viernes, 27 de febrero de 2009

Alquimia

una botella de vino en la sacristia
asi empecé a creer en dios

el rito es rito
la sangre se congeló
el cura ya no juega
el pan se añejó

ayer me desperté
sin hora sin reloj
me puse pantalones
y el mundo comenzó

una rata muerta en la verdulería
así empece a creer en dios

jueves, 19 de febrero de 2009

Deberes de autor

Cuando fui a Milena por cuarta vez lo hice acompañado de Alex, un viejo amigo arquitecto y amante de las artes. Siempre estuvo fascinado por las historias que le contaba sobre Milena, pero lo que más lo motivaba a visitar la isla era poder conocer al poeta Kondor, del cual ase había hecho su fiel admirador desde que volví de mi primer viaje con algunos de sus manuscritos.
Lo primero que Alex notó fue que a pesar de ser manuscritos estos presentaban una muy prolija y bella encuadernación, cada uno con un estilo diferente.


El día que llegamos a Milena Alex no se detuvo a mirar los puentes, los templos, los canales, no prestó atención a los músicos callejeros, a las bellas nativas. Insistió fervientemente que le presentase al poeta. Sin más rodeos lo hice.
Kondor, felz de que su obra halla cautivado a un extranjero, nos invitó a pasar a su departamento, espacio de un solo ambiente decorado con toda clase de bellos objetos rescatados del basurero.
Botella de vino tras otra fue pasando la noche con una cálida conversación hasta que Alex manifestó el real motivo de su visita.

-Sería un honor para mi y un privilegio para mi gente poder publicar tus obras.
-¿Publicar?
-Sí, publicar, hacer copias, distribuirlas y venderlas en todos los rincones del mundo; se traduciría a cientos de idiomas.
-Me halaga tu entusiasmo y me impresiona tu magnifico plan, pero me temo que no se puede realizar.
-¿Por qué no? mi editorial correrá con todos los gastos.
-¿Incluso con la desvalorización de mi obra?
-¿A que te refieres?
-Estos manuscritos que recibiste por medio de mi amigo no son borradores, son la obra en sí, son únicos, sólo tu los tienes y nadie más los ha leído así como tu no has leído y probablemente nunca leas los mas de cien que ya he regalado. ¿Qué valor tiene una copia de la Mona Lisa? ¿por qué alguien pagaría por algo que yo regalo de mis propias manos y cuyo valor al ser único es incalculable? ¿qué sentido tiene traducir mis versos al chino si pierde la música y la lógica con que fue concebido? esa traducción sería la obra de otro poeta.
-Pero piensa en los derechos de autor ¿cómo protegerías tu obra?
-¿Protegerla de qué? una vez que mis libros están listo ya no me pertenecen ni me interesan, sólo mi firma en la tapa dan cuenta de mi vinculación con la obra. ¿De qué derechos de autor hablas? un autor tiene derecho a ser y hacer lo que se le plazca, un autor tiene derecho a no ser esclavo de su obra, un autor tiene el deber de regalar su talento a la gente.
-Pero si nunca vendes tu obra ¿de qué vives?
-Tengo la suerte de haber nacido en Milena y, como todos los habitantes de esta isla, mientras siga cumpliendo mi deber como autor, nada me faltará. Y si no viviera aquí me las tendría que arreglar trabajando de lo que sea, pero nunca vendiendo lo incalculable.
-Si es así, te propongo un nuevo plan: tu sigue produciendo y yo me encargaré de que tus libros, originales y sin copias, recorran el mundo dejándose leer. Si es necesario enseñaré nuestra lengua al que no la sepa para que pueda disfrutarlos.
-Me temo que eso tampoco lo puedo permitir, tu misión en la vida es satisfacer tus deseos y no los míos. Te invito a que te vayas y lo hagas ahora mismo.

