jueves, 2 de abril de 2009

Caer

Durante aquella semana sufrí grandes cambios. No experimenté una disminución de mi fuerza o de mi energía, simplemente mis sentidos comenzaron a apagarse. Mientras pasaban los días todos mis sensores iban debilitándose al mismo tiempo hasta que el domingo me acosté casi en completa oscuridad.
Desperté sin poder oler, oír, tocar, ver y saborear. Ni siquiera podía saber si realmente estaba respirando o si efectivamente estaba en mi cama pero la lucidez de mi conciencia me indicaban que sí estaba despierto. Yo era y no estaba. Para mi familia estaba pero no era. Me invadió la angustia de imaginar la desesperación de los que me rodeaban. ¿Qué podía hacer yo?
De pronto me encontré solo con mis pensamientos, flotando en una especie de recipiente negro. Recordé mi pasado, vi fotos, oí canciones, chistes y dulces voces, comí helados, pizza y papas fritas. Hice un censo de toda la gente que he conocido y la vida que llevaban cada uno de ellos. Reconstruí todos los lugares que he visitado y hasta imaginé los que aun no he pisado. Cuando ya no tenía con quien más discutir ni lugares donde ir, enfrenté el bien con el mal, idea tras idea hasta creer que todo lo podía entender.
No se si fueron años o tan solo un segundo, me estaba cansando de pensar. Ninguna imagen se dibujaba en mi pizarra mental. Estaba entonces rodeado de lenguaje, letras que se unían y se reagrupaban formando extrañas ideas que entendía sin poder pronunciar. Entonces ocurrió lo que siempre temí: olvide como hablar, leer y escribir.
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