jueves, 25 de febrero de 2010

Sofía 5

Sofía desayunó como si nunca hubiese comido. Cornflakes con leche fue lo primero, pues los prefiere cuando aun están crocantes en contraste con la cremosa leche entera, nunca descremada. Luego una montaña de huevos revueltos sobre dos láminas de queso en una hallulla no muy sabrosa. Bebió la naranjada de un sorbo sin saborearla y por orgullo se trago el amargo café adulto que nunca jamás en su vida le gustó. Casi sin pensarlo guardó la diminuta manzana amarilla, el yogur de vainilla y la mermelada de ciruela de hotel barato en el bolsillo del chaleco de lana gris que se compró en Puerto Montt, "para el almuerzo", con un solo pan con mortadela no podía satisfacer su apetito siempre voraz. Suspiró relajando su ahora hinchado vientre y observó rápida y cuidadosamente al resto de los pasajeros en el comedor: gringos ciclistas, familias, camioneros y mochileros, todos con cámara en mano queriendo capturar para sus amigos las vacaciones que tarde o temprano se les acabará. Mientras Sofía escarbaba una muela con su más afilado meñique en busca de una miga rebelde, pensó en lo ridículo de su oficio de fotógrafa en estos tiempos, de lo inútil que es ante una realidad inabarcable y en la coincidencia que su cámara esté fallando, sin embargo una foto es la única pista que posee de aquella gemela perdida. Luego de deshacerse de la miga volvió a echar un vistazo al comedor del barco y se preguntó a dónde va la gente, sin darse cuenta que ella tampoco conocía su propio rumbo.

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