jueves, 9 de junio de 2011

Navegando

El despertador de la TV se accionó a las 5 de la mañana, media hora más estaba en el puerto de Iquitos. Allí abordé una lancha turbo, una especie de bus acuático ultra rápido, que en 20 horas me llevó hasta la triple frontera.
Del lado peruano hay un pueblito en una isla llamado Santa Rosa, luego, cruzando el amazonas hacia el norte hay una ciudad grande dividida en 2: del lado colombiano se llama Leticia y en Brasil Tabatinga.
Después de sellar mi salida en la aduana peruana me dirigí a Leticia. Allí sentí inmediatamente una energía positiva muy poderosa. Todo en Leticia emanaba una fuerte alegría colombiana, desde los habitantes hasta los pájaros que acudían en masa a la plaza, como en la película de Hichcock. Faltaban dos días para que saliera el barco hacia Manaos, entonces decidí pasarlos en Colombia. Parte de mi quería seguir viaje por ese país, allí, junto al rio, ví el mas precioso ocaso de mi vida.

Al medio día del sábado estaba yo en el puerto de Tabatinga haciendo cola para subir al Voyager IV. La policia federal dispuso los equipajes en tres filas y, luego de un estricto control que incluía perros adiestrados, por fin estaba abordo.
Instalé colgué mi hamaca entre una pareja de belgas y un antropólogo paraguayo que se dirigía a Guyana a trabajar con una comunidad nativa.
El Voyager IV es un Barco de Madera de 3 pisos, en los dos inferiores se cuelgan las hamacas (un centenar quizás) y están los baños y el comedor mientras que la cubierta superior tiene un barcito. Allí los días eran más o menos iguales: a las 6 de la mañana me despertaba un timbre que anunciaba el desayuno, consistente en pan, mantequilla y café con leche. El almuerzo y la cena se servían alas 12 y alas 18 respectivamente. El mismo timbre anunciaba las comidas y los más atentos corríamos para agarrar los primeros puestos, pues, debido a la gran cantidad de pasajeros, se comía por turnos que eran controlados por un viejito con aires de profesor rural. La comida funcionaba como un buffet, pero no había mucho para elegir, pues siempre se servía lo mismo: fideos, arroz, carne y pollo cocido y porotos.
Además de leer y contemplar la selva el tiempo lo pasaba jugando un diminuto ajedrez magnético y conversando con el grupete de turistas, que ademas de los ya mencionados incluía a un chef servio, 2 inglesas que se encargaban de entretener alas niñitas del barco, 3 estadounidenses y un sueco. Con ellos vi la final de la Champions League el primer día de viaje.
Luego de 4 días llegamos a Manaos como a las 7 de la mañana. Todo el grupo fuimos a parar al mismo hostal.

Manaos es una ciudad bien grande, como cualquier otra, con un centro histórico pintoresco, fabricas de autos y electrodomésticos y el célebre Teatro de la Opera. Quizas habían más atractivos pero el calor no me permitía hacer grandes pasesos, por lo tanto pasé los 3 dias siguientes en el Hostal, leyendo y conversando.
El último día ya se habían dispersado todos los gringos que venían en el barco. Yo partí solo hacia el puerto donde me embarqué en el Stenio Araújo con destino a Porto Velho.
Este barco era más o menos como el Voyager IV pero más chico, de sólo 2 pisos y de madera. Los turnos de las comidas y demás asuntos domésticos estaba a cargo de un viejo panzón desdentado que, según pude entender, había estudiado medicina en Bolivia.
El viaje lo pasé leyendo, escribiendo y conversando con Miguel, un oriundo de Santa Catarina que aprovechaba cualquier tema para menospreciar la política brasileña y sus coterráneos del norte, que según MIguel no tiene educación, son sucios, escuchan música de borrachos y bailan como Prostitutas. Fue difícil escaparse de Miguel, pues su hamaca estaba junto a la mía y era de los pocos que hablaban español. Sin embargo pude tener diálogos más estimulantes con Brett, australiano, y su esposa sur coreana (¿Kim Park Sun, Ji Chang) Duk?) Esta pareja estaba decidida a recorrer los grandes ríos de Sudamérica. Desde el Orinoco hasta el Paraná. Ahora se dirigían a los pantanales de Bolivia.
A pesar de todo el Stenio Araújo tenía sus enretenciones: por las noches traían un televisor de 14 pulgadas a la cubierta superior y Allí se apelotonaba un tercio de los pasajeros para ver el dvd en vivo de algun músico local, documentales, lucha libre y alguna película de Chuck Norris mal doblada al portugués.
Finalmente, después de casi 5 días de viaje, llegué a Porto Velho. Me instalé en un hotelcito barato, donde por 30 reales (unos 9 pesos chilenos!!!!!) tenía derecho a una cama y un ventilador.
Mi misión en Porto Velho era llegar a Misiones como fuera posible. Después de mucho averiguar compre un pasaje en avión, que valía un poco más que el pasaje en bus (el viaje en bus era de como 4 días). Así que después de dos noches en Porto Velho, inmovilizado por el calor, fui al aeropuerto y en 4 horas ya estaba en la República Argentina, con una temperatura agradable, precios aceptables, citroens y renaults viejos. Y bidé.

