lunes, 31 de agosto de 2009

Las Trampas de Morfeo

A veces sueño que estoy enmorado. Me despierto feliz, como después de un buen carrete. Ya en la ducha me voy dando cuenta que fué una pesadilla.

jueves, 27 de agosto de 2009

Te cuento que

Después de 3 semanas leyendo el Libro de Manuel en la micro por fin recuperé mi bicicleta. La fui a buscar a la casa del Feco que vive en una casita fea y linda en la calle Paqueta. El calorcito de la noche pre-primaveral me permitió pedalear con los pantalones arremangados y sandalias. Mediando el trayecto me sentí como en un tanque a pedales, la puta madre se me pinchó la rueda, no, si son tres semanas sin la cleta, obvio que me canso y sentí una lija en la garganta, no se si de tanto fumar un tabaco alemán marca "Pepe" rauchen kann zu durchblutungsstörungen führen und verursacht impotenz o si, sí, es el tabaco.
El otoño gris catapulta un existencialismo sombrío pero acogedor, en cambio el fin de agosto, el cielo azul, la noche tibia, la velocidad de la bicicleta y los ahorros para el verano despiertan al verdadero orangután que llevo dentro. No hay nada como vivir en la selva.

miércoles, 19 de agosto de 2009

El almacenero

La 401 llegó a mi parada justo cuando estaba en el último párrafo del capítulo, puedo terminarlo después y empezar a caminar por Pedro de Valdivia, convirtiendo los adoquines rebeldes en un paseo por la galería de mis pensamientos. Ya sabía lo que iba a ver, qué sucedería, qué paisaje se me presentarían y qué actores protagonizarían la escena esperando recibir telepáticamente mi libreto. El lustrabotas lamía el viejo zapato de un viejo barbón que leía quien sabe que panfleto marxista. Semáforo en rojo y un piño de peatones retaba la suerte cruzando Providencia antes de brillar la verde. Los empleados del Shop Dog sacaban las mesas a la calle y las decoraban con manteles rojos, intentando, ante la mirada de una fumadora viejita que ya se había sentado, dar un toque de café literario a su servicio de comida chatarra. En el Starbucks una fila de abogados, arquitectos, oficinistas y estudiantes de periodismo esperaban su desayuno mientras un empleado subía una escalera que venía del subsuelo anudandose el delantal verde. Yo no podría efectuar semejante operación con éxito inmediato, aquel cafetero dominaba su trabajo. El Pollo Valdivia, cerrado como de costumbre, ese polloconpapasfritas que debería devorar algún día de estos. Cruzando 11 de Septiembre, qué nombre para una calle ¿no?, el rebaño humano se introducía en el corral del paradero mediante la guía de pastores contratados por el Ministerio de Transporte y Telecomunicaciones. No voy a tomar una segunda micro si tengo que caminar menos de un kilómetro. En esa misma vereda un carrito blanco mostraba juguitos en caja y sánguches envueltos en nylon mientras el vendedor extraía del interior del carrito un hueso de chancho con algo de carne y mucha grasa colgando, le sacaba una tajada y le preparaba otro pan a una universitaria gordita con ese delicioso sabor a calle sucia, aunque yo prefiero las sopaipillas. Que profesiones ¿no? Chef Callejero, Doctorado en Cafeína, Técnico en Betún para Zapatos, Ingeniero en Transportes, eso no se estudia en la Universidad de las Ciencias de la Informática de la vereda de en frente, la casa del futuro desempleo humano. Pero yo con empleo, reflejando esa cara, como la de un niño que tiene ganas de hacer caca y no tiene ningún baño cerca; esa expresión que mezcla el dolor intestinal con la certeza de que tarde o temprano efectivamente se hará caca en los pantalones. Y que empleo empleo ¿no?, rutina que me engorda y mata. Podría pedir asilo político en la Embajada del Uruguay, irme a Montevideo y empezar una nueva vida, o refugiarme en el consulado Chino, ir al oriente donde, dicen, está el futuro. Que curioso ¿no? La República Oriental del Uruguay y la China frente a frente, pero ¿por qué no tiene brazos esa estatua? Es Galvarino. Más bien debería representar a un guerrero charrúa y no mapuche. Charrúa, uruguayo, me gustan esas palabras, suenan a otro significado. Peruano se me hace como cuello, Uruguay es sombrero y oligarquía suena camisa grande. Debería escribir un diccionario y hacer clases en el colegio de las Monjas Argentinas, podría engancharme con alguna alumna o una Sister y luego ser expulsado por la Madre Superiora. Y el quiosquero ¿le venderá cigarros a las alumnas? No tiene pinta de quiosquero, quizás heredó el oficio de su madre, esa que a veces me atiende con mala onda, mal olor y falsas cejas mal dibujadas. Que aburrimiento ¿no? Fumar, contar el vuelto, leer el diario, contar el vuelto, comprar un cafecito en el negocio de al lado, contar el vuelto, cerrar el quiosco y contar las ganancias. Sí, yo podría ser quiosquero, o almacenero en un pueblo chico y abastecer de tallarines, conservas, jabón en polvo, devedés vírgenes, pilas, vino, fiambre, ollas, pelotas de futbol, pistolas de juguetes, joyas baratas, cartulina y la revista del mes pasado a toda la comunidad de Cochamó, lejos del palacio de la municipalidad, que lindo barrio ¿no?, con esas casa antiguas, aquel edificio rosado de la esquina, calle Mar del Plata, una vez estuve en Mar del Plata y no se si me gustó, casa 1966, timbre, ensayar cara de productividad y a trabajar.

