lunes, 16 de febrero de 2009

La muñeca negra (segunda parte)

El sol ya teñía las nubes de naranja y violeta mientras Agustina seguía columpiándose intentando dar una vuelta completa al compás del tarareo de innumerables canciones incompletas. Una negra mariposa detuvo su errático vuelo sobre el dedo gordo del pie de la niña manteniendo sus alas quietas, como disfrutando el vaivén del columpio. Agustina detuvo su canto y el balanceo de a poco. Cuando, estáticas, ambas criaturas se miraron fijamente, el viento sopló con furia obligando al insecto a emprender la retirada. Agustina, un tanto aturdida por la ventisca que ya comenzaba a extinguirse, logró seguir con su mirada la trayectoria del bichito desde la punta desde sus pies hasta introducirse en la chimenea de la casona. Sus ojos brillaron con alegría al sentirse invitada.
Se puso de pie y tan veloz como una liebre entró por la puerta que se encontraba entreabierta. A pesar de la poca visibilidad que ofrecía el atardecer al interior de la casa, Agustina pudo distinguir una pequeña silla junto a la chimenea, al parecer el único mueble. Luego siguió el mismo recorrido del día anterior encontrando por el pasillo decenas de juguetes quemados. Al final del corredor estaba la pieza, en ésta solo había una lampara de aceite apagada sobre una segunda chimenea y una pequeña cuna de juguete con una muñeca negra. Agustina buscó en el bolsillo de su vestido y extrajo una frasco de vidrio y una cuchara. Se acercó a la cuna, abrió el frasco, llenó la cuchara de un líquido espeso y la llevó a la boca de la muñeca.
-Éste jarabe no sabe bien, pero si te lo tomas te sentirás mejor- entonó Agustina con un chistoso falsete que imitaba a la voz de una vieja mientras el liquido chorreaba por la boca de la carbonizada muñeca.
Un débil resplandor inundó la pieza acompañado de un agudo chillido.
Agustina soltó el frasco dejándolo romperse en mil pedazos. Se dio vuelta y vio a la niña pálida, con ojeras, delgada, con los labios partidos y sucia sosteniendo la ahora encendida lámpara
-¡No enfermes a mi bebe!- sentenció la niña con furia. Agustina intentó explicar sus intenciones pero antes de pronunciar palabra alguna la pálida nena estrelló la lámpara contra el suelo justo a sus pies provocando una fuerte llamarada que inundó la habitación. Agustina desesperada se refugió en un rincón agachada, con los ojos cerrados y sus brazos cubriendo la cara mientras escuchaba los gritos y llantos de la niña en llamas. El humo penetró sus pulmones mareándola un poco y, sin siquiera volver a abrir los ojos, pudo contemplar lo que allí ocurrió.

La pieza ahora estaba amoblada. En la cama la niña intentaba dormir abrazando su blanca muñeca. Su madre, arrodillada junto a la cama, la acariciaba entre llantos. Por la ventana se podía apreciar una furiosa tempestad de hielo y por la puerta Agustina vio entrar al padre cargando toda clase de objetos. Uno por uno libros, fotos, ropa, muebles y juguetes fueron arrojados a la chimenea, ardiendo con debilidad para intentar calentar a la niña enferma. Cuando ya no quedaba más por quemar, el hombre desecho en lágrimas miró a su mujer, ésta llorando gritó y se refugió en el rincón junto a la invisible Agustina. El padre alzó a la semi dormida niña y sin pestañear la arrojó a la chimenea con muñeca y todo. Agustina pudo ver los ojos de la niña desconcertados al caer despabilares por el calor, y cuando ya no podía gritar más pudo ver con claridad el resplandor de su furiosa mirada.
Finalmente Agustina se desmayo por el fuerte olor a carne quemada inundando su nariz.

Abrió los ojos y pudo oler nuevamente el normal otoño. Por la ventana se asomaba la luz del medio día y crashh!! una pelota atravesó la podrida persiana y destruyó lo que quedaba de vidrio. Agustina recogió la pelota y se asomó por la ventana. José y Pablo corrieron hacia ella.
-¿Qué estabas haciendo? -pregunta José - te buscaron toda la noche.
-Estaba jugando por acá y me quedé dormida.
Los tres niños regresaron por el camino. José aseguraba que le esperaba el tremendo castigo por haber desaparecido. Pablo, que era un poco más grande, solo la miraba en silencio, con sospecha, pues sabía que nadie juega y mucho menos duerme en la casa embrujada. Agustina, sin prestar atención a los exagerados comentarios de José, recordaba cuando su gata Rita dio a luz a 5 gatitos, uno de ellos nació sin una pata y su madre se negó a amamantarlo dejándolo morir de hambre.

De vez en cuando Agustina se hamaca bajo el árbol de la casona, pero siempre se retira antes del atardecer. Por las noches puede ver humo salir de la chimenea. Quizás sean vagabundos que pasan la noche en la casona, o tal vez se trata de la huella de la niña quemada. Agustina sólo piensa en la ira de la niña al morir, una furia en sus ojos tan fuerte como para aferrarse a la vida aún estando muerta.

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