jueves, 2 de junio de 2011

Planta

La última semana la pasé en una pequeña cabaña en medio de la selva. Allí me entregué a los conocimientos de un Chaman llamado Luis. En esas tierras vive Luis con su señora Sara (tenieta governadora de una pequeña comunidad nativa) y sus hijos.
Durante ese tiempo me sometí a una extricta dieta vegetariana y a 3 maravillosas ceremonias de Ayahuasca, una planta con la que se prepara un brebaje que posee potentes propiedades curativas y en algunos casos alucinógenas. El Ayahuasca actua limpiando el cuerpo y abriendolo para que se cargue de energía, energía que pude sentir como nunca lo había imaginado: es una fuerte vibración, como si estubiera sosteniendo una motosierra. Podía sentir la planta actuando enmi cuerpo y de pronto me convertí en un insecto con muchas patas, estaba parado en una gran lancha que viajaba por el rio, desde allí vi paisajes de fantasía, criaturas de todo tipo, colores y sonidos de la selva, todo llenandome de mucha felicidad, como la que siente Homero Simpson en la Tierra del Chocolate.
Pero las visiones son solo una parte del proceso, lo importante es la limpiesa y la sanación que depende en un 50% de uno mismo, de la fe, de la rigurosidad en la dieta, un 20% de la energía del Ayahuasca, otro 20 lo pone Dios y el porsentaje restante es el aporte de Luis, que en todo momento me recordó en la mente existen dos opciones: si y no, mientras que en el corazón solo es posible el si. El Ayahuasca ayuda esclarecer los pensamientos y sentir el alma, y si la fe es fuerte puede cuarar cualquier enfermedad, incluso el Sida.
Los dias en la selva fueron de mucha tranquilidad. Pasé la mayor parte del tiempo solo con mis pensamientos pues el proceso activó mi mente generando muchas ideas y sentimientos. Observava los sonidos, las plantas, los insectos, la lluvia, caminaba, tocaba flauta y hasta llegué a hacer algo que no creia capaz de lograr: leer una novela de trescientas y tantas páginas en inglés que encontré entre una pila de libros en alemán que algun turista dejó quien sabe cuando.
Hoy me siento con energías renovadas y mucha confianza. Mañana me esperan 10 horas de viaje en lancha hasta la frontera con Colombia y Brasil, allí pretendo tomar otro barco hacia Manaos. Comienza Brasil!!

jueves, 19 de mayo de 2011

De la Sierra a la Selva

Han pasado muchos días desde que salí de Montañita: primero una semana en Quito, en el barrio cuico de Cumbaya, donde los primos de un vecino de Palomo. Allí fuimos bien atendidos, comimos como animales y aprovechamos de conocer la ciudad. En Ecuador se realizó la consulta popular donde la gente votó si o no a 10 propuestas del gobierno, entre ellas prohibir los casinos y las corridas de toros. Ganó el si, pero alcanzamos a gastar unos 100 dolares en la ruleta y el poker antes de que cerraran estos recintos.
La siguiente semana la pasamos en Baños, el pueblo turístico estrella del Ecuador, con una onda parecida a Pucón, en medio de las montañas y lleno de cascadas. Allí hicimos un paseo en bici al Pailón del Diablo, una cascada espectacular, mas cercana a los dioses que al demonio, pero al estar desnudo bajo sus furiosas aguas pude entender la razón de su nombre. Luego nos fuimos a Coca, en la parte más oriental del país, donde se acaban los caminos. El último día en Coca, recién pasado el amanecer me despedí de Palomo que ya comenzó su retorno y yo me embarqué en una lancha larga con varios pasajeros que en 10 horas me dejó en Nuevo Rocafuerte, un pueblo en la frontera con Perú.
Pasé dos días en aquel pueblito viendo como llegar a Iquitos, pues no tenia mucha plata a mano y estaba muy lejos del próximo cajero, pero por fortuna llegó un barco de carga que se ofreció llevarme a Iquitos por 70 dolares, incluyendo comida y cama.