domingo, 9 de agosto de 2009

Combustión Lenta

Narvaez me llamó a las nueve y media de la mañana adelantándose a mis pretensiones de despertar a las once.
-Hermanito, no me dejaste el disco duro en mi escritorio, lo necesito antes de las doce -explica Narvaez con una tranquilidad preocupante.
Una ducha de miserables cinco minutos, un desayuno a medio tragar y antes de abrir los ojos ya me encontraba mal encajado en la micro, compartiendo viaje con otros ridículos madrugadores. Ayer fue viernes, curanto monumental, choritos, almejas, machas, longaniza, papas, chuletas, congrio, y una buena variedad de pisco, ron y vino en la casa del Enano. Si le hubiese dejado el disco duro a Narvaez el mismo viernes en la tarde, ahora recordaría con más satisfacción lo bebido en la noche.
A penas me mantenía erguido en el asiento, gases y ácidos intentaban abrirse camino por el esófago y los destellos del sol me taladraban el lóbulo frontal. Acto seguido llegar a la productora, guardar el disco duro en su caja, tomar un taxi, ir al estudio y hola ¿Narvaez está por ahí? toma, te traje la claqueta también. Ante una pared pintada de verde radioactivo se alzaba una escenografía que emulaba la entrada de una casa. Un actor interpretaba a Tarzán sosteniendo una taza de azúcar. La maquilladora le lijaba el rostro, la vestuarista le revolvía el taparrabo y el Director daba vueltas nervioso. El Nacho me dio un cigarrito y me escape del set para fumar. El cielo estaba preciosamente azul, puro, lejos de aquella química pared verde. Misión cumplida, chau Nacho, me voy, pásalo bien. Nada más tenia que hacer ahí. Caminé hasta la calle Chile España, tomé la 212, me bajé en Providencia, fui hasta la estación de metro Los Leones y mientras sacaba mi billetera para recargar mi tarjeta bip localicé una tabaquería junto a la escalera, donde comenzaba la galería de negocios de la estación. Me agache para ver los prductos en la parte inferior de la vitrina. ¿Por qué el tabaco está tan escondido? Paquetes de dos a diez mil pesos. Hoy en día es difícil encontrar una tabaquería que venda tabaco. Entonces, entre el Aconcagua extra fino y el Drum, localicé un humilde paquete de Cuatro Leguas, el mismo que había comprado el verano anterior en El Bolsón por solo cinco pesos argentinos. ¿Cuánto sale el Cuatro Leguas? Ese que está a ahí, no, el otro, el Cuatro Leguas, no, el que está al lado del Drum, el azul, si, ése es el Drum, el que está al lado de ese, ése mismo. Puta la hueona tonta, no cacha nada de lo que me esta vendiendo. Tres mil seiscientos. Me lo llevo ¡ah! y unos papelillos.

El despertador del celular sonó cuando la micro pasaba por el Apumanque, ya eran las once y recién me debería estar levantando, pero la satisfacción del madrugador es inexplicable; me hice la idea de que estaba aprovechando el día, aunque por otro lado sabía que me estaba levantando temprano sólo porque se me olvidó dejarle el disco duro a Narvaez para que guarde el material de cámara del spot publicitario de azúcar, sabía que había dormido solamente tres horas por irresponsable. Pero ya no me importaba, tenía una bolsita con tabaco y papelillos: máquina del tiempo. El acto de fumar se torna sagrado cuando es uno quien arma el cigarrillo, pues requiere tiempo y precisión, contacto directo con la materialidad, es uno quien controla el proceso de producción, y así ya no se fuma por adición, ya no le doy mi sueldo a la British American Tobacco, se paraliza el tiempo, papelillo con goma natural de combustión lenta. No se traga el humo, no tengo la a obligación de fumar un cigarro fugaz que se consume incluso con el oxígeno a su alrededor, el puchito armado te espera, se apaga si no es fumado, se deja respirar como si fuese aire puro, combustión lenta, tiempo y precisión, contacto directo con la materialidad. Me llamó el Alejo para ir al taller, sábado día del taller. Los libros se deben hacer con cola fría, demora más en secarse pero queda mejor. Hay que tener paciencia para encuadernar, Santi. Tiempo y precisión, contacto directo con la materialidad, combustión lenta, aire puro, nada de pantallas verdes.

