miércoles, 29 de julio de 2009

Hija de puta

Te amo, te amo, te amo, te amo. Camino, camino, camino, camino. Hija de puta, te amo y camino. Lo que tengo que hacer por ti, caminar a estas horas, quien sabe cuantas horas solo para estar ahí, preciosa. Y no me digas después que pongo cara de orto, dejé al mundo plantado solo para estar ahí contigo, contigo, contigo, contigo.Te amé hija de puta, preciosa.

viernes, 17 de julio de 2009

Banquete

Max es un imbécil, que las vacas no se maltratan en un rodeo, que huevón más estúpido, compararlas con un perro. Estresar a los animales. ¿Por qué no lo admite? Quizás no hay razón de peso para tener una mascota y comer carne, milanesa napolitana con papas fritas, Barros Luco o longaniza de pavo. Si el hambre muestra tus cojones acorralando en la noche a una  bestia mediante lanza de madera, entonces volveríamos a un tiempo sagrado, pero no, churrasco italiano y una coca por dos mil pesos. Y después como casi todas las noches en la botillería Los  3 reyes hola, ¿me dai un belmont rojo de 20? chao gracias. Hola! ¿me dai un belomnt? Hola, chau, y nunca  un ¿cómo estay? que bueno, cuídate, nos vemos. Conozco Los 3 Reyes de Apoquindo, los de al frente del cine y ese que vi en Cochamó. No se si tienen relación alguna, pero el trato es siempre el mismo, sonreír para el cliente y consumir, carne o cigarrillos. Gastar y gastarse. Max lo entiende bien y no le complica, él va a dirigir su propia empresa, él no puede ser empleado de nadie, el va a tener un par de autos y casa en la playa, él va a tener cincuenta años y todos los meses le va a llegar un cheque y él se aparecerá por el negocio de vez en cuando para saber como andan las cosas. Luego él va a envejecer y sus hijos continuaran enfermando el mundo. Y yo soy su amigo. Me sigo relacionando con los que detesto y olvido a quienes son como yo.

martes, 14 de julio de 2009

Desaparecer

No me podía quejar, me estaban pagando por hacer nada, me estaban pagando poco pero por hacer casi nada. Entre sencillas tareas que podían demorar desde 30 segundos hasta 5 horas el aburrimiento me torturaba, entonces yo pensaba en Thoreau y planeaba renunciar e irme al sur sólo con lo puesto, si hubiese tenido dos lucas en ese momento, quién imaginaría que en menos de veinticuatro horas alguien más compraría Walden. En fin, no me interesa coleccionar, solo leer. Hacía tiempo que no lo hacía y cuando el Pepa se fue de viaje me dejó unos cuantos libros. Uno por semana o cincuenta páginas al día como predicaba Francisco.
El lugar era la biblioteca o el Metrotren según Gonzalo. Para Carla su sagrada pieza. Yo había desarrollado la capacidad de leer en cualquier lugar donde fuese posible la vida: la anarquía de la sala de clases, el viaje de Santiago a Bahía Blanca en bus sorteando las nauseas del camino caracol y el goce de las majestuosas tormentas eléctricas de la infinita pampa nocturna, un hedionda carpa bajo la lluvia o incluso el camino de vuelta de la peluquería en Hernando de Magallanes con la Avenida Cuarto Centenario hasta mi casa en Apoquindo, cuando, absorto en la lucha de Superman contra la organización criminal Intergang, caminé sin mirar mi destino y aparecí llegando al final de la historieta caminando por Avenida Las Condes en dirección contraria. Tenía doce años y experimenté con asombro y satisfacción un agujero negro digno de la sublime Hora Cero del universo DC Comics producida por un rebelde Linterna Verde.
Los silencios laborales me dieron la costumbre de leer en el trabajo. Comencé tímidamente en el sillón rojo las primeras semanas cuando llegaba temprano. Luego me empeciné en adelantarme cada vez unos minutos para gozar durante un poco más, hasta que las jornada pajeras las gasté completamente en las letras donadas por el Pepa. A ratos bajaba a la cocina por una taza de leche con nesquick bien caliente. Al principio todos se rieron, quién tomaba leche con nesquick, qué adulto no bebía café, y ahora parecía iniciarse la moda de la chocolatada.
Empecé a trabajar con el pie derecho, muy sociable, proactivo, completamente opuesto al comportamiento que me valió un profundo fracaso sentimental. Pero mi esencia Zen pudo más, pues a medida que pasaban las semanas, los ficticios viajes de Marco Polo al servicio de la corte del imperio mongol me transportaban a un mundo digno del ingenioso loco Hidalgo, donde no podia evitar encontrarme con un moradoanaranjado cielo de la natal Nueva Orleans de Ignatius Reilly al compás del erótico saxo de Johhny (o Charlie) Parker. Mientras tanto, en el computador de al lado, Poeta rendía tributo a Michael Jackson, revisaba guiones, intentaba romper el record de un videojuego online y hacia los contactos para arreglar el calefón de su casa nueva, todo al mismo tiempo sin lograr distraerme, aunque por momentos la dactilografía retumbando como insoportables martillos chillones me despertaba del trance, yo me daba vuelta y Poeta ya se había ido, la estufa apagada y el Pato leía el diario en la recepción. La jornada laboral había terminado hacía un par de horas.
Dejé la bicicleta y me fui en micro para seguir leyendo. Trabajadores y universitarios se estorbaban unos a otros sin intercambiar palabras. Por momentos apartaba la mirada del texto para hacer un breve ranking de las mujeres más ricas del transporte público, elegía a la mejor y la miraba de reojo mientras leía hasta que ésta se bajara o fuese remplazada por una más bella o extravagante. La micro se detuvo a un par de cuadras de mi casa justo cuando El Perseguidor llegaba a su fin. Leí las últimas líneas unos metros antes del portón, umbral que me convierte en un célula más del organismo hogar, sin lectura, solo comida y televisión. Pan con queso, pan con queso y mortadela-ave-pimentón, pan con jamón y queso y orégano. Noticias, telenovelas y zapping, películas pésimas y un poco de History Channel. Un par de cigarros en la cama, tos y barriga llena. Me sentía asqueroso y frío, hacía mucho frío. A las cuatro de la mañana una diarrea bíblica me martirizó hasta las lagrimas, volví a dormir como si todo fuese un sueño y desperté con la cara que no deseo ver en el espejo. Renuncio. ¿De qué vas a vivir? De esto no.