Ese día me levanté antes del amanecer y me uní a la tripulación de Impesa IV, un pequeño barco de 2 pisos que empujaba una gran plataforma con 27 sacos gigantes de cemento y extraña maquinaria petrolera. Elegí mi camarote, me acomodé y con un pucho contemplé la salida del sol. Luego Gilberto, el capitán, encendió el motor mientras Rafael desenganchaba el barco y zarpamos los 3 por el río Napo. A las 2 horas de viaje cruzamos la frontera y llegamos a Pantoja, un pequeño pueblo donde hicimos migraciones. Ahí se nos sumó Shinji, un turista japones. Shinji es un farmacéutico hincha del Yokohama Marinos que dejó su trabajo y novia para recorrer América y ver a su selección en la Copa América, solo en Jujuy y Cordoba, pues no tiene esperanzas de acceder a segunda fase.
El viaje continuó en silencio. Me senté a contemplar el río marrón, la impresionante espesura verde de las orillas y el antojadizo espectáculo de nubes, cielo y lluvia. Cada 15 minutos pude ver en ambas orillas entre los árboles casitas como palafitos techados sin paredes y en algunos casos pequeñas aldeas conformadas por estas preciosas viviendas. Al oír el barco niños y grandes corrían a contemplar el evento del día.
Al atardecer Rafael nos deleito con arroz, bagre frito, yuca, plátano cocido y menestras.
Una vez satisfechos nos anclamos junto a una aldea para pasar la noche. Algunos aldeanos se acercaron en canoas para cambiar plátanos y gallinas por gasolina. Los adultos negociaban y las niñitas, que correteaban por el barco, nos miraban con ojos brillantes y sonrisas avergonzadas.
Esa noche me dulce con un balde de agua marrón y me sentí mas limpio que nunca. Acompañados de unos puchos, con Shinji contemplamos las luna llena entre las nubes hablando de los gringos, de fútbol, mujeres y Dragon Ball.
A las 9 el barco se quedó a oscuras y en silencio, revelando el estremecedor murmullo amazónico, interrumpido pro momentos por el sonido del agua golpeando el casco metálico del barco.
Los siguientes días fueron más o menos iguales, hasta que el cuarto día, recién salido el sol, llegamos al pueblo de Mazan, allí tomamos una lancha rápida que por 12 soles nos dejó a mi y al ponja en Iquitos. Pasé el dia dando vueltas por la ciudad, admirando los comercios, las mercaderías, la gente, los motocar (motos triciclos que sirven de taxi), las edificaciones afrancesadas y venidas a menos, los olores, los colores, el ruido y el agobiante calor.

viernes, 22 de abril de 2011

Burbuja

Montañita es un balneareo de ficción, constantemente llegan turistas como hormigas después de un picnic. En el pueblo hay gringas en hamacas, artesanos y malabaristas de todo tipo, carritos con comida, discotecas, restaurantes pseudo étnicos y bares ambulantes. Todas las noches hay fiesta, abunda la marihuana, el alcohol, la coca y el sexo. De cada 3 locales en uno suena música reggae y las olas convierten a Montañita en otro epicentro surfista. Sin embargo, en la punta, alejada del pueblo, todo es más tranquilo, allí está el camping de Vito. Vito es un loco de unos 60 años, mezcla de Charly García, el Señor Miyagi y Gollum. El tipo de joven era buzo y hace 36 años se instaló en la zona cuando solo había un par de casitas. Hoy sus vecinos son hoteles y cabañas carísimas mientras él solo cobra 2 dolares por persona. En su oasis la gente se queda meses, algunos no pagan y pasan a ser parte de su grupo de esclavos o hijos putativos como él los llama, otros sobreviven vendiendo mojito en la playa, artesanías, animando carretes o vendiendo sanguches. Para todos ellos Vito es como un padre, o un tío medio loco, que les cocina, los putea y los sana con sus pócimas de la selva y del fondo del mar.