Y así fue. Kondor y yo despedimos a Alex con un fuerte abrazo. Ninguno de los dos lo volvimos a ver.
De vez en cuando recibo postales de distintas partes del mundo pero nada dicen. Hace unos días recibí una carta donde me cuenta que se instaló en un pueblito del sur,abrió una escuela de música, se ha casado y es feliz. Yo también estoy feliz por él y me pregunto si alguna vez descubriré cual es mi deber.

lunes, 16 de febrero de 2009

La muñeca negra (segunda parte)

El sol ya teñía las nubes de naranja y violeta mientras Agustina seguía columpiándose intentando dar una vuelta completa al compás del tarareo de innumerables canciones incompletas. Una negra mariposa detuvo su errático vuelo sobre el dedo gordo del pie de la niña manteniendo sus alas quietas, como disfrutando el vaivén del columpio. Agustina detuvo su canto y el balanceo de a poco. Cuando, estáticas, ambas criaturas se miraron fijamente, el viento sopló con furia obligando al insecto a emprender la retirada. Agustina, un tanto aturdida por la ventisca que ya comenzaba a extinguirse, logró seguir con su mirada la trayectoria del bichito desde la punta desde sus pies hasta introducirse en la chimenea de la casona. Sus ojos brillaron con alegría al sentirse invitada.
Se puso de pie y tan veloz como una liebre entró por la puerta que se encontraba entreabierta. A pesar de la poca visibilidad que ofrecía el atardecer al interior de la casa, Agustina pudo distinguir una pequeña silla junto a la chimenea, al parecer el único mueble. Luego siguió el mismo recorrido del día anterior encontrando por el pasillo decenas de juguetes quemados. Al final del corredor estaba la pieza, en ésta solo había una lampara de aceite apagada sobre una segunda chimenea y una pequeña cuna de juguete con una muñeca negra. Agustina buscó en el bolsillo de su vestido y extrajo una frasco de vidrio y una cuchara. Se acercó a la cuna, abrió el frasco, llenó la cuchara de un líquido espeso y la llevó a la boca de la muñeca.
-Éste jarabe no sabe bien, pero si te lo tomas te sentirás mejor- entonó Agustina con un chistoso falsete que imitaba a la voz de una vieja mientras el liquido chorreaba por la boca de la carbonizada muñeca.
Un débil resplandor inundó la pieza acompañado de un agudo chillido.
Agustina soltó el frasco dejándolo romperse en mil pedazos. Se dio vuelta y vio a la niña pálida, con ojeras, delgada, con los labios partidos y sucia sosteniendo la ahora encendida lámpara
-¡No enfermes a mi bebe!- sentenció la niña con furia. Agustina intentó explicar sus intenciones pero antes de pronunciar palabra alguna la pálida nena estrelló la lámpara contra el suelo justo a sus pies provocando una fuerte llamarada que inundó la habitación. Agustina desesperada se refugió en un rincón agachada, con los ojos cerrados y sus brazos cubriendo la cara mientras escuchaba los gritos y llantos de la niña en llamas. El humo penetró sus pulmones mareándola un poco y, sin siquiera volver a abrir los ojos, pudo contemplar lo que allí ocurrió.

La pieza ahora estaba amoblada. En la cama la niña intentaba dormir abrazando su blanca muñeca. Su madre, arrodillada junto a la cama, la acariciaba entre llantos. Por la ventana se podía apreciar una furiosa tempestad de hielo y por la puerta Agustina vio entrar al padre cargando toda clase de objetos. Uno por uno libros, fotos, ropa, muebles y juguetes fueron arrojados a la chimenea, ardiendo con debilidad para intentar calentar a la niña enferma. Cuando ya no quedaba más por quemar, el hombre desecho en lágrimas miró a su mujer, ésta llorando gritó y se refugió en el rincón junto a la invisible Agustina. El padre alzó a la semi dormida niña y sin pestañear la arrojó a la chimenea con muñeca y todo. Agustina pudo ver los ojos de la niña desconcertados al caer despabilares por el calor, y cuando ya no podía gritar más pudo ver con claridad el resplandor de su furiosa mirada.
Finalmente Agustina se desmayo por el fuerte olor a carne quemada inundando su nariz.

