sábado, 3 de mayo de 2008

Operación Rastrillo (cuarta parte)

A medida que avanzaban por la maravillosa calle, más extraños se sentían. Era como estar en una tienda de antigüedades pero sin el dueño presente evitando que los curiosos visitantes manoseasen sus valiosas reliquias. A pesar de esto ni Martín ni Juana se atrevían a tocar la infinita mercancía esparcida por la no-ciudad, sólo se limitaban a caminar boquiabiertos como si estuviesen entrando en el área prohibida de una fábrica, movidos por un excitante deseo de aventura pero envueltos en una nube de terror.

Luego de andar un par de cuadras comienzan a oír sigilosos pasos y unos casi imperceptibles cuchicheos. Probablemente alguien los estaba siguiendo. El rostro de Juana se arrugó levemente mostrando cierta preocupación mientras se aferraba en busca de protección al brazo de Martín que por orgullo machista no podía demostrar flaqueza, pero el confortable calor que generaba el contacto de su cuerpo con el de Juana le hacía sentir una extraña satisfacción mezcla de seguridad y excitación la cual llevaba la mente de Martín por pensamientos pecaminosos, olvidándose por momentos que alguna metapresencia los vigilaba. De pronto un aullido sacó a Martín de su trance. Juana identificó el origen del sonido y apunto hacia una estación del metro. Ambos bajaron las escaleras con cautela esperando lo peor. Llegando a los últimos escalones Martín soltó abruptamente el brazo Juana y corrió al encuentro de una extraña silueta. No era una bestia, Martín reconoció entre los escombros y la luz fluorescente a Manuel el perro que había perdido cuando era chico. Lo abrazaba entre sollozos y risas mientras el quiltro le lamía la cara cariñosamente demostrando que efectivamente era su mascota. Esto despertó en Martín una sensación muy extraña. Además de la satisfacción de recuperar a su mascota, descubrió que en este mundo no solo se hayan las cosas perdidas, sino que también el tiempo no pasa, o por lo menos lo hace a un ritmo menor, pues de lo contrario sería imposible que después de tantos años Manuel siguiera con vida. Luego de unos instantes frunció el ceño y sin dejar de acariciar a su perro pensó que si en este lugar hay mascotas perdidas es posible que también se encuentren personas extraviadas. Tal razonamiento hizo que inflara su pecho en pose de héroe mientras comunicaba su teoría a Juana, la cual no se alegró en lo absoluto. Según ella estaban invadiendo un territorio prohibido y de haber personas no serian necesariamente amigables.

El pecho de Martín se desinfló como un globo pinchado. La teoría de Juana no era tan descabellada, él mismo había sentido una energía oscura y mientras caminaba podía ver siluetas escondidas bajo las sombras. Algo en las palabras de Juana le producía escalofríos. No hablaba mucho, pero cada intervención tenía la exclusiva función de advertir los peligros del lugar, no con un tono de cobardía, más bien parecía una muy poderosa intuición, como si algo de ella ya conociera el lugar. No quiso seguir pensándolo. Inmediatamente después sugirió ir en busca de algunos objetos perdidos antes de volver al mundo verdadero. Lo que él necesitaba se hallaba en su departamento, pero el objeto del deseo de Juana se encontraba en la casa de su infancia, a varias cuadras de distancia. Luego de meditar unos instantes, aceptando el riesgo de encontrarse con seres perdidos quizás malignos, Martín asintió con la cabeza y siguió a Juana por las escaleras del metro mientras llamaba a Manuel con repetidas palmadas en sus muslos.

1 comentario:

Tomás Véliz dijo...

Ladrón de cosas pronto en DVD...?

Espero que sí. O por lo menos, en un versión nano, corto o largometraje.

Saludos. Yomi.