Todas las mañanas el calor me saca de la carpa, entonces me tiro en una hamaca en la terraza que da al mar. Pasa el rato y ya hay tres zombies más en la misma condición. De a poco terminamos de estar dormido y el hambre comienza a taladrar, nadie quiere ir pueblo con este calor, en verdad nadie quiere moverse de su hamaca, quizás solo para tirarse al agua. Únicamente nos queda esperar el desfile de vendedores ambulantes. A lo lejos se ve un hombre cargando mercancía, todos levantamos la cabeza pero la volvemos a bajar cuando descubrimos que se trata del tipo que vende hamacas y sombreros, luego viene el de las empanadas con poco queso que solo están calientes si el día no esta nublado, algunos le compran al de las cazuelas y camarones apanados con arroz, después se aparece la francesa que vende galletones con sabor a mantecol, también el de las empanadas de pollo con ají y limón y, por supuesto, el tipo que vende cigarros.
A lo mejor Vito cocina algo esta noche, sino un choclo asado con queso en el pueblo, luego cerveza. Y ron. Y una empanada. Y 2 plátanos para el desayuno, ya sabemos que los días son largos, pero no aburren, hipnotizan. Mas todo aquí es una mera ilusión, una fantasía de fiesta, vicio, y conversaciones banales. Ya me quiero ir.

sábado, 26 de marzo de 2011

Hoy

Los días pasan sin el peso del calendario El ocioso silencio se disfruta y da mucho que pensar, ya sea en el futuro o en el presente. De 20 hostales ¿Cual fue el mejor? ¿Cuanto he gastado en encendedores y papel higiénico? Me voy el lunes o me quedo? Hasta que el hambre calla todas las voces y me lleva a la calle. Recorro el pueblo en busca de un menú barato, una hamburguesa (le ponen papas, ensalada y todo al pan y las salsas las hacen cundir con agua), churros o fruta, descubro almacenes que no había visto, ve las´mismas artesanías de siempre y un incesante desfile de morenas peruanas y gringas rubias. Ya satisfecho intento dormir un poco en la playa mientras mi mano juega con la arena, entonces el calor se vuelve insoportable y al mar, una playa espectacular, agua tibia u olas precisas. ¿Unas cervezas? claro, 4 por 10 soles la Club. Las botellas pasan, cae la noche y el calor apenas disminuye. Mientras tanto llega más y más gente a los locales de bambú. La música sube el volumen y de pronto todo Máncora es una fiesta en la playa con tragos de colores y nombres ridículos, pachanga y música electrónica. De pronto el hueveo se acaba, en 5 minutos todo se apaga. Ya son las 3 de la mañana y la ley dice no más, sin embargo la multitud no tiene sueño, todos viven la ilusión de la fiesta eterna, aun hay artistas en monociclo y malabaristas de fuego, parejas en la playa y gente en movimiento. Los cabros de la feria me dicen que la fiesta sigue en "El Ponit", un hostal de lujo a 15 minutos caminando por la playa. Fuimos y en 3 horas ya estábamos de vuelta, el sol se asomaba y yo cerraba los ojos.
Calor, mucho calor. En el hostal de al lado suena una banda de cumbia en vivo y son las 10 de la mañana de un día domingo. Me ducho con agua fría y no tengo ganas de salir; juego ajedrez, leo en la hamaca, escribo, fumo y sigo escuchando la monótona cumbia romántica que no se detuvo hasta las 6 de la tarde, cuando ya habían cumplido su horario de oficina. Quizás hicieron una pausa para almorzar, no se, pero imagino a los músicos con sandalias, camisas floreadas, teclados y trompetas encadenados a una gran bola de acero, cagados de calor, obligados a sonreír, haciendo que la fiesta no se acabe nunca.
Sigo viaje por que avanzar me motiva. Dejo atrás una semana placentera en Máncora y esta noche viajo a Guayaquil, Ecuador.