Abrió los ojos y pudo oler nuevamente el normal otoño. Por la ventana se asomaba la luz del medio día y crashh!! una pelota atravesó la podrida persiana y destruyó lo que quedaba de vidrio. Agustina recogió la pelota y se asomó por la ventana. José y Pablo corrieron hacia ella.
-¿Qué estabas haciendo? -pregunta José - te buscaron toda la noche.
-Estaba jugando por acá y me quedé dormida.
Los tres niños regresaron por el camino. José aseguraba que le esperaba el tremendo castigo por haber desaparecido. Pablo, que era un poco más grande, solo la miraba en silencio, con sospecha, pues sabía que nadie juega y mucho menos duerme en la casa embrujada. Agustina, sin prestar atención a los exagerados comentarios de José, recordaba cuando su gata Rita dio a luz a 5 gatitos, uno de ellos nació sin una pata y su madre se negó a amamantarlo dejándolo morir de hambre.

De vez en cuando Agustina se hamaca bajo el árbol de la casona, pero siempre se retira antes del atardecer. Por las noches puede ver humo salir de la chimenea. Quizás sean vagabundos que pasan la noche en la casona, o tal vez se trata de la huella de la niña quemada. Agustina sólo piensa en la ira de la niña al morir, una furia en sus ojos tan fuerte como para aferrarse a la vida aún estando muerta.

domingo, 15 de febrero de 2009

La muñeca negra (primer parte)

Una tarde de otoño Agustina pedaleaba por un camino rural, un lindo conejito blanco de orejas marrón se cruzó en el camino y la hizo caer. El animalito corrió como una bala y se refugió en un antigua casona. La niña cesó el llanto de su caída al contemplar la roñosa e imponente estructura entre las manchas del atardecer, dejó la bicicleta junto al camino, se acercó lentamente, abrió sin timidez la crujiente puerta y entró.
La oscuridad interior olía a polvo y aun se sentía el la huella de calor dejada por los últimos habitantes que abandonaron la casa hace unos mil años para la perspectiva de la niña, que no sentía miedo pues la imagen del conejito nubló su mente. Ya no pensaba, como otras veces, que la oscuridad es peligrosa y los lugares viejos malos.
Una tenue luz al fondo de un largo pasillo dominó su curiosidad. Agustina olvidó al conejito siguiendo al bello lucerito. El resplandor la guió hasta una pieza, en esta una niña de aproximadamente su misma edad jugaba con una muñeca a la luz de una vela, le hablaba diciéndoles que está enferma y que morirá si la medicina no llega. Agustina quiso entrar, pero el crujir de una tabla tras sus pasos alertó a la extraña niña y apagó la vela.
Rodeada de negro las pupilas de Agustina se dilataron buscando distinguir figuras en la oscuridad, su piel se erizó intentando tocar el espacio, su corazón se aceleró esperando lo peor y su cuerpo sudó diciéndole que sí tiene miedo.
-Hola!! -gritó Agustina, la casa le respondió retorciéndose -la luz... -intentó gritar con más fuerza pero termino casi susurrando al sentir un ágil y juguetón correteo a su alrededor -¡conejito! -el destello de unos ojos sacó a la niña de su estado de alerta. Sus músculos ahora descansados se movieron con ternura hacia los rojos luceros para recoger al animalito. Se agachó y estirando su manita logró acariciar su suave cabeza.
-¡¡No me toques!! -los ojos gritaron y empujaron a la inocente Agustina que calló al suelo sobre su trasero. La voz la miró fijamente y luego de uno segundos se alejó corriendo.
Agustina distinguió lo que quedaba de sol filtrándose por la entrada y lo siguió tan rápido como pudo tropezando con toda clase de objetos por el antes vacío pasillo, salió de la casa, monto su bicicleta, se secó el sudor de su frente y noto que su mano estaba manchada con hollín, luego miro hacia la casa por ultima vez y se alejó por el camino a la máxima velocidad que sus musculatura de 7 años podía ofrecer mientras el sol terminaba de esconderse.

