domingo, 15 de febrero de 2009

La muñeca negra (primer parte)

Una tarde de otoño Agustina pedaleaba por un camino rural, un lindo conejito blanco de orejas marrón se cruzó en el camino y la hizo caer. El animalito corrió como una bala y se refugió en un antigua casona. La niña cesó el llanto de su caída al contemplar la roñosa e imponente estructura entre las manchas del atardecer, dejó la bicicleta junto al camino, se acercó lentamente, abrió sin timidez la crujiente puerta y entró.
La oscuridad interior olía a polvo y aun se sentía el la huella de calor dejada por los últimos habitantes que abandonaron la casa hace unos mil años para la perspectiva de la niña, que no sentía miedo pues la imagen del conejito nubló su mente. Ya no pensaba, como otras veces, que la oscuridad es peligrosa y los lugares viejos malos.
Una tenue luz al fondo de un largo pasillo dominó su curiosidad. Agustina olvidó al conejito siguiendo al bello lucerito. El resplandor la guió hasta una pieza, en esta una niña de aproximadamente su misma edad jugaba con una muñeca a la luz de una vela, le hablaba diciéndoles que está enferma y que morirá si la medicina no llega. Agustina quiso entrar, pero el crujir de una tabla tras sus pasos alertó a la extraña niña y apagó la vela.
Rodeada de negro las pupilas de Agustina se dilataron buscando distinguir figuras en la oscuridad, su piel se erizó intentando tocar el espacio, su corazón se aceleró esperando lo peor y su cuerpo sudó diciéndole que sí tiene miedo.
-Hola!! -gritó Agustina, la casa le respondió retorciéndose -la luz... -intentó gritar con más fuerza pero termino casi susurrando al sentir un ágil y juguetón correteo a su alrededor -¡conejito! -el destello de unos ojos sacó a la niña de su estado de alerta. Sus músculos ahora descansados se movieron con ternura hacia los rojos luceros para recoger al animalito. Se agachó y estirando su manita logró acariciar su suave cabeza.
-¡¡No me toques!! -los ojos gritaron y empujaron a la inocente Agustina que calló al suelo sobre su trasero. La voz la miró fijamente y luego de uno segundos se alejó corriendo.
Agustina distinguió lo que quedaba de sol filtrándose por la entrada y lo siguió tan rápido como pudo tropezando con toda clase de objetos por el antes vacío pasillo, salió de la casa, monto su bicicleta, se secó el sudor de su frente y noto que su mano estaba manchada con hollín, luego miro hacia la casa por ultima vez y se alejó por el camino a la máxima velocidad que sus musculatura de 7 años podía ofrecer mientras el sol terminaba de esconderse.

Agustina no corrió a llorarle a su madre. Desde que tiene memoria, incluso antes de poder hablar, recuerda todo tipo de rumores sobre la casa embrujada y por sobre todo tiene en cuenta la paliza que le espera sus padres descubrieran que por ahí anda metiendo su nariz. Pero todo niño "sabe" que los adultos viven en otro mundo y juegan a cultivar cereales y criar vaquitas en el patio de sus casas, pero Agustina, como buena niña que es, juega a descubrir mundos en su infinito patio, ese que abarca todo lo que no es su casa.
Decidida a encontrar al conejito o dar con la niñita Agustina volvió a la vieja casona, estacionó su bicicleta junto a un árbol del cual una rama sostenía un columpio echo de cuerda y rueda. La niña comenzó a balancearse esperando alguna señal que la invitase a entrar.

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