sábado, 26 de marzo de 2011

Hoy

Los días pasan sin el peso del calendario El ocioso silencio se disfruta y da mucho que pensar, ya sea en el futuro o en el presente. De 20 hostales ¿Cual fue el mejor? ¿Cuanto he gastado en encendedores y papel higiénico? Me voy el lunes o me quedo? Hasta que el hambre calla todas las voces y me lleva a la calle. Recorro el pueblo en busca de un menú barato, una hamburguesa (le ponen papas, ensalada y todo al pan y las salsas las hacen cundir con agua), churros o fruta, descubro almacenes que no había visto, ve las´mismas artesanías de siempre y un incesante desfile de morenas peruanas y gringas rubias. Ya satisfecho intento dormir un poco en la playa mientras mi mano juega con la arena, entonces el calor se vuelve insoportable y al mar, una playa espectacular, agua tibia u olas precisas. ¿Unas cervezas? claro, 4 por 10 soles la Club. Las botellas pasan, cae la noche y el calor apenas disminuye. Mientras tanto llega más y más gente a los locales de bambú. La música sube el volumen y de pronto todo Máncora es una fiesta en la playa con tragos de colores y nombres ridículos, pachanga y música electrónica. De pronto el hueveo se acaba, en 5 minutos todo se apaga. Ya son las 3 de la mañana y la ley dice no más, sin embargo la multitud no tiene sueño, todos viven la ilusión de la fiesta eterna, aun hay artistas en monociclo y malabaristas de fuego, parejas en la playa y gente en movimiento. Los cabros de la feria me dicen que la fiesta sigue en "El Ponit", un hostal de lujo a 15 minutos caminando por la playa. Fuimos y en 3 horas ya estábamos de vuelta, el sol se asomaba y yo cerraba los ojos.
Calor, mucho calor. En el hostal de al lado suena una banda de cumbia en vivo y son las 10 de la mañana de un día domingo. Me ducho con agua fría y no tengo ganas de salir; juego ajedrez, leo en la hamaca, escribo, fumo y sigo escuchando la monótona cumbia romántica que no se detuvo hasta las 6 de la tarde, cuando ya habían cumplido su horario de oficina. Quizás hicieron una pausa para almorzar, no se, pero imagino a los músicos con sandalias, camisas floreadas, teclados y trompetas encadenados a una gran bola de acero, cagados de calor, obligados a sonreír, haciendo que la fiesta no se acabe nunca.
Sigo viaje por que avanzar me motiva. Dejo atrás una semana placentera en Máncora y esta noche viajo a Guayaquil, Ecuador.

sábado, 19 de marzo de 2011

Cero Metros

Y fuimos a Machupicchu. El camino fue un verdadero rally; el chofer (que en verdad corría rally) llevó la combi y sus 12 pasajeros al límite por una angosta carretera de tierra que constantemente se enroscaba en los frágiles cerros esquivando precipicios, derrumbes, ríos y la espesa selva que comenzaba a asomarse. Lego de infinitas vueltas la montaña rusa se detuvo junto a las vías del tren en una Hidroeléctrica escondida al interior de las montañas. Ahí iniciamos, al atardecer, una caminata de dos horas hasta Aguas Calientes. Llegamos de noche, mojados y hambrientos, sin embargo pudimos disfrutar, después de mucho tiempo, de una ducha caliente y con presión. Como a las cuatro de la mañana comencé a caminar hacia la magnífica ciudad construida por Pachacutec. Llegué minutos antes del amanecer y hasta el medio día me perdí por las terrazas de tiempos remotos y vidas pasadas.
Antes de volver a Cuzco tuve tiempo de recorrer Aguas Calientes, un pueblo dentre una y cinco estrellas que brilla en medio de la jungla, para regocijo del turista de cualquier tipo, durmiendo junto torrentoso río Urubamba. Daba la impresión de que el pueblo solo era una molesta roca que por casualidad cayó al río y no tardará en desaparecer.
El camino de vuelta fue igual de intenso, pero mas animado gracias a un grupo de chilenos que paraban en cada pueblito a comprar Pilsen Callao y tres chicas griegas (todas llamadas María) que no paraban de celebrar.

De Cuzco salimos a las 5 rumbo a Pisco, en la costa. A la media noche nos comimos un derrumbe que nos tubo toda la noche parados rodeados de niños inquietos y escurridizos aromas a baño químico y mierda. 20 horas después llegamos Nos vajamos en el cruce de la Panamericana con Pisco habiendo pasado por un ciclo de cine de la más fina selección: Rápido y Furioso de la 1 a la 4 soportando el calor en un lento y cobarde bus. Si hubiésemos viajado directo a Lima veíamos también la parte 5.
La urbanización donde nos vajamos correspondía a la Villa Tupac Amaru, a unos 10 minutos de Pisco. En Pisco comimos hamburguesas, fumamos, dimos una vuelta y volvimos a nuestro alojamiento en la villa. Me dio la impresión de estar en una mezcla entre Algarrobo y Calama.
A la mañana siguiente viajamos a Lima. Nos hospedamos en el centro, en la azotea de un antiguo edificio centenario, con el balcón mirando la estatua de San Martín en la plaza del mismo nombre. Lima conserva muchos edificios y casa antiguas en muy buen estado. Posee un centro limpio y lleno de turistas y comercio. Es muy parecido a Santiago; de noche salen las putas y travestis, por todos lados hay gente buscando carrete y hasta el amanecer se puede comprar una hamburguesa. Pero lo más similar son ciertas calles y barrios que evocan a Ñuñoa, Macul, Bellavista, Pocuro, Bilbao o Av. Matta. En las calles no se cansaban de repetirnos que somos pueblos hermanos pero las elecciones próximas a realizarse despertaban un creativo fervor patriota y chovinista: en un lienzo podía leerse "Toledo, candidato de Chile y del Anticristo"