sábado, 19 de marzo de 2011

Cero Metros

Y fuimos a Machupicchu. El camino fue un verdadero rally; el chofer (que en verdad corría rally) llevó la combi y sus 12 pasajeros al límite por una angosta carretera de tierra que constantemente se enroscaba en los frágiles cerros esquivando precipicios, derrumbes, ríos y la espesa selva que comenzaba a asomarse. Lego de infinitas vueltas la montaña rusa se detuvo junto a las vías del tren en una Hidroeléctrica escondida al interior de las montañas. Ahí iniciamos, al atardecer, una caminata de dos horas hasta Aguas Calientes. Llegamos de noche, mojados y hambrientos, sin embargo pudimos disfrutar, después de mucho tiempo, de una ducha caliente y con presión. Como a las cuatro de la mañana comencé a caminar hacia la magnífica ciudad construida por Pachacutec. Llegué minutos antes del amanecer y hasta el medio día me perdí por las terrazas de tiempos remotos y vidas pasadas.
Antes de volver a Cuzco tuve tiempo de recorrer Aguas Calientes, un pueblo dentre una y cinco estrellas que brilla en medio de la jungla, para regocijo del turista de cualquier tipo, durmiendo junto torrentoso río Urubamba. Daba la impresión de que el pueblo solo era una molesta roca que por casualidad cayó al río y no tardará en desaparecer.
El camino de vuelta fue igual de intenso, pero mas animado gracias a un grupo de chilenos que paraban en cada pueblito a comprar Pilsen Callao y tres chicas griegas (todas llamadas María) que no paraban de celebrar.

De Cuzco salimos a las 5 rumbo a Pisco, en la costa. A la media noche nos comimos un derrumbe que nos tubo toda la noche parados rodeados de niños inquietos y escurridizos aromas a baño químico y mierda. 20 horas después llegamos Nos vajamos en el cruce de la Panamericana con Pisco habiendo pasado por un ciclo de cine de la más fina selección: Rápido y Furioso de la 1 a la 4 soportando el calor en un lento y cobarde bus. Si hubiésemos viajado directo a Lima veíamos también la parte 5.
La urbanización donde nos vajamos correspondía a la Villa Tupac Amaru, a unos 10 minutos de Pisco. En Pisco comimos hamburguesas, fumamos, dimos una vuelta y volvimos a nuestro alojamiento en la villa. Me dio la impresión de estar en una mezcla entre Algarrobo y Calama.
A la mañana siguiente viajamos a Lima. Nos hospedamos en el centro, en la azotea de un antiguo edificio centenario, con el balcón mirando la estatua de San Martín en la plaza del mismo nombre. Lima conserva muchos edificios y casa antiguas en muy buen estado. Posee un centro limpio y lleno de turistas y comercio. Es muy parecido a Santiago; de noche salen las putas y travestis, por todos lados hay gente buscando carrete y hasta el amanecer se puede comprar una hamburguesa. Pero lo más similar son ciertas calles y barrios que evocan a Ñuñoa, Macul, Bellavista, Pocuro, Bilbao o Av. Matta. En las calles no se cansaban de repetirnos que somos pueblos hermanos pero las elecciones próximas a realizarse despertaban un creativo fervor patriota y chovinista: en un lienzo podía leerse "Toledo, candidato de Chile y del Anticristo"

Con una leve resaca de piscola peruana pasamos la noche en un bus rumbo a Trujillo. Llegamos a las 8 de la mañana y fuimos directo a Huanchaco: un diminuto paraíso surfista en medio del desierto con preciosas casas de concreto y curiosas ruinas. Por momentos no se si Huanchaco se esta construyendo o desmantelando. De todas formas el verano acá se acaba y podemos gozar de los bajos precios y de la poca gente, aunque los gringos no se cansan de aparecer (mientras más al norte, más gringos). Recorremos el paseo costero, comemos el menú de 5 soles y vemos la Champions League en el hostal. Mañana Jueves partimos a Máncora, el último paraíso taquilla del norte del Perú.

martes, 8 de marzo de 2011

Tongoy

Sucre es una ciudad blanca, antigua y moderna, como una radio a tubo bien conservada. Los niños juegan con espuma "Rey Momo" y hay que estar atento porque en cualquier esquina se puede ser victima de una emboscada de agua desde algún auto o balcón. Una pequeña niña armada con la ultima tecnología lanza agua con estanque de reserva en la espalda y doble cañón puede arruinar tu ropa recién lavada. Sin embargo en Oruro las preocupaciones son otras. A una semana del inicio del carnaval, el gremio de transportistas amenaza con impedir el desarrollo normal de dicho evento si no se atienden sus alegatos: mantener el alza de las tarifas (50 centavos más para el boleto de micro). Pero pareciera no importarle a la gente, cp,p si consideraran infantiles o falsas las amenazas de estos trabajadores. En el viejo, sucio e hiperquinético Oruro nadie puede luchar contra el rito religioso. El mercado rebosa de productos imprescindibles para fusionar tiempo sagrado y profano en un solo momento místico: fuegos artificiales, máscaras, vírgenes, santos, bombos y zampoñas. Ya se siente el olor a fiesta, pero aun no hay turistas. Las distintas escuelas y agrupaciones ensayan durante las noches acaparando plazas y compitiendo entre ellas, sobre todo agrupaciones de jóvenes orgullosos de su cultura, cantándole al amor en un trance murgero.
el tiempo en Bolivia se nos acaba y Oruro tubo que ser desechado. volvimos a La Paz y vimos a los transportistas hacer de las suyas: tenían bloqueos en el camino, barricadas y neumáticos encendidos, vimos a unos hombres apalear a un temerario taxista que decidió trabajar, nos apedrearon el bus y paramos en el camino, lejos del terminal.

