viernes, 13 de noviembre de 2009

Epifanía

Su mente divaga de la misma forma que la radio de su celular en el metro. Por momentos la esquizofrénica lucha épica de las obras de Wagner y Mussorgsky estallaban en una soberbia experiencia sonora, entonces los olores, el calor, el sudor, y las caras feas que conformaban el rebaño del vagón desaparecían ante tal banda sonora. Pero cuando un redoble de timbales anunciaba el final de la batalla, una trombosis afectaba al transmisor retorciendo la frecuencia modulada hasta hacerla sangrar ruido a borbotones como si hubiese sido decapitada. En esos momentos de interferencia Héctor se deba cuenta quién era, dónde estaba, a donde iba y por qué. De pronto el huracán se calmó dando paso a un sobrio locutor anunciando las bondades del producto auspiciador. Héctor buscó en la banda hasta enganchar los estridentes gritos de Sandro. Una sonrisa se dibujó en su tibetana careta hasta que la canción finalizó, pues supo que a partir de ese instante ya no era el mismo. Eso.

Futuro

Nadie lo sabe con exactitud, pero la mayoría cree que la edad de Héctor bordea los 60 años, otros aseguran que es mucho más. Su piel dura refleja a un hombre que en su juventud debe haber sido todo un adonis y aunque sus ojos vidriosos revelen el desgaste de una dura vida, aun conserva un estado físico, envidiable incluso para los jóvenes, que lo congela como un hombre de cincuenta. Su cabeza se sostiene sobre un firme cuello revelando una aun poblada cabellera gris, por sus orejas, agrandas tras el paso del tiempo, se desliza unas sutiles patillas del siglo diecinueve que acarician sin pudor los marcados huesos de la quijada, dándole un aspecto rudo y familiar. Viste camisa a rallas, suéter kaki abierto, pantalón gris y mocasines marrón. Es como un adolescente adornado en ropa usada. De joven aprendió el oficio de electricista y a lo largo de su vida supo ser soldador, carpintero, mecánico, plomero y chofer. Tanto trabajo le dio a sus manos piel de tiburón, capaz de destapar una cerveza sin esfuerzo alguno o resistir el recalentado metal de la parrilla cuando esta se desploma durante algún asado con los empleados de la empresa. Jubilado ya, en momentos de ocio se escapa de sus hijos para cumplir con algún trabajito, Subido en la micro aguanta el embotellamiento jugando con el celular que le regalo su sobrina. Con una mano ejecuta el aparato y con la otra sostiene una lupa que no se desarma gracias una tonelada de huincha. Sus amigos le dicen que se compre unos lentes, pero Héctor sostiene que no hay nada más útil que una lupa, pues además le servirá para encender fuego cuando se valla de viaje, si es que logra juntar la suma necesaria con esos trabajitos que se consigue a escondidas de su doctor, de sus hijos, hermanos y gobierno. Héctor es un hombre de pocas palabras, observador, asertivo, quizás sabio, al menos así lo ven sus cercanos, sin embargo su nieta lo trata como igual, sabe, sin saberlo, que está confundido, que aun no decide qué hacer cuando sea grande, que tiene que madurar y por eso se va de viaje, por eso lo confió sus planes a su más pequeña heredera y ella guardó el secreto como si fuese un juego. Héctor está decidido, se lo debe a su difunta esposa, se lo debe a si mismo. Después de tantos años aún intenta imaginarse en vano como seria su vida siendo viejo.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Mil Caras

Cuando vemos a un actor o actriz en escena, ya sea en teatro o cine, hay un factor que determina su éxito más allá del talento que posea o su canon de belleza. Es la fotogenia, la relación entre un rostro y la luz, la forma en que los espectros de colores rodean y acarician la mandíbula, la cuenca de los ojos, el pelo, la frente y la nariz. Aquel rostro baila con la luz revelando mil caras, cada una más bella e interesante que la anterior, sobresale la forma de los huesos mostrando su perfecto diseño armonioso. En un plano cerrado se puede percibir la textura de la piel, aquel ripioso paño que queremos tocar, mucho más interesante que cualquier tela inmaculada. Podemos apreciar en un detalle la irregularidad de los labios, la prominencia de las cejas, la alegría de las orejas y la soberbia presencia de la nariz. Los focos hacen el amor con el rostro pariendo un ser perfecto e infinito.