jueves, 9 de junio de 2011

Navegando

El despertador de la TV se accionó a las 5 de la mañana, media hora más estaba en el puerto de Iquitos. Allí abordé una lancha turbo, una especie de bus acuático ultra rápido, que en 20 horas me llevó hasta la triple frontera.
Del lado peruano hay un pueblito en una isla llamado Santa Rosa, luego, cruzando el amazonas hacia el norte hay una ciudad grande dividida en 2: del lado colombiano se llama Leticia y en Brasil Tabatinga.
Después de sellar mi salida en la aduana peruana me dirigí a Leticia. Allí sentí inmediatamente una energía positiva muy poderosa. Todo en Leticia emanaba una fuerte alegría colombiana, desde los habitantes hasta los pájaros que acudían en masa a la plaza, como en la película de Hichcock. Faltaban dos días para que saliera el barco hacia Manaos, entonces decidí pasarlos en Colombia. Parte de mi quería seguir viaje por ese país, allí, junto al rio, ví el mas precioso ocaso de mi vida.

Al medio día del sábado estaba yo en el puerto de Tabatinga haciendo cola para subir al Voyager IV. La policia federal dispuso los equipajes en tres filas y, luego de un estricto control que incluía perros adiestrados, por fin estaba abordo.
Instalé colgué mi hamaca entre una pareja de belgas y un antropólogo paraguayo que se dirigía a Guyana a trabajar con una comunidad nativa.
El Voyager IV es un Barco de Madera de 3 pisos, en los dos inferiores se cuelgan las hamacas (un centenar quizás) y están los baños y el comedor mientras que la cubierta superior tiene un barcito. Allí los días eran más o menos iguales: a las 6 de la mañana me despertaba un timbre que anunciaba el desayuno, consistente en pan, mantequilla y café con leche. El almuerzo y la cena se servían alas 12 y alas 18 respectivamente. El mismo timbre anunciaba las comidas y los más atentos corríamos para agarrar los primeros puestos, pues, debido a la gran cantidad de pasajeros, se comía por turnos que eran controlados por un viejito con aires de profesor rural. La comida funcionaba como un buffet, pero no había mucho para elegir, pues siempre se servía lo mismo: fideos, arroz, carne y pollo cocido y porotos.
Además de leer y contemplar la selva el tiempo lo pasaba jugando un diminuto ajedrez magnético y conversando con el grupete de turistas, que ademas de los ya mencionados incluía a un chef servio, 2 inglesas que se encargaban de entretener alas niñitas del barco, 3 estadounidenses y un sueco. Con ellos vi la final de la Champions League el primer día de viaje.
Luego de 4 días llegamos a Manaos como a las 7 de la mañana. Todo el grupo fuimos a parar al mismo hostal.

Manaos es una ciudad bien grande, como cualquier otra, con un centro histórico pintoresco, fabricas de autos y electrodomésticos y el célebre Teatro de la Opera. Quizas habían más atractivos pero el calor no me permitía hacer grandes pasesos, por lo tanto pasé los 3 dias siguientes en el Hostal, leyendo y conversando.
El último día ya se habían dispersado todos los gringos que venían en el barco. Yo partí solo hacia el puerto donde me embarqué en el Stenio Araújo con destino a Porto Velho.
Este barco era más o menos como el Voyager IV pero más chico, de sólo 2 pisos y de madera. Los turnos de las comidas y demás asuntos domésticos estaba a cargo de un viejo panzón desdentado que, según pude entender, había estudiado medicina en Bolivia.
El viaje lo pasé leyendo, escribiendo y conversando con Miguel, un oriundo de Santa Catarina que aprovechaba cualquier tema para menospreciar la política brasileña y sus coterráneos del norte, que según MIguel no tiene educación, son sucios, escuchan música de borrachos y bailan como Prostitutas. Fue difícil escaparse de Miguel, pues su hamaca estaba junto a la mía y era de los pocos que hablaban español. Sin embargo pude tener diálogos más estimulantes con Brett, australiano, y su esposa sur coreana (¿Kim Park Sun, Ji Chang) Duk?) Esta pareja estaba decidida a recorrer los grandes ríos de Sudamérica. Desde el Orinoco hasta el Paraná. Ahora se dirigían a los pantanales de Bolivia.
A pesar de todo el Stenio Araújo tenía sus enretenciones: por las noches traían un televisor de 14 pulgadas a la cubierta superior y Allí se apelotonaba un tercio de los pasajeros para ver el dvd en vivo de algun músico local, documentales, lucha libre y alguna película de Chuck Norris mal doblada al portugués.
Finalmente, después de casi 5 días de viaje, llegué a Porto Velho. Me instalé en un hotelcito barato, donde por 30 reales (unos 9 pesos chilenos!!!!!) tenía derecho a una cama y un ventilador.
Mi misión en Porto Velho era llegar a Misiones como fuera posible. Después de mucho averiguar compre un pasaje en avión, que valía un poco más que el pasaje en bus (el viaje en bus era de como 4 días). Así que después de dos noches en Porto Velho, inmovilizado por el calor, fui al aeropuerto y en 4 horas ya estaba en la República Argentina, con una temperatura agradable, precios aceptables, citroens y renaults viejos. Y bidé.

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