lunes, 28 de abril de 2008

Operación Rastrillo (segunda parte)

La mujer llevaba un vestido rojo informal algo pasado de moda que resaltaba su perfecta figura, mientras Martín la examinaba con más detención notó que su aliento era muy frío, pero la fragancia de su perfume le daba una sensación de frescura superior a las mentitas o las gomitas de eucaliptos. Según la billetera aquel suave rostro respondía al nombre de Juana y un apellido que él no era capaz de pronunciar. El carné de identidad no había sido renovado desde que era niña pero aún así parecía nuevo De todas formas, Martín decidió continuar con el plan y dejar el cortejo para después. Entonces dispuso la billetera en el sillón junto a los pies de Juana esperando que el ladrón atacase de la misma forma y se diera a la fuga por el mismo sitio mientras él vigilaba la escena escondido detrás de una puerta.

Plan perfecto, pero la paciencia se agotaba. Martín debía permanecer en silencio para no delatar su presencia y estar siempre atento, pero la inmovilidad de su cuerpo, el calor de la calefacción, la comodidad de la alfombra y el reloj apuntando las 5 atentaban con derrotarlo en un profundo sueño hasta que de pronto sus nervios se volvieron de acero y sus sentidos se afilaron cual francotirador o felino al acecho, pues comenzó a correr un helado viento y la billetera se arrastraba lentamente. Solo debía esperar hasta el último instante y lanzarse para aferrarse a la billetera mientras el ladrón arrastra la billetera llevando un polizonte hacia su incógnito mundo. Pero de pronto las constantes variaron y las variables no fueron tales. Juana sin moverse abrió los ojos como dos grandes peceras cruzando fijamente su mirada con la de un Martín Pescador a punto de zambullirse detrás de un suculento pez. El hombre aguantó sus ganas de sucumbir y tirar por la borda su plan llevando el dedo índice de su mano izquierda a su boca y colocándolo de forma perpendicular a ésta, luego sin emitir sonido alguno hizo el gesto de un solemne “shhhhh” sin dejar de mirar a Juana que, desconcertada, parecía entender la indicación de Martín.
Inmediatamente después de aquel dialogo Martín volvió la mirada hacia la billetera que ya se encontraba en el abismo donde terminaba el cojín.
Nada de flaquezas, Martín debía ejecutar su acrobacia con extremada precisión y pronto llego la señal que estaba esperando: el ladrón invisible estaba debajo del cojín y la billetera asomaba junto a los pies de Juana la mitad de su volumen.
Martín miro de reojo a Juana sintiendo cierta complicidad o apoyo y luego en un maniobra fugaz se lanzo hacia el sillón aferrando la punta de la billetera con todas sus fuerzas. Mientras sentía que el ladrón tironeaba con fuerza sobre humana, notó que Juana agarraba fuertemente su tobillo como si estuviese evitando que Martín abandonase el lugar o exigiendo una explicación a tan extraño comportamiento. Pero como los tres sujetos involucrados poseían una gran fuerza, en especial el ratero invisible. de un solo tirón y en un instante más breve que un parpadeo, billetera, Martín Juana y ladrón se escabulleron debajo del cojín del sillón del living de un hombre que tenia problemas para recordar dónde dejaba las cosas.
En el suelo quedaron las zapatillas gastadas de Martín y la anticuada cartera de Juana.

1 comentario:

Tomás Véliz dijo...

Ese misterioso sillón será el mismo que descansa en tu linving, y que cada añño trata de sobrevivir a un posible "fashion emergency"? Bueno... Habrá que hacer un carrte, encontrar al chivo expiatorio y averiguarlo.

Saludos, y vaya què historia.