Con una leve resaca de piscola peruana pasamos la noche en un bus rumbo a Trujillo. Llegamos a las 8 de la mañana y fuimos directo a Huanchaco: un diminuto paraíso surfista en medio del desierto con preciosas casas de concreto y curiosas ruinas. Por momentos no se si Huanchaco se esta construyendo o desmantelando. De todas formas el verano acá se acaba y podemos gozar de los bajos precios y de la poca gente, aunque los gringos no se cansan de aparecer (mientras más al norte, más gringos). Recorremos el paseo costero, comemos el menú de 5 soles y vemos la Champions League en el hostal. Mañana Jueves partimos a Máncora, el último paraíso taquilla del norte del Perú.

martes, 8 de marzo de 2011

Tongoy

Sucre es una ciudad blanca, antigua y moderna, como una radio a tubo bien conservada. Los niños juegan con espuma "Rey Momo" y hay que estar atento porque en cualquier esquina se puede ser victima de una emboscada de agua desde algún auto o balcón. Una pequeña niña armada con la ultima tecnología lanza agua con estanque de reserva en la espalda y doble cañón puede arruinar tu ropa recién lavada. Sin embargo en Oruro las preocupaciones son otras. A una semana del inicio del carnaval, el gremio de transportistas amenaza con impedir el desarrollo normal de dicho evento si no se atienden sus alegatos: mantener el alza de las tarifas (50 centavos más para el boleto de micro). Pero pareciera no importarle a la gente, cp,p si consideraran infantiles o falsas las amenazas de estos trabajadores. En el viejo, sucio e hiperquinético Oruro nadie puede luchar contra el rito religioso. El mercado rebosa de productos imprescindibles para fusionar tiempo sagrado y profano en un solo momento místico: fuegos artificiales, máscaras, vírgenes, santos, bombos y zampoñas. Ya se siente el olor a fiesta, pero aun no hay turistas. Las distintas escuelas y agrupaciones ensayan durante las noches acaparando plazas y compitiendo entre ellas, sobre todo agrupaciones de jóvenes orgullosos de su cultura, cantándole al amor en un trance murgero.
el tiempo en Bolivia se nos acaba y Oruro tubo que ser desechado. volvimos a La Paz y vimos a los transportistas hacer de las suyas: tenían bloqueos en el camino, barricadas y neumáticos encendidos, vimos a unos hombres apalear a un temerario taxista que decidió trabajar, nos apedrearon el bus y paramos en el camino, lejos del terminal.

En La Paz, ruidosa y vibrante, nos encerramos en la burbuja turista. Compartimos pieza con unos chilenos recién llegados (se dirigen al carnaval de Oruro) en el hostal Paris y carretiamos al ritmo del ron "Boca Rica" (16 Bolivianos, unos 1000 pesos).

Luego de dos maravillosos días al pedo nos fuimos a Copacabana, ciudad preciosa, donde el ladrillo desnudo sí alcanza armonía con la arquitectura colonial. allí los hippies venden sanguches y caipiriña para extender su estadía a orillas del infinito Titicaca. Y por supuesto fuimos a la Isla del Sol. Un bello oasis turistico pero sin magia. Las ruinas incas no hacen más que coronar un adorno, un cenicero o una concha con ojos de plastico en cuya base se puede leer "recuerdo de la Isla del sol". Sin embargo la tradición Mitimae está presente ahí: aymaras orgullosos de su pasado inca.
Volvimos a Copacabana. Tomando una cerveza en el Kiosco Carmencita a orillas del Titicaca el Palomo me comenta que Copacabana es igual a Tongoy, en eso llegan dos borrachos montados en una bicicleta, saludan a Carmencita y le piden 2 paceñas de 600ml. Nos hablan de lo lindo que es Iquique, de lo caro que es comprarse un auto en Bolivia y del mal desempeño de Evo. 2 borrachos podrían decir lo mismo en Tongoy... pero con una Escudo y una empaná de pino CALIENTE.

Ayer jueves cruzamos la frontera sin saber en que país nos encontrábamos hasta que llegamos a Cuzco, el lugar más turístico que he visto en mi vida. Te atienden como rey y te persiguen para que les compres bufandas y gorros. Por lo menos aquí hay cultura gastronómica.
Anoche nos quedamos en una pieza con baño privado limpio y televisión con cable. Vimos tele hasta las 3 de la mañana.
Este finde vamos a carretiar como corresponde y quizás el lunes o el martes vamos a Machu Picchu.Ojala el turismo no arruine las ruinas.