Me instalé en la bodega del taller mecánico del papá del Tita donde con la Jóse y el Alejo establecimos nuestro centro de operaciones. Los pololos arquitectos trabajaban en sus respectivos proyectos de titulación, yo por las mañanas escribía y en las tardes encuadernaba. Una cerveza con las visitas de amigos y colaboradores, luego bohemia con Josefo y sus amigas lesbianas. Había elegido mi vida, visitar a papá y mamá de vez en cuando, vender libros y destripar el hígado noche por medio. Mañana tuve que trabajar otra vez. El espejo sucio de los mecánicos entre afiches pornográficos de modelos ochenteras seguía mostrando la misma cara, esa que no se quita hasta que uno se larga de verdad, hasta que uno desparece y no se ve en reflejo alguno.

lunes, 13 de julio de 2009

City Tour

Muy evidentes mis miradas, lo sabía y no me importaba porque ella también me miraba y se reía mientras cantaba, o se reía porque yo no cantaba. Todos cantaban y a mi me daba vergüenza hacerlo frente a gente que no conocía o tal vez que ella escuchara mi cacofonía.
Hablamos de bicicletas y vio mis muslos gruesos creyendo que se trataba de las piernas de un ciclista o futbolista aficionado. Yo vi su pelo rojo creyendo que era natural y hablamos de las distancias a pedal sin sospechar yo que ella chorreaba por mi y ella sabiendo que mi boca no paraba de querer saborearla. Ella me llamó y sin su iniciativa quizás nunca hubiésemos estado juntos o tal vez deba darme el crédito cuando me vio sonarme la nariz tierna y torpemente como si fuese un niño o cuando la besé para que no siguiera hablando en esa sucia tocata. Muy evidentes mis miradas, presiento que le encantaban. En la micro o el metro jugaba a mirar reflejos y siempre eran las otras las que se apartaban. Con Julia era un eterno empate ojo a ojo durante una hora o más mientras la radio daba en el clavo como banda sonora hasta que el teléfono me avisaba que nos juntábamos en la casa del Juancho y que llevara un par de lucas o algo pa la parrilla. Julia se enojaba porque quería ver una película y que cocináramos algo. La llevé a su casa en bicicleta y me fui donde el Juancho con tres cigarros y un paquete de salchichas.

