lunes, 13 de julio de 2009

City Tour

Muy evidentes mis miradas, lo sabía y no me importaba porque ella también me miraba y se reía mientras cantaba, o se reía porque yo no cantaba. Todos cantaban y a mi me daba vergüenza hacerlo frente a gente que no conocía o tal vez que ella escuchara mi cacofonía.
Hablamos de bicicletas y vio mis muslos gruesos creyendo que se trataba de las piernas de un ciclista o futbolista aficionado. Yo vi su pelo rojo creyendo que era natural y hablamos de las distancias a pedal sin sospechar yo que ella chorreaba por mi y ella sabiendo que mi boca no paraba de querer saborearla. Ella me llamó y sin su iniciativa quizás nunca hubiésemos estado juntos o tal vez deba darme el crédito cuando me vio sonarme la nariz tierna y torpemente como si fuese un niño o cuando la besé para que no siguiera hablando en esa sucia tocata. Muy evidentes mis miradas, presiento que le encantaban. En la micro o el metro jugaba a mirar reflejos y siempre eran las otras las que se apartaban. Con Julia era un eterno empate ojo a ojo durante una hora o más mientras la radio daba en el clavo como banda sonora hasta que el teléfono me avisaba que nos juntábamos en la casa del Juancho y que llevara un par de lucas o algo pa la parrilla. Julia se enojaba porque quería ver una película y que cocináramos algo. La llevé a su casa en bicicleta y me fui donde el Juancho con tres cigarros y un paquete de salchichas.

Quedábamos en juntarnos siempre a las 5 en el cine, en la plaza o en el parque, ella elegía y a mi me daba lo mismo, le molestaba que me diera lo mismo, le molestaba que yo no decidiera, le molestaba que no yo no fuese un macho. La película era pésima y a ella le encantaba y nos tomábamos unas cervezas discutiendo el porqué de la inferioridad de la mujer. Nos besábamos en el paradero mientras ella esperaba la micro, hacíamos el amor en mi casa porque nadie me molestaba, o nos íbamos a su depto cuando había nadie, o en el baño del Pipo o donde sea porque ella siempre quería y yo solo me negué cuando tenía que ir al dentista pero Julia se me subió encima y no me dejó ir y yo con la satisfacción de las sabanas sudadas y la estúpida vergüenza de llamar a la secretaria y cambiar la hora para la semana siguiente.
Julia casi no se conectaba a Internet y mi celular ya no funcionaba solo hablábamos brevemente para vernos a las 5. Ese día inflé la rueda trasera recién parchada en la estación de servició y pedaleé veloz por Hernando de Magallanes hacia Bilbao, a mitad de camino olvide hacia donde iba. Nos vemos a las 5 entonces, ya, besitos, chau, pero ¿dónde? ¿lo olvidé o no me dijo? Contaba con sus habituales treinta minutos de retraso como ventaja para darme el tiempo de mapear con recuerdos el posible lugar de encuentro. El cine Hoyts, el Parque Intercomunal, la Quinta Normal, La plaza Ñuñoa, El Biógrafo. Debía elegir un destino, entonces recordé que a Julia le gustaba el mango y yo le dije que en el Unimarc de la calle Rancagua siempre tenían. Entonces la vi saboreando la jugosa fruta camino a la plaza Inés de Suárez. Pedaleé unas cuantos metros detrás de ella hasta que con un fuerte gritó la asuste como nunca le gustaba que lo hiciera y como yo disfrutaba constantemente hasta verla estallar en risas intentando poner cara de enojada.
-Pensé que no ibas a llegar… -me dijo mientras chupaba sus dedos endulzados –Como que no quedamos en nada ¿qué onda?
-Quedamos a las 5 ¿llegué o no?

Me dejaba recados con mi hermana o me mandaba sutiles pistas por e-mail, yo le enviaba mapas incompletos por carta o acertijos por mensaje de texto. Como siempre a las 5, casi todos los días, adivinando el punto de encuentro y siempre encontrándonos, el único requisito era que fuese un lugar en el que nunca hubiésemos estado juntos. Así yo le mostré el bosque de los Ewoks en La Reina y ella me llevó a la plaza Yungay, la guié hasta el Bar de René y yo la encontré con casi una hora de atraso leyendo en la plaza de Puente Alto.
El juego catalizó nuestra telepatía y nos distanció en cierta medida pues nos veíamos solo a las 5. Yo con mi tiempo libre quería que la tarde no acabara, ella y sus estudios me lo impedían. Yo me enojaba y le pedía que se quedara entonces Julia me sacaba en cara que yo solo quería carretear. Nos despedíamos disgustados y nos volvíamos a ver otro día a las 5 como si nada hubiese ocurrido.
Con el tiempo deje de visitarla y ella lo mismo. Sólo en la calle nos encontrábamos, cada vez en puntos más distantes, en el Buin Zoo, en la cumbre del cerro Manquehue o en algún lugar de Yerba Loca, hasta que un día cayó la noche en la Plaza de San José de Maipo sin que Julia se apareciera. No se qué era peor, que no haya podido ir o su incapacidad de descifrar el punto de encuentro. Quizás algo tenía que hacer, ya no sabía en que andaba, no me contaba nada, solo me daba amor y no quería escuchar mis aventuras, solo quería amor.
Llegué a su casa como a las 10, enojado. Enojado. Nunca había estado enojado. Su vieja no estaba. Julia triste comía una ensalada.
-Tuve un problema- me dice sin mirarme – ¿dónde estuviste?
No pudo descifrarlo, Julia no me quiere. Y no le pedí explicaciones solo la abracé intentando recuperarla, ella me llevó a su pieza y apagó la luz. Me dio su sexo como pidiendo disculpas mientras yo intentaba hacerle el amor. El sonido del semáforo para sordos no me dejó dormir.
Vamos a pasear, le dije. Eran las 4 de la mañana y me miró como si no me hubiese escuchado. Ya la perdí, Julia no me quiere. Vamos a pasear, le dije, y ella se dio vuelta para seguir durmiendo.

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