jueves, 10 de septiembre de 2009

Leitmotiv

Ayer llovió y la mañana se alza espectacularmente azul fría, aun hay lagunas por todas partes y algunos se resisten al optimismo cargando botas y paraguas. Envuelto en guantes de cuero, gorro de lana y bufanda salgo a la calle rompiendo el viento con una bicicleta de ruedas delgadas. Sin espejo retrovisor el oído es el mejor aliado del ciclista, mas hoy es momento de irresponsabilidad, de mis orejas cuelgo audífonos conectados al celular, traduciendo en vibración acústica la onda electromagnética de 96,5 megahertz de la frecuencia modulada donde Radio Beethoven transmite una de esas impresionantes tonadas épicas de Richard Wagner.
Unos violines chillones y asesinos me llegan como la primera cachetada de brisa helada seguidos del retumbar de timbales al cunetearme, perder un poco el equilibro y pasar rebotando sobre el pavimento en mal estado. Las flautas anuncian la tranquilidad al retomar el control en la calle y el resto de los instrumentos se unen al llegar a la primera avenida, haciendo armonía junto al semáforo y los bocinazos. A lo lejos diviso el inicio de la ciclovía, la alcanzo al compás de un redoble de tambores y trompetas olímpicas: se inicia la maratón. Compite un oficinista en casco, luces y alforjas, una pelirroja de guantes chilotes, pantalón manchado de pintura y mochila llena de quién sabe qué, y yo.
El pánfilo toma la delantera seguido de la colorina, que buen trasero tiene, yo la sigo saboreando su culo y ahorrando energías. La música se enrarece justo cuando un semáforo me separa de la punta y una vieja en jeep me atrasa aun más. Frena, frena, ¡freeeeeeeeeeeeeenaaaaaa! Vieja culiá. De nuevo en la pista, recta final y a recuperar lo que me pertenece. Los instrumentos se entremezclan formando una metralla sonora, la ráfaga de balas cae a mis lados y yo pedaleo cada vez con mas fuerzas hasta que llegando a Pedro de Valdivia, justo cruzando la calle, atravieso el tiempo y el espacio dejando al pastel y a a la pelirroja en medio de una ráfaga desconcertante. Muerdan el polvo, perdedores. El ñoño del casco parecía no entender, la mina ya había entrado de lleno en el juego y e inició una brutal descarga de energía para alcanzarme, pero el destino nos junta y nos separa. La colorina sigue de largo por la ciclovía a una velocidad supersónica mientras yo doblo a la derecha y sigo lento pero triunfante por la vereda, esquivando los últimos obstáculos: peatones distraidos, tímidas universitarias mirando cómo sus pies caminan, viejas que se paran a recordar lo que han olvidado, perros inescrupulosos, y una madre soltera llevando a su hijo al jardín, un  móvil zigzagueante de trayectoria errática y fugaz, objeto furioso y fragil ta tá tarara ta tá tarará y en ultimo compás de la sinfonía un ta ta ta tá splash justo cuando el niño salta sobre un charco, apenas lo esquivo y su madre lo castiga con cachetazos al son del tan tin poooooom final. La rebverberancia de los instrumentos extinguiéndose y yo sigo avanzando sin pedalear, sólo con lo que queda de impulso. Toco el timbre y el locutor anuncia una nueva obra mientras me quito los audífonos.
Gané.

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