viernes, 13 de noviembre de 2009

Epifanía

Su mente divaga de la misma forma que la radio de su celular en el metro. Por momentos la esquizofrénica lucha épica de las obras de Wagner y Mussorgsky estallaban en una soberbia experiencia sonora, entonces los olores, el calor, el sudor, y las caras feas que conformaban el rebaño del vagón desaparecían ante tal banda sonora. Pero cuando un redoble de timbales anunciaba el final de la batalla, una trombosis afectaba al transmisor retorciendo la frecuencia modulada hasta hacerla sangrar ruido a borbotones como si hubiese sido decapitada. En esos momentos de interferencia Héctor se deba cuenta quién era, dónde estaba, a donde iba y por qué. De pronto el huracán se calmó dando paso a un sobrio locutor anunciando las bondades del producto auspiciador. Héctor buscó en la banda hasta enganchar los estridentes gritos de Sandro. Una sonrisa se dibujó en su tibetana careta hasta que la canción finalizó, pues supo que a partir de ese instante ya no era el mismo. Eso.

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