martes, 4 de agosto de 2009

Trayectoria

Vueltas, muchas vueltas, no se cuantas. Solía ver a ese hombre dar vueltas por la manzana al menos tres veces durante distintos momentos del día, arrastrando enérgicamente unos pesados zapatos negros, con los puños apretados sobresaliendo de una gastada chaqueta de cotelé, murmurando quién sabe qué fantasías mediante las sutiles modulaciones de su boca mal afeitada que se dejaba ver a través de la rubia cabellera desordenada que al andar rozaba los hombros. Caminaba por la Avenida Macul, luego viraba a la izquierda por Los Espinos hasta la calle Poconchile donde, sin disminuir su paso, seguía hasta la Avenida Rodrigo De Araya, luego subiendo por ésta para volver a introducirse por Macul y empezar un nuevo ciclo.
Todos los días lo mismo. Cuando Llovía se envolvía en una capa tan barata como una bolsa de basura negra y en los días de verano su ruta se mantenía inalterable sin dejar de lucir su desordenada vestimenta, retando al insoportable calor.
Había escuchado que aquel hombre era un asesino y caminaba todo el día para disolver sus deseos de matar. Me enteré también que se trataba de un poeta que llevaba diez años sin poder escribir y escuché decir a un kioskero que este señor había perdido a toda su familia en un accidente que él mismo provocó. Pero la mayoría de las personas creían que se trataba de un loco más, de esos inofensivos que no tienen cura, de esos que nunca se podrá descubrir lo que trama su cerebro. Yo intentaba imaginar su nombre, trataba de adivinar hasta cuando podía caminar. Tal vez su rutina lo dotó de una salud enividiable o quizás el dar tantas vueltas lo envejeció más de la cuenta.

Fue un día espantosamente caluroso, de esos que no dejan espacio ni para las sombras. Al mediodía ya no tenía nada más que hacer, entonces salí de la Escuela de Cine dispuesto a tomarme unas cervezas con Josefo. Crucé el patio delantero mirando mis zapatillas nuevas y al atravezar la reja de entrada un veloz bulto rozó mi mochila. Con un brusco movimiento me di vuelta y vi alejrse la espalda del loco. Aquel roce sacudió mis neuronas y cambió trayectoria. Decidi seguirlo manteniendo distancia para que no notara mi presencia pero sin perderlo de vista. Perseguí su pista por alrededor de una hora. El del restorán chino se dió cuenta de lo que estaba haciendo y en cada vuelta me lanzaba una mirada de desprecio, en cambio, un horrible perro de cuerpo hancho y patas cortas se unió a mi travesía, meando en cada árbol y oloroseando el trasero de cada ser vivo que desfilaba por la vereda. El loco llevaba un ritmo imposible seguir, debo dejar de fumar, pensé, andar en bicicleta no es tan efectivo como salir a trotar. De pronto el quiltro cruzó mirada con un desaliñado pastor alemán y por motivos que nunca entenderé se armó la típica trifulca canina. Gruñidos y ladridos infernales, sutiles mordidas en le cuello, ojos llorosos de rabia y pelos erizados. Todos quienes por allí pasaban se detuvieron a contemplar el espectáculo con placer y temor, hasta que un vendedor ambulante gesticuló quién sabe qué vocablos en un lenguage perro-humanoide y mediante un par de patadas hizo que el pastor saliera corriendo cruzando la avenida Rodrigo de Araya, ganándose, mediante bocinazos e insultos, el odio de los conductores frenando bruzcamente. El quiltro se refugió junto al vendedor en un paradero. Al volver a fijar la vista en mi trayecto noté que el loco no estaba, miré a mi alrededor y no había señales de su paso. Segui caminando, esta vez más rapido, con la esperanza de alcanzarlo a la vuelta de la esquina. Luego de un par de ciclos me rendí. Caminé al paradero en Macul y esperé por casi 45 minutos la 670. Mientras fumaba la vi pasar chorreando gente por todas sus compuertas, entonces decidí caminar a casa.
Arrastrando los pies, pensando en las vacaciones, en los estudios y en ella, llegué a mi hogar sin recordar las andanzas del loco.

Desperté a eso de las 9 de la mañana perturbado por un sueño que no pude recordar. Me tomé una leche con nesquick y salí con la almohada aun en mi cara. Cerré el portón, levanté la mirada y ahí estaba el loco, con su nariz a sólo 5 centímetros de mi frente, gesticulando mudos mantras, parpadeando epilépticamente, vibrando las venas de su frente e irradiando una ira que parecía no poder contener más. Bajé la mirada y sus puños rojos parecían adquirir las proporciones de un guante de box. Me pareció que quería decir algo, sutiles sonidos intentaban tomar forma, entonces un profundo miedo me invadió y eché a correr, me subí a cualquier micro y me quedé ahí, sentado en el fondo, esperando a que mis pulsaciones retomaran su ritmo natural mientras la micro completaba su recorrido ida y vuelta hasta el anochecer.

El loco me va a matar, el loco sabe donde vivo, el loco me va a matar. Al cabo de una semana el miedo se extinguió y también la huella del loco. No lo vi por mi barrio, no lo vi caminar por Macul. Yo, como un meteorito, cambié su trayectoria dirigiéndolo hacia nuevos rumbos, removí sus neuronas hasta sacarlo de su locura o llevándolo hacia una patología más insana. El loco desapreció. Sospecho que absorbí parte de su locura, siento un incontrolable deseo de caminar, de caminar, de caminar, de caminar, de caminar...