Quedábamos en juntarnos siempre a las 5 en el cine, en la plaza o en el parque, ella elegía y a mi me daba lo mismo, le molestaba que me diera lo mismo, le molestaba que yo no decidiera, le molestaba que no yo no fuese un macho. La película era pésima y a ella le encantaba y nos tomábamos unas cervezas discutiendo el porqué de la inferioridad de la mujer. Nos besábamos en el paradero mientras ella esperaba la micro, hacíamos el amor en mi casa porque nadie me molestaba, o nos íbamos a su depto cuando había nadie, o en el baño del Pipo o donde sea porque ella siempre quería y yo solo me negué cuando tenía que ir al dentista pero Julia se me subió encima y no me dejó ir y yo con la satisfacción de las sabanas sudadas y la estúpida vergüenza de llamar a la secretaria y cambiar la hora para la semana siguiente.
Julia casi no se conectaba a Internet y mi celular ya no funcionaba solo hablábamos brevemente para vernos a las 5. Ese día inflé la rueda trasera recién parchada en la estación de servició y pedaleé veloz por Hernando de Magallanes hacia Bilbao, a mitad de camino olvide hacia donde iba. Nos vemos a las 5 entonces, ya, besitos, chau, pero ¿dónde? ¿lo olvidé o no me dijo? Contaba con sus habituales treinta minutos de retraso como ventaja para darme el tiempo de mapear con recuerdos el posible lugar de encuentro. El cine Hoyts, el Parque Intercomunal, la Quinta Normal, La plaza Ñuñoa, El Biógrafo. Debía elegir un destino, entonces recordé que a Julia le gustaba el mango y yo le dije que en el Unimarc de la calle Rancagua siempre tenían. Entonces la vi saboreando la jugosa fruta camino a la plaza Inés de Suárez. Pedaleé unas cuantos metros detrás de ella hasta que con un fuerte gritó la asuste como nunca le gustaba que lo hiciera y como yo disfrutaba constantemente hasta verla estallar en risas intentando poner cara de enojada.
-Pensé que no ibas a llegar… -me dijo mientras chupaba sus dedos endulzados –Como que no quedamos en nada ¿qué onda?
-Quedamos a las 5 ¿llegué o no?

Me dejaba recados con mi hermana o me mandaba sutiles pistas por e-mail, yo le enviaba mapas incompletos por carta o acertijos por mensaje de texto. Como siempre a las 5, casi todos los días, adivinando el punto de encuentro y siempre encontrándonos, el único requisito era que fuese un lugar en el que nunca hubiésemos estado juntos. Así yo le mostré el bosque de los Ewoks en La Reina y ella me llevó a la plaza Yungay, la guié hasta el Bar de René y yo la encontré con casi una hora de atraso leyendo en la plaza de Puente Alto.
El juego catalizó nuestra telepatía y nos distanció en cierta medida pues nos veíamos solo a las 5. Yo con mi tiempo libre quería que la tarde no acabara, ella y sus estudios me lo impedían. Yo me enojaba y le pedía que se quedara entonces Julia me sacaba en cara que yo solo quería carretear. Nos despedíamos disgustados y nos volvíamos a ver otro día a las 5 como si nada hubiese ocurrido.
Con el tiempo deje de visitarla y ella lo mismo. Sólo en la calle nos encontrábamos, cada vez en puntos más distantes, en el Buin Zoo, en la cumbre del cerro Manquehue o en algún lugar de Yerba Loca, hasta que un día cayó la noche en la Plaza de San José de Maipo sin que Julia se apareciera. No se qué era peor, que no haya podido ir o su incapacidad de descifrar el punto de encuentro. Quizás algo tenía que hacer, ya no sabía en que andaba, no me contaba nada, solo me daba amor y no quería escuchar mis aventuras, solo quería amor.
Llegué a su casa como a las 10, enojado. Enojado. Nunca había estado enojado. Su vieja no estaba. Julia triste comía una ensalada.
-Tuve un problema- me dice sin mirarme – ¿dónde estuviste?
No pudo descifrarlo, Julia no me quiere. Y no le pedí explicaciones solo la abracé intentando recuperarla, ella me llevó a su pieza y apagó la luz. Me dio su sexo como pidiendo disculpas mientras yo intentaba hacerle el amor. El sonido del semáforo para sordos no me dejó dormir.
Vamos a pasear, le dije. Eran las 4 de la mañana y me miró como si no me hubiese escuchado. Ya la perdí, Julia no me quiere. Vamos a pasear, le dije, y ella se dio vuelta para seguir durmiendo.