En La Paz, ruidosa y vibrante, nos encerramos en la burbuja turista. Compartimos pieza con unos chilenos recién llegados (se dirigen al carnaval de Oruro) en el hostal Paris y carretiamos al ritmo del ron "Boca Rica" (16 Bolivianos, unos 1000 pesos).

Luego de dos maravillosos días al pedo nos fuimos a Copacabana, ciudad preciosa, donde el ladrillo desnudo sí alcanza armonía con la arquitectura colonial. allí los hippies venden sanguches y caipiriña para extender su estadía a orillas del infinito Titicaca. Y por supuesto fuimos a la Isla del Sol. Un bello oasis turistico pero sin magia. Las ruinas incas no hacen más que coronar un adorno, un cenicero o una concha con ojos de plastico en cuya base se puede leer "recuerdo de la Isla del sol". Sin embargo la tradición Mitimae está presente ahí: aymaras orgullosos de su pasado inca.
Volvimos a Copacabana. Tomando una cerveza en el Kiosco Carmencita a orillas del Titicaca el Palomo me comenta que Copacabana es igual a Tongoy, en eso llegan dos borrachos montados en una bicicleta, saludan a Carmencita y le piden 2 paceñas de 600ml. Nos hablan de lo lindo que es Iquique, de lo caro que es comprarse un auto en Bolivia y del mal desempeño de Evo. 2 borrachos podrían decir lo mismo en Tongoy... pero con una Escudo y una empaná de pino CALIENTE.

Ayer jueves cruzamos la frontera sin saber en que país nos encontrábamos hasta que llegamos a Cuzco, el lugar más turístico que he visto en mi vida. Te atienden como rey y te persiguen para que les compres bufandas y gorros. Por lo menos aquí hay cultura gastronómica.
Anoche nos quedamos en una pieza con baño privado limpio y televisión con cable. Vimos tele hasta las 3 de la mañana.
Este finde vamos a carretiar como corresponde y quizás el lunes o el martes vamos a Machu Picchu.Ojala el turismo no arruine las ruinas.

jueves, 24 de febrero de 2011

Impresiones

En Potosí marchaban con asombroso orden las distintas juntas de vecinos, cooperativas, cholas y agrupaciones de toda clase en dirección a la plaza principal clamando "NO AL TARIFAZO, EL PUEBLO TIENE HAMBRE" y así como llegaron se fueron. Sin disturbios ni desmanes típicos de las violentas manifestaciones de descontento en Plaza Italia.
Sin embargo el sábado nos mostró una faceta diferente. La lluvia cálida y fina instaló el ambiente húmedo del Carnaval Minero. El Tío (diablo, dueño de la mina) bajó del Cerro Rico, celebrado por los bailes borrachos y coloridos de las Cooperativas Mineras. Entre bombitas de agua, espuma, y comida típica, el pueblo se apiñaba en los pobres cerros a disfrutar el desfile de las surreales diabladas que bailaban al ritmo de bombo, caja, tuba, trombón y trompeta.
La lluvia continuó durante todo el día y cuando nos fuimos a dormir aun faltaban por desfilar unas 20 Cooperativas.
Hoy domingo abandonamos el pobre, rico, bello y feo Potosí para desembarcar en Sucre, otra Bolivia, limpia, blanca y de clase alta pero siempre escupiendo sobras humanas.
Sucre me recuerda, no se por qué, un poco a Bahía Blanca, por ciertos barrios, calles y casas y por sobre todo, como en toda Bolivia, por las casas de ladrillo al descubierto sin terminar de construir, como en Ángel Brunel 679.
Nos instalamos en un un precioso y antiguo hostal de 200 años con balcón hacia el mercado. Desde allí pude pasar horas observando el organico moviemiento de la ciudad, su aroma a comercio, su psicodelico color y y la armonioso barullo de bocinas, gritos, silbatos, radios, pregones y risas.