martes, 10 de marzo de 2009

Aquel insoportable verano (primera parte)

Aquel verano fue el más calido. Los heladeros nunca vendieron tanto, las piscinas nunca estuvieron tan llenas, las mangueras nunca se derritieron de tal forma. El aplastante fulgor solar atontaba a todo el pueblo, todos sudaban, todos estaban cansados, todos tenian la vista quemada, nadie quería moverse, nadie quería trabajar. La ciudad estaba adormecida por un desagradable verano. Muchos abuelos dieron su último suspiro aquella temporada, varios bebés no pudieron seguir creciendo. Los adultos preocupados ahorraban para instalar aire acondicionado, los adolecentes se escapaban a los lagos del sur o a las playas del norte. Los niños nos quedabamos vagando por las calles, ideando estupideces para no pensar en los rayos ultravioletas.
Pero eramos felices, las calles eran nuestras, solo mis vecinos y yo deambulabamos por las polvorientas avenidas. Los adultos escondidos dormian una siesta interminable mientras la pandilla saltaba de sombra en sombra esperando el atardecer

Una noche, revolcaándome entre las sabanas empapadas de sudor, sentí piedritas en la ventana. Solo Tomás tenía esa costumbre. me asomé y ahí estaba con Rocío, su hermana chica.

-¡Jorge! Manuel se perdió -gritó Tomás.
-¡Shhhh! son las 3 de la mañana, no grites- le repliqué en voz baja- Manuel es de los perro que no se pierden, es mas viejo que la loca de la esquina.
-Pero nunca había estado tanto tiempo fuera, a lo mejor algo le pasó -insistió Rocío punta de lágrimas.
-Ya, déjame vestirme y voy.

Cuando salí a la calle Dante ya estaba ahí, como de costumbre, dando ordenes y planificando el rescate. Luego de un pequeño debate decidimos ir al centro, de donde sabíamos venían todos los perros. Ninguno de nosotros había ido solo al centro de noche y la idea, ademas de atemorizarnos, nos entusiasmaba.
Yo sugerí evitar las avenidas para no toparnos con los borrachos, pero Dante insistió en ir por la avenida, para aprovechar la luz y no perdernos.
Dimos vueltas por todos lados sin encontrar señales de Manuel ni de ningún otro perro, pero Al pasar por la plaza vimos un flacuchento pastor alemán, lo seguimos sigilosamente hasta llegar al viejo cine abandonado, allí el perro se metió por un pequeño orificio en la pared. Rocío se asomó y pudo ver media docena de perros, entre ellos Manuel. Tomás lo llamó y su fiel can se acercó para lamerle la mano, pero no quiso salir. Todos éramos muy grandes como para entrar por el orificio y ya llevábamos varias horas fuera de casa, entonces decidimos volver.

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