantes no son tales” ¿Por miedo? ¿o por el inconciente reglamento impreso en sus genes? El Doctor Orto no lo tiene claro, solo sabe que sufre cuando la derrota se debe a su aparente pasividad calculadora pues se sentiría culpable si actuara como pareciera normal que se debe proceder.
El Dr. Orto percibe las cosas, las piensa, las siente con el órgano del sin sentido pero no logra entenderlas. Él ve el mundo en colores sin contrastes, pero, aunque lo deteste, las opciones se le presentan en blanco y negro y el Doctor termina por elegir muchas veces la alternativa incorrecta para luego preguntarse en el trayecto a casa ¿por qué soy un perdedor?

La fuente de los deseos

El Doctor Otro sabe que el Oso Grizzli abraza con su suave peluche pero desgarra con inconciente navaja. Es por eso que en su bolsillo izquierdo guarda una un arsenal de monedas de un peso por si en el camino se topa con una fuente o con cualquier charco lo suficientemente profundo como para salpicar con el peso de un gramo de aluminio. En su bolsillo derecho lleva un amarillento papel arrugado, el cual lee cada vez que realiza su ritual místico. En dicho pergamino el doctor orto escribió:

“Quiero que sea tranquila pero ambiciosa, espontánea, con arranques de locura pero estable. Que abrace mis sueños y me venda los suyos. Que celebre mi rareza y castigue mi cobardía, que se parezca al mundo pero que no sea como el resto. Quiero que sea la versión bien parida de yo mismo”

El Doctor Orto sabe que es imprescindible nutrirse de la diversidad, pero todos necesitamos respirar el aire que exhala un alma igual.