Agustina no corrió a llorarle a su madre. Desde que tiene memoria, incluso antes de poder hablar, recuerda todo tipo de rumores sobre la casa embrujada y por sobre todo tiene en cuenta la paliza que le espera sus padres descubrieran que por ahí anda metiendo su nariz. Pero todo niño "sabe" que los adultos viven en otro mundo y juegan a cultivar cereales y criar vaquitas en el patio de sus casas, pero Agustina, como buena niña que es, juega a descubrir mundos en su infinito patio, ese que abarca todo lo que no es su casa.
Decidida a encontrar al conejito o dar con la niñita Agustina volvió a la vieja casona, estacionó su bicicleta junto a un árbol del cual una rama sostenía un columpio echo de cuerda y rueda. La niña comenzó a balancearse esperando alguna señal que la invitase a entrar.

Setáflora

no aguas tomar
me riete paris
al conde vea ser seda
vacilar mujer
y maní para arder
es hoy mi sueldo a poco
nuez ágil servir
corales siente pececito
suba migas coger
escamas entre los nidos
molerse y placer

Metáfora

mina rica
rima mía
pelota corvina
paulita comería
vieja enojada
vena enjuagada
niña excita
piña extinta
zorra peluda
mora lanuda
tinta china
putita linda
cuando tengo hambre
canto y beso hembra
no quiero bañarme
yo puedo arañarme
tengo sueño
rengo sureño
¿qué hora es?
¿fue corales?
vamos a tomar algo
ya no canta el mago

La vi por la playa

rubia tejedora
curva orilla
rizos erizan
ritmo cadera
sonrisa melliza
teta sombría
ave zancuda
ninfa alada
arena pela
blanca morena
piel lisa
figura fina
boca besa
lengua seda

¿Qué te pasa?

¿qué te lleva a la playa
completamente tapada?
¿que te hace no escuchar
el viento y la brisa empapar?

cantas para ser
oculta que vean
blanca para ser
negra que vean

¿qué dibuja tu raya
completamente marcada?
¿qué te hace tocar
la guitarra llorar?

cantas para ser
oculta que vean
blanca para ser
negra que vean

¿qué hace que te vayas
cuando recién te callas?
recién te empiezo a mirar
no te haces interesar

Algo robo

tam-pam
tam-pam
juego al ocio

fiu-fuu
fiu-fuu
no me vuelo

trumm-suash
trumm-suash
me meto al miedo

paletas
viento
olas

si así quiero descanzar
soy un idiota
la idea no logro alcanzar

Una hoja rompe la vista

ah bueno! cómo te vez!
me planto en la ancha
a verte deslumbrar
al vuelo otra me fue

Falsa

verdío se siente y no marrón
estira su paño al sol
que se pudran sus tetas

así no se siente el mismo amor
rájate así un bombón
que se pudran tus piernas

quiero a Venus
como la espuma la parió
sin pintura ni alfajor

un pareo de moda
ya no me provoca
sácate el trapo
y ya te toca

Moja y raspa

la carne del mar me cachetea
arrastrando la lija a mi cueva.
hoy perdí contra Acuamán,
y mañana lo vuelvo a retar

hoy probé la salsa añeja
y me quedé sin provoleta
se pifió el paracaídas
hoy cague piedritas

si me duerme tu garganta
y la harina me escafandra
déjame nadando como un pez
no me voy andando esta vez

Changos

si no hay solución
seré siempre yo
el que celebre tu lado idiota
no quiero ver un no
sabés que así sos

así como un mono

riéndote de lo que vez
podés ser lo que querés