lunes, 21 de septiembre de 2009

Fonda

No se cuantas horas llevaba caminando, arrastrando los pies por el desierto más seco del mundo. El sol del norte erosionaba mi piel y ya no había más saliva que tragar. Eso de los espejismos es mentira, daría lo que fuera por ver un oasis, aunque fuese pura mentira, ni siquiera serpientes venenosas hay por aquí. Entones levanté la mirada y el Inti atravesó mi cerebro dejándome en animación suspendida. Un sutil levantamiento de arena trajo el murmullo de tambores y bajas frecuencias. Distinguí bombo, platillos y tuba. Al poco rato apareció una caja, trompetas y trombones. Un demonio pasó a mi lado seguido de un contingente de bailarinas y la orquesta de bronces develando la diablada en su máxima expresión. El murmullo pagano se alejó con un segundo remolino de arena y yo caí rendido en el pasto. En el escenario de al lado comenzaba un concurso de cueca y el Tita me ofrecía mote con huesillo.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Leitmotiv

Ayer llovió y la mañana se alza espectacularmente azul fría, aun hay lagunas por todas partes y algunos se resisten al optimismo cargando botas y paraguas. Envuelto en guantes de cuero, gorro de lana y bufanda salgo a la calle rompiendo el viento con una bicicleta de ruedas delgadas. Sin espejo retrovisor el oído es el mejor aliado del ciclista, mas hoy es momento de irresponsabilidad, de mis orejas cuelgo audífonos conectados al celular, traduciendo en vibración acústica la onda electromagnética de 96,5 megahertz de la frecuencia modulada donde Radio Beethoven transmite una de esas impresionantes tonadas épicas de Richard Wagner.
Unos violines chillones y asesinos me llegan como la primera cachetada de brisa helada seguidos del retumbar de timbales al cunetearme, perder un poco el equilibro y pasar rebotando sobre el pavimento en mal estado. Las flautas anuncian la tranquilidad al retomar el control en la calle y el resto de los instrumentos se unen al llegar a la primera avenida, haciendo armonía junto al semáforo y los bocinazos. A lo lejos diviso el inicio de la ciclovía, la alcanzo al compás de un redoble de tambores y trompetas olímpicas: se inicia la maratón. Compite un oficinista en casco, luces y alforjas, una pelirroja de guantes chilotes, pantalón manchado de pintura y mochila llena de quién sabe qué, y yo.
El pánfilo toma la delantera seguido de la colorina, que buen trasero tiene, yo la sigo saboreando su culo y ahorrando energías. La música se enrarece justo cuando un semáforo me separa de la punta y una vieja en jeep me atrasa aun más. Frena, frena, ¡freeeeeeeeeeeeeenaaaaaa! Vieja culiá. De nuevo en la pista, recta final y a recuperar lo que me pertenece. Los instrumentos se entremezclan formando una metralla sonora, la ráfaga de balas cae a mis lados y yo pedaleo cada vez con mas fuerzas hasta que llegando a Pedro de Valdivia, justo cruzando la calle, atravieso el tiempo y el espacio dejando al pastel y a a la pelirroja en medio de una ráfaga desconcertante. Muerdan el polvo, perdedores. El ñoño del casco parecía no entender, la mina ya había entrado de lleno en el juego y e inició una brutal descarga de energía para alcanzarme, pero el destino nos junta y nos separa. La colorina sigue de largo por la ciclovía a una velocidad supersónica mientras yo doblo a la derecha y sigo lento pero triunfante por la vereda, esquivando los últimos obstáculos: peatones distraidos, tímidas universitarias mirando cómo sus pies caminan, viejas que se paran a recordar lo que han olvidado, perros inescrupulosos, y una madre soltera llevando a su hijo al jardín, un  móvil zigzagueante de trayectoria errática y fugaz, objeto furioso y fragil ta tá tarara ta tá tarará y en ultimo compás de la sinfonía un ta ta ta tá splash justo cuando el niño salta sobre un charco, apenas lo esquivo y su madre lo castiga con cachetazos al son del tan tin poooooom final. La rebverberancia de los instrumentos extinguiéndose y yo sigo avanzando sin pedalear, sólo con lo que queda de impulso. Toco el timbre y el locutor anuncia una nueva obra mientras me quito los audífonos.
Gané.

martes, 8 de septiembre de 2009

El Abrazo

Hasta Maipú no es tanto si la micro fuese más rápido. Yo estaba nervioso, nunca había ido a Maipú, sentía ese hormigueo característico que te invade al entrar a una zona desconocida, no es como ir de vacaciones a otro país. Maipú figuraba en mi memoria como una zona lejana, pobre, con otros códigos, más peligros; no formaba parte de mi Santiago. Disculpe señora ¿La 401 llega a Maipú?
No podía estar más equivocado, en la micro vi caras que me calmaron, escolares cansados, trabajadores destruidos, señoras gastadas. Era gente, como yo. No como yo, pero de mi especie, buenos. Entonces me acomodé junto a la ventana en la mitad de la micro viendo como una inmensa fila de pasajeros ingresaba al vehículo como si asistieran al estreno de taquilla. Nadie se sentó a mi lado. La micro partió y pensé en leer, pero descarté la idea pues debía estar atento, mirar las calles, apreciar el paisaje, prestar atención a cada detalle para asegurarme que voy directo hacia donde nunca he estado. Señora, ¿qué calle es esta? Todavía falta.
La pista que Julia me dejó era bastante clara, aunque siempre hay lugar para dudas: dos hermanos se abrazan bajo el cohete espacial donde descansa su madre. Dos hermanos se abrazan, yo nunca abrazo a mis hermanos, nunca hay lugar para demostraciones de cariño entre nosotros, es como una alergia mortal, pero los quiero.
Julia no es religiosa, pero siente una profundo respeto hacia el hombre que dedica su vida a la obra de Dios. El templo Votivo de Maipú se alzaba imponente apuntando hacia el cielo cual torre de babel, esperando la cuenta regresiva para lanzar el cohete con feligreses y todo hacia la casa de dios en la luna. Como aquel maravilloso capítulo de los pitufos.
Sentí el viento en mi cara mientras la micro aun se movía, de las viejas pues las nuevas parten solo con las puertas cerradas. ¡Gracias! Vi al chofer asentir por el espejo retrovisor y comencé a correr antes de tocar el suelo, de lo contrario me hubiese sacado la cresta aunque la micro avanzara a solo 5 o 10 kilómetros por hora.
En el sector vi vendedores ambulantes de todo tipo y me acordé de la película de Zefirelli cuando Jesús hace mierda todos los puestos de ventas con un gran mazo, alegando que el templo de Dios no es un mercado. ¡Qué escena, la cagó!
Crucé el umbral y vi a Julia con un pañuelo en la cabeza, haciendo como que rezaba el rosario, sentada en una de las filas de al medio. Me acerqué sigiloso, procurando no perturbarla. A los pocos centímetros me detectó pero siguió hablando con dios. Le susurré no se qué frase en latín y ella escupió una leve carcajada. Cuando los ecos de su herejía se extinguieron me tomo del brazo y me hizo un tour por el templo hasta llegar al confesionario. Luego de media hora nos arreglamos la ropa, nos peinamos y nos fuimos. La misión a la luna había sido todo un éxito.

Rin del Angelito

Estábamos construyendo un ataúd con la madera de los cajones de la pieza de atrás.
A Juan se le ocurrió que fuese vertical, Coki propuso ponerle rueditas y yo dije que la parte superior debía ser de cristal. Pasó el día mientras llovía y al atardecer se despejó. i mamá estaba nerviosa por sonido del serrucho y la suciedad del aserrín. Mi papa se paseaba dando consejos de carpintería y Mariana tocaba la guitarra encerrada en su pieza mientras Coty ladraba sin parar. Escuchamos la discografía de Charly hasta terminar la obra cerca de las once de la noche. Coki pasó la aspiradora mientras Juan ordenaba las herramientas. Yo entré a mi pieza y vi a Violeta Parra en un sucio catre blanco, me preguntó si el ataúd estaba listo, le dije que si e inmediátamente se murió. Debajo de la cama salieron sus hijas cantando y tirando flores.
Desperté recordando a Nando, que ayer fue operado. En la ducha pensé que quizás el ataúd era para mi.
Qué brillante idea, vertical y con tapa de cristal, para ver sólo el magnífico peinado.

martes, 1 de septiembre de 2009

Ciclovía

Me fui a la casa del Pocho intentando escapar de las preguntas, de los silencios, del microondas, del televisor y de la familia. Ahi me piscolie y bailé medio borracho sin darme cuenta del amorfo movimiento de mis pies: hombro, pierna, ya tu sabes, hombro, pierna ya tu sabes, vuelta, vuelta, pecho, cintura colita, pecho cintura ya tu sabes. Humo hasta reventar y el Pocho se rajó con unos sanguches. Noche perfecta y sábado de mierda. Sábado sagrado. Me levanté temprano y desayuné ligero. Ducha de veinte minutos y a pedalear por Pocuro hasta el taller. Sol de invierno helado, la gente trotaba, paseaba a sus perros, fumaba, jugaba, yo iba al trabajo, al verdadero. Podría hacer esto todos los días.La ciclovía se desvía por Antonio varas, luego se introduce por Puyehue revelando el precioso barrio donde algundíanunca me gustaria vivir, casas de los años cincuenta hacia atrás, almacenes de barrios, mueblerías, talleres mecánicos, gente diversa, gatos, palomas, tordos y perros. Luego hasta Condell y entré.