miércoles, 24 de septiembre de 2008

El Perro Escapatorio (segunda parte)

Algún tiempo después, un grupo de amigas acampaba por allí. Buscaban encontrar la magia de la naturaleza bailando desnudas bajo las estrellas mientras intentaban abrir las puertas de la percepción ingiriendo hongos, marihuana, San Pedro, floripondio y cualquier otro embriagante que no pasara por laboratorio alguno.
La armónica de Elisa marcaba el ritmo, Javiera administraba el arsenal alucinógeno, Ángela improvisaba un bello canto en lenguas muertas y Violeta daba muestra de su talento girando más rápido que un trompo sus sus firmes piernas dando increíbles saltos entre las roca y los arboles del bosque. Risas y carcajadas encajaban con la luna menguante. Pupilas dilatadas brillaban como estrellas formando nuevas galaxias. Al centro, un fuego de proporciones peligrosas calentaba los rosados pezones. Besos con lengua revelaban amor por la humanidad y la inhumanidad.
Elisa dejó la armónica y tomó el tambor. Ángela siguió el ritmo en arameo mientras Violeta y Javiera traducían en español antiguo y sutiles coreografías la historia de las cuatro hijas de un malvado rey que decidieron abandonar el castillo e ir en busca de aventuras convirtiéndose en poderosas guerreras, más fuertes que cualquier gigante, más valientes que caballero alguno. Estas asesinas de dragones,
más temibles que bestia conocida, juraron abandonar el lujo del reino y vivir en las sombras aprovechándose de la debilidad de cualquier caballero andante.

La épica historia vibró entre las ramas y recorrió el bosque despertando a las bestias dormidas y alertando a las fieras nocturnas. Un can que por allí pasa reconoció aquel sonido como la voz humana y sobre todo un olor a hembra irresistible. El estómago de la fiera se retorcía de felicidad mientras se acercaba sigilosamente hacia la fuente de luz y calor. En el teatro la función continuaba con las doncellas convertidas en vampiros, bebiendo la sangre de tiranos gobernadores y seduciendo gladiadores. De a poco el tambor incrementó su ritmo y todas las niñas se unieron al baile mientras ante sus ojos las ramas aplaudían, las rocas chiflaban, la hierba respiraba y el lobo observaba. Las damas se acercaron aleteando como cisnes en su lago, rodearon al animal y lo acariciaron. El cazador tenía a su presa desprotegida y confiada, solo debía elegir al menos una y lanzar su letal mordida. La baba, lengua y labios comenzaron a afilar los colmillos del animal mientras sus ojo y oídos calculaban la distancia. Mas, esta vez el instinto no alcanzó la perfección. El tambor latió mas rápido que el vuelo de un picaflor, los 8 descalzos y suaves pies se movían a una velocidad que llegaba a hipnotizar al fuego. Las cuatro guerreras, las cazadoras de dragones, las vampiras justicieras, más valientes que caballero alguno, danzaron hasta que la bestia calmó sus ansias. El perro desistió de su misión y retrocedió desapareciendo entre los árboles. Mientras bailaban, Violeta cruzo su mirada con la del animal y algo en su mente se paralizó. Dejo de oír la música a pesar de su incesante baile.
El cielo comenzaba a aclarecer, el fuego había consumido por completo el tambor y algunas prendas. Elisa abrasaba un árbol plácidamente, Ángela lloraba al contemplar el río, Javiera roncaba desnuda sobre el Jeep y Violeta se introdujo en el corazón del bosque sin dejar de bailar hasta descubrir que no sabía como volver. Dio una ultima vuelta y se dejo caer sobre un colchón de hojas secas. Cerró los ojos y suspiró con profundidad, los volvió a abrir y distinguió la figura de un hombre sucio y bello. Violeta intentó decirle algo, pero el efecto de los hongos se lo impidió, el hombre tampoco pronuncio palabra alguna, sólo se sentó a su lado y le acarició el pelo. Violeta se sonrojó y dando un gran salto se lanzó sobre él y comenzó a besarlo apasionadamente, el hombre, tímidamente, se dejo llevar por los agresivos y excitantes movimientos de Violeta hasta que logró tomar el control.
Luego de la tormenta, Violeta suspiró y vio su reflejo en los oscuros ojos del hombre, luego cayo rendida y se durmió.

Una especie de humo rodeaba el cuerpo de Violeta formando su nombre mientras las hojas del suelo se convertían en bocas y lo pronunciaban, le gritaban pero ella no podía responder. De pronto Elisa pellizcó su mejilla despertándola por completo. Violeta quiso contar su aventura con el hombre del bosque, luego desistió, pues no sabía con certeza si se trataba de algún campesino aprovechador, un buen sueño, o si los psicotrópicos la habían convencido de follarse a un perro. Un pequeña mordida en su teta izquierda le indicaba que todo podía ser posible, aunque dicha marca no especificaba si era de procedencia humana o animal.
Las cuatro amigas recogieron su basura, se subieron al jeep y se marcharon escuchando un cd de Goran Bregovic al compás de un bello atardecer.
El perro ladró y las siguió unos cuantos metros, Violeta lo vio alejarse a través del espejo retrovisor y luego miró a sus amigas, pero ninguna mostraba señales de recordar haber bailado al rededor de la bestia. El perro pronto se cansó de seguirlas, dio media vuelta y luego volvió, permaneciendo con la mirada fija en el camino hasta que la noche terminó de caer. Al amanecer volvió al camino y espero nuevamente hasta que las estrellas cubrieron el cielo.


1 comentario:

Tomás Véliz dijo...

Un cuento digno de una lectura concentrada y tranquila, frente al computador, hoja de papel o libro dedicado. Pero en una actividad oral, menos es más.

